A mediodía presencio por televisión la entrega del Premio Cervantes al poeta chileno Nicanor Parra en la persona de uno de sus nietos por ser el galardonado muy mayor de edad (97 años) y no haber podido asistir a la ceremonia. Lo entrega el Príncipe (está muy cercana la operación de cadera del Rey y su feo asunto de la cacería en Botswana) y veo en primer plano la máquina de escribir del poeta a la que llama la máquina del tiempo (y bien puede llamarla así pues en ella se guardan los secretos de la creación poética de toda un siglo de vida), que ha donado Parra al Instituto Cervantes.
Y leo, en homenaje del premiado, algunos poemas. Aquí dejo éste
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Considerad, muchachos, Este gabán de fraile mendicante: Soy profesor en un liceo obscuro, He perdido la voz haciendo clases. (Después de todo o nada Hago cuarenta horas semanales). ¿Qué les dice mi cara abofeteada? ¡Verdad que inspira lástima mirarme! Y qué les sugieren estos zapatos de cura Que envejecieron sin arte ni parte. En materia de ojos, a tres metros No reconozco ni a mi propia madre. ¿Qué me sucede? -¡Nada! Me los he arruinado haciendo clases: La mala luz, el sol, La venenosa luna miserable. Y todo ¡para qué! Para ganar un pan imperdonable Duro como la cara del burgués Y con olor y con sabor a sangre. ¡Para qué hemos nacido como hombres Si nos dan una muerte de animales! Por el exceso de trabajo, a veces Veo formas extrañas en el aire, Oigo carreras locas, Risas, conversaciones criminales. Observad estas manos Y estas mejillas blancas de cadáver, Estos escasos pelos que me quedan. ¡Estas negras arrugas infernales! Sin embargo yo fui tal como ustedes, Joven, lleno de bellos ideales Soñé fundiendo el cobre Y limando las caras del diamante: Aquí me tienen hoy Detrás de este mesón inconfortable Embrutecido por el sonsonete De las quinientas horas semanales. |
Por la tarde bajé a Barcelona, aun sabiendo el océano de gente que me esperaba allí, para visitar a dos colegas de la poesía que en la Rambla de Cataluña firmaban sus libros de poesía, Felipe Sérvulo y José Florencio. Ambos acaban de publicar en in- VERSO ediciones de poesía, colección hermosa donde las haya, sendos poemarios: Felipe Sérvulo, La niña de la colina, un conjunto de versos que fluctúan entre el canto y la elegía y donde en medio de una historia de amor se hace referencia al mundo de Tara, Escarlata O' Hara, Vivien Leigh y Lo que el tiempo se llevó, un conjunto de versos en el que domina la confidencia, el paso del tiempo, la nostalgia y, especialmente, el amor, expresado con un lenguaje directo y lleno de emoción:
"Al otro lado del mundo
alguien soñó contigo;
de esa imagen primigenia
nacieron las semillas
y los huertos amigos."
El libro de José Florencio, Teseo no saldrá del laberinto, discurre por el mundo clásico griego, en el que la mitología ocupa un espacio singular, Orfeo, Ulises, Medusa o el propio Teseo. Con un lenguaje culto y métrica en consonancia con los temas tratados, el poeta nos recuerda el mundo de los mitos y el arte de la Grecia clásica y helenística relacionado con la vida del presente:
"Juegan, Aquiles y Ayax, a los dados.
Como si fuera el centro de la historia,
en tu mirada, al vuelo de los dados,
tres mil años despúes, siguen jugando."
Volveré a la lectura detenida de estos libros de dos amigos.
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