viernes, 16 de agosto de 2013

UNA BODA ESPECIAL


1.
Ellos forman cuatro parejas amigas, tres casadas con papeles y la cuarta a la buena de Dios, mejor dicho a la mala de Dios porque, según suelen afirmar las tres primeras en broma, viven en pecado mortal. Víctor, el hombre de una de esas primeras parejas, ha tramado gastar una broma simpática a la cuarta, y acaba de comunicar su plan a las otras dos parejas legales. Plan que, tras ser aprobado por unanimidad, llevarán a cabo el próximo domingo en Playa de Mar.

En resumen, simularán una boda de la pareja ilegal. Víctor ha preparado unas invitaciones que, al parecer, las tres parejas casadas han recibido de la cuarta. Y así se lo harán saber el domingo en caso de que les pidan explicaciones por su proceder. Dicha boda, cuya ceremonia y cena posterior, para ocho en total, tendrá lugar a las 9 de la noche en el chiringuito de la Cala Menuda de la mencionada población.




2.
Cuando anoche me comentó Víctor la aventura, me prometí a mí mismo asistir a escondidas a tan especial evento.

Y tras unos días impacientes, llegó por fin el de la boda especial. Alrededor de las ocho de la tarde me acerqué a la Cala Menuda sin llamar la atención de nadie y, escondido en la barca Trinidad, que allí lleva varada más de un lustro, aguardé inundado de curiosidad el desarrollo de los acontecimientos.

Media hora más tarde, cuando la luz del día se bate en retirada tras el horizonte de mercurio del mar y empiezan a encenderse las farolas del pueblo, una lancha ocupada por Víctor y la presunta novia, que a estas alturas ya ha debido de empezar a intuir algo raro en todas aquellas maniobras, se acerca bogando por la bahía a la arena de Cala Menuda, mientras que en el chiringuito esperan, portando sendas antorchas encendidas, cuatro miembros del grupo y el presunto novio, que asimismo barrunta que algo han tramado sus amigos pero que, pese a todo, muestra impaciente curiosidad ante lo que le aguarda.

Víctor porta una visera de minero con su luz encendida, y nada más tocar la lancha la playa, ayuda a desembarcar a la novia. Y mientras ambos se acercan por la pasarela de la ducha al chiringuito, empieza a sonar en sus altavoces el Ave María de Schubert. Entonces uno de los que portan antorchas, que hace a la vez de padrino, se acerca a la novia con un ramo de flores, clava en la arena la antorcha y, a la luz de su romántica llama, desdobla un papelito preparado para la circunstancia, y le lee estos versos escritos en él:

Con las flores que te doy,
y ante estos fieles testigos,
deseo que a partir de hoy
seas feliz con tu chico
cuantos más años mejor.
Acércate a donde está
y dale tu mano en son
de ser su esposa en verdad,
que el cura de esta ocasión
vuestra boda arbitrará
y os dará su bendición.

La novia, sorprendida, y sin saber si llorar de emoción o estallar en una sonora carcajada, mira primero a Víctor, luego al padrino, después a su novio, y por último a los demás amigos como buscando respuestas al aluvión de preguntas que ha venido a inundar su cabeza; pero Víctor, que también hace de cura, no le da tiempo a reaccionar y, tras coger las manos de los novios para unirlas, saca un pergamino de debajo de sus ropas, blancas, como las de los demás, y con voz solemne se pone a leer su contenido a la luz de la linterna de su visera de minero:

“Nos hemos reunido hoy aquí para, con la autoridad que me confiere ser vuestro mejor amigo, celebrar vuestra boda y formular el compromiso que contraéis aquí y ahora de amaros para siempre y guardaros fidelidad mutuamente. Padrino, los anillos.

El padrino entrega uno a la novia y otro al novio, que siguen alucinando, mientras Víctor continúa leyendo:

Novia, ponle el anillo al novio y repite conmigo: Con este anillo te entrego mi amor y prometo solemnemente serte fiel, estar siempre a tu lado; me reiré y alegraré contigo cuando las cosas vayan bien en nuestro matrimonio y soportaré junto a ti los contratiempos con paciencia y conformidad. ¿Verdad que lo prometes?

Sin darle tiempo a contestar, se dirige al novio.

Novio ponle el anillo a la novia y repite conmigo: Con este anillo te entrego mi amor y prometo solemnemente serte fiel, estar siempre a tu lado; me reiré y alegraré contigo cuando las cosas vayan bien en nuestro matrimonio y soportaré junto a ti los contratiempos con paciencia y conformidad. ¿Verdad que lo prometes?

Sin darle tiempo a contestar, concluye:

Antes de declararos marido y mujer, me dirijo a los presentes para que si alguien tiene que decir alguna cosa, que la diga ahora y, si no, que calle para siempre.

Hay una pausa de silencio y enseguida varios miembros del grupo levantan la mano. Víctor les va dando el turno de palabra.

Un hombre dice:

Yo vi a la novia hacerle arrumacos a un primo suyo.

Una mujer dice:

Yo sé que el novio guarda cartas de amor de una antigua novia suya.

Otro dice:

Ella viajó el año pasado a Ibiza para pasar unos días de juerga con sus amigas.

Otra dice:

Él se fue hace dos años a Punta Cana para echar una cana al aire.

Silencio. Víctor toma de nuevo la palabra.

¿Eso es todo lo que tenéis que objetar? No es suficiente para impedir que realice este enlace matrimonial. Con quemar esas cartas de amor y olvidar los arrumacos del primo, asunto arreglado. Y en cuanto al pasado, pasado está. Por lo tanto, sólo me queda declararos marido y mujer. Podéis besaros. Y ahora a cenar y a celebrar todos juntos que os hayáis casado.

Aplausos y besos de enhorabuena.

Víctor enrolla el pergamino y, cogiendo a los novios por los hombros, les pregunta:

¿Os ha gustado la broma?

Los dos a la vez contestan:

Sí, muchísimo.

Por fin, después de lo vivido hoy, ¿os casaréis de una puñetera vez?

No, responde el novio.

Ahora menos que nunca, añade la novia. Eso sí, podéis gastarnos esta simpática broma todas las veces que queráis.

¿Y seguiréis viviendo en pecado mortal?

Por supuesto, responde el novio.

El cielo está de nuestra parte, añade la novia.

El resto de los amigos, grita a coro:

¡Y que nosotros lo veamos!

A todo esto el Ave María de Schubert deja de sonar en los altavoces del chiringuito. Aprovecho entonces para abandonar mi escondite, felicito a los “recién casados”, tomo a la salud de los ocho amigos la copa de cava que me ofrecen, y regreso a casa con una amplia sonrisa dispuesto a eternizar en la pantalla de un ordenador esta “boda especial”.

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