lunes, 7 de enero de 2013

SABER DE POESÍA (3)


2.      Partiendo de Luis Rosales

 
Para hablar del poema, del buen poema, también podemos seguir las indicaciones del poeta español Luis Rosales (Granada, 1910 – Madrid, 1992), quien solía decir que los poemas deben tener:


-una unidad estructural

El poema es un conjunto de versos que están agrupados o no en estrofas o formando, sin más, una composición libre, no sujeta a esquemas estróficos conocidos. Esto es lo que se llama estructura externa del poema, que hace referencia a los tipos de versos y estrofas empleados y de qué forma se organizan para componer dicho poema. También existe la llamada estructura interna del poema, que hace referencia al contenido de las ideas y en qué apartados se organizan interrelacionándose entre sí.


-una unidad orgánica

El poema, en primer lugar, es un todo inconexo con el anterior y con el siguiente del libro al que pertenece; en segundo lugar, es un todo dinámico cuyos elementos se interaccionan en una secuencia temporal, no estática, con un principio que camina y llama la atención, un progreso que no decae y un final que cierra magistralmente el poema. La unidad entre todos ellos la logra el poeta conjugando los impulsos del corazón y la atenta labor de la razón. De ahí que el buen poema deba presentarse como un equilibrio de fuerzas que se mantiene hasta el final.


-una unidad biográfica

Por último, el poema debe estar relacionado siempre con una experiencia vivida por el poeta, aspecto que otorga al poema rasgo de autenticidad, característica que veremos en el último apartado de la primera parte de estas anotaciones sobre el SABER DE POESÍA, al tratar del poeta Pedro Salinas y lo que para él primaba más en la poesía.


Procederemos del mismo modo como lo hicimos al tratar de los cuatro elementos que indicaba Lamartine, escogiendo para ello tres ejemplos de nuestra historia poética para explicar los tres aspectos indicados arriba.

 
-una unidad estructural

El primer ejemplo es el poema Vivir para ver, del propio Luis Rosales:


 “Todo era alegre en el claro
resplandor de la mañana
y al mirarte sentí el llanto
borrándome la mirada.

Llorar y ver son virtudes                     5
que un mismo sentido enlaza
como acompaña en la nieve
el silencio a la pisada.

Todo era alegre y sentía
con la visión, la distancia;                  10
les di descanso a mis ojos:
¡de sólo mirar lloraban!”


La estructura externa de este poema está formada por 12 versos octosílabos, que a su vez componen la estrofa clásica llamada romance, serie de versos octosílabos cuyos pares riman asonantemente. En este caso, en –áa: mañana, (v. 2), mirada(v. 4), enlaza (v. 6), pisada (v. 8), distancia (v. 10), lloraban (v. 12): 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a 8- 8a.

La estructura interna se divide en tres apartados:

1: Presentación del hecho (vs. 1-4): todo era alegre para el poeta por la mañana, pero al mirar a su amada, surge la tristeza.

2: Definición del llorar y ver (vs. 5-8): son dos virtudes que comparte el sentido de la vista.

3: Conclusión y repetición del hecho (vs. 9-12): todo vuelve a ser alegre con sólo abrir los ojos el poeta para mirar, aunque siente en esa acción la distancia: “¡De sólo mirar lloraban!”


-          una unidad orgánica

El segundo ejemplo es una Anacreóntica de José Iglesias  de la Casa (Salamanca, 1748 -1791) La anacreóntica es una composición lírica en verso de arte menor que canta los placeres de la vida, el vino y el amor. Su creador fue el poeta griego Anacreonte (siglo VI a. C.); de ahí el nombre de la composición.
 
















“Batilo, échame vino;
llena el vaso, muchacho;
mira que no lo llenas;
échale hasta colmarlo.
Echa otra vez; pues éste,             5
lo mismo que el pasado,
de un sorbo lo he bebido;
con la misma sed me hallo.
Échame otra vez, que éste
lo consumí de un trago;               10
que, o bien mi sed es mucha,
o me han mudado el vaso.
Otra vez echa, ¡hay cosa!,
que en el vaso que acabo,
el anterior, y el otro,                      15
efecto no he encontrado.
Pues echa éste, otro y otro,
y hasta mil sin contarlos;
porque, o mi sed es mucha,
o me han trocado el vaso.               20

 

El poema, como arriba se indica, es una anacreóntica concreta y cerrada dentro de un libro compuesto con este tipo de género lírico, que ensalza al vino y al gozo de beber. El sujeto del poema justifica su intemperada forma de beber vino achacando el hecho, o bien a su sed exagerada o bien a que alguien le cambia sin cesar el vaso. Y se entra en materia sin rodeos pues ya en los dos primeros versos descubrimos al sujeto del poema exhortando al muchacho de la taberna, el tal Batilo del verso 1, a que le llene de vino el vaso. No puede haber mejor principio. Luego el poema sigue avanzando, se mueve impulsado por la forma verbal imperativa “echa” (versos 1, 4, 5, 9, 13, 17) y otras expresiones que tienen que ver con llenar el vaso (“mira que no lo llenas”, v. 3; “échale hasta colmarlo”, v. 4…), con beber el vino (“de un sorbo lo he bebido”, v. 7; “lo consumí de un trago”, v. 10) y la repetición “otra vez” (vs. 5, 9, 13) y “otro” (vs. 15, 17). El punto de conexión del avance dinámico del poema se halla hacia la mitad del mismo, en los versos 11 y 12: “que, o bien mi sed es mucha, / o me han mudado el vaso”, que se repiten, con alguna variación, en los dos versos que cierran el poema: “porque, o mi sed es mucha, / o me han trocado el vaso.” Un poema, en suma, bien organizado, bien llevado y, ¿cómo no?, excelentemente cerrado.

 
-una unidad biográfica

El tercer ejemplo es un poema de Antonio Machado (Sevilla, 1875 –Colliure, 1939), extraído de su poemario Campos de Castilla:

“Allá en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchadas de raídos encinares,                      5
mi corazón está vagando en sueños…

¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.                                          10

Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.”

 
Es raro el buen poema que no rememore algún pasaje entrañable de la vida de su autor. Y el caso de esta composición de Machado no iba a ser menos. Ya en la primera parte aparecen elementos naturales que hacen referencia a un lugar determinado de gran significación para la biografía de este poeta que, como hombre y profesor de Francés vivió en él: en las tierras altas que rodean al Duero, en Soria. Aunque en el verso 6 nos diga que es el corazón el que está navegando en sueños por esos lugares.

Sabemos por la biografía de Machado que el poeta viajó a Soria en 1907 para hacerse cargo de la cátedra de Francés de su Instituto, plaza que había obtenido por Oposición ese año. En una de las fondas donde se hospeda conoce a Leonor Izquierdo, hija de la dueña. Se enamora de ella al instante y la pedirá en matrimonio dos años más tarde. Son muy felices, realizan algún viaje a París y suelen pasear juntos por la orilla del Duero. Pero Leonor muere joven de tuberculosis en 1912, dejando a su marido destrozado por tanto dolor, que no puede soportar su ausencia y decide al poco tiempo abandonar Soria y enseñar en otros institutos hasta acabar en Baeza. Y es aquí donde escribe el poema que comentamos y donde su corazón está vagando en sueños al pensar en lo feliz que fue en Soria en compañía de su mujer.

Esos sueños le llevan a hablar con Leonor, como hace en los versos 7 a 10 del poema. Primero le pregunta si está viendo los álamos de la orilla del Duero, por donde ellos paseaban juntos. Después le exhorta a que mire al Moncayo, montaña siempre presente en el paisaje de Soria, para acabar, incapaz de aguantar su soledad, pidiéndole que le dé la mano para volver a pasear juntos.

Por último, vuelto a la inexorable realidad, confiesa, rodeado del paisaje propio de esa parte de la tierra andaluza (campos “bordados de olivares polvorientos”) su soledad, su tristeza, su cansancio, su vejez… (versos 11 a 14).
 
Pese al atrevimiento que eso comporta, el hecho de ser el autor de estas anotaciones me da derecho a incluir en este apartado el siguiente poema mío del libro El camino diario (Premio Boscán de 1979):

“Si me preguntáis por qué, siendo tarde, vuelvo al alba;
siendo río, olvido el mar y regreso a la montaña,
os diré que en ocasiones la vida al hombre trasplanta
y lo condena a vivir alejado de su savia,
de la tierra madre donde su raíz está clavada.
En ocasiones la vida le hace huir de aquella casa
donde duerme la aventura de su irrenunciable infancia,
donde quedaron dormidos los juegos y las palabras
que levantaron sin miedo la estatura de su alma.

Una corteza la vida de prisas, odios y ansias
ha trenzado en torno a él con el tiempo y la distancia.
Pero en vez de hacerle mal, un gran favor le regala
porque convierte en aljibe su identidad asombrada,
en bodega donde habita el vino de sus mañanas,
en redoma que conserva la esencia de aquella magia
donde una ciudad pequeña y un río que la acompaña
hablan a gritos de escenas que alimentan sus entrañas.”

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En el caso del presente poema se constata sin lamentaciones el hecho de que a veces el poeta, por circunstancias ajenas a él (necesidades de la familia, especialmente), se ve obligado a abandonar la tierra donde nació y vivió una feliz infancia. Aún así, el tiempo y la distancia, y también la añoranza, le regalan el equilibrio sentimental que necesita de adulto, pues le mantienen vivas las escenas que vivió de niño. ¡Si es que no hay más misterio que desvelar! Todo el mundo lleva en sus entrañas el recuerdo imborrable de su infancia.
 
 

 

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