El camino, de Delibes
En realidad, muchos son los libros de Miguel Delibes (1920-2010) que todo buen amante de la lengua castellana debe leer y releer. Son los casos de Las ratas, Las guerras de nuestros antepasados, La hoja roja, Cinco horas con mario o El hereje, por citar unas pocas. Pero sin duda la que siempre deja honda huella en el alma niña del lector es El camino.
Novela aparecida en 1950, cuenta en 21 capítulos la vida de un pueblo y las costumbres de sus habitantes desde el punto de vista de un niño, Daniel, el Mochuelo, que la noche antes de partir hacia la capital para hacerse un hombre de provecho y labrarse un camino en la vida, rememora su breve pero rica existencia en compañía de sus amigos Germán, el Tiñoso, y Roque, el Moñigo. El lector entrará como en su propia casa en un mundo congelado en el tiempo cuyos temas son los de siempre: la búsqueda de los padres de lo mejor para sus hijos, la amistad en la infancia y la primera adolescencia, las murmuraciones y sus efectos, el poder de la tierra donde uno ha nacido sobre él, lo prohibido en las aventuras infantiles, la impotencia de la voluntad humana ante determinados hechos, la vida de la aldea frente a la de la ciudad, el progreso, el amor, la religión, la muerte...
Y luego está el lenguaje, un lenguaje el de Delibes limpio, castizo y hondamente emotivo, que hace reflexionar a cada instante al lector.
He aquí el principio de la novela:
"Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...
Su padre entendía que esto era progreso; Daniel, el Mochuelo, no lo sabía exactamente. El que estudiase el Bachillerato en la ciudad pòdía ser, a la larga, efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado en la ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía empingorotado como un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el púlpito. Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar el Bachillerato, constituía, sin duda, la base de este progreso.
Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado."
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