Como la espuma
Como la espuma en las arenas,
como las pisadas de las gaviotas
bajo el mar que se estira por la playa,
así pasa mi vida desde aquellos
doce años que tenía allá en mi tierra,
cuando alzaba los ojos hacia el cielo
y veía a los vencejos
segar el alto azul, cuando subía
al desván de mis sueños y temblaba
de emoción ante el rayo luminoso
donde volaba el polvo del pasado
y creía que aún el gran amigo
de la huerta y la noria,
de los nidos del soto,
de la aceña del río y las azudas,
me estaba regalando más belleza,
más muestras de su espléndido poder.
Y el gran amigo nunca pidió nada
a cambio de sus dones.
Como las olas que sin parar pretenden
llegar hasta la playa, y vuelven siempre
a repetir a ciegas su destino,
así insiste mi vida
en seguir avanzando, pese a todo,
hacia la última playa de mis días.
La mística que explica esa marea
tiene su origen dentro de mí mismo,
aprendido en la casa de mis padres,
en los juegos del barrio, en los veranos
de la huerta y el soto,
de los baños del río y la presencia
del gran amigo, siempre
oculto tras las cosas más sencillas,
el rayo luminoso del desván,
la mano de la madre en la mejilla,
la verde enredadera en el balcón
o la voz virginal de la galena.
Mi sombra en las espumas
deja paso a mi sombra en las arenas
en apenas instantes.
Como el tiempo de ahora,
un octubre de mar enamorado,
desde el tiempo de antaño, cuando era
un muchacho que no estaba vendido
por la contaminación que da la edad,
las leyendas urbanas, las pancartas,
los cantos de sirenas y las luces
de neón, las lecciones
de falsa libertad o paz buscada
con trozos de otras paces que se fueron
con las hojas de otoño hacia la nada,
con promesas de andamio
y todas esas cosas que se aprenden
cuando uno se hace adulto y se olvidan
los sencillos instantes,
el rayo luminoso del desván
o el susurro del río en las aceñas.
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