domingo, 4 de agosto de 2013

ESPINÁS EN CASTELLANO (y 4)


 
 
Un escritor se puede enamorar de todas las palabras. Porque es magnífico que quien tiene un oficio ame sus herramientas. Y es magnífico por dos razones: porque la tarea puede estar mejor hecha, y porque el uso de las herramientas amigas dará más satisfacción. Es triste, y probablemente poco rentable, trabajar con un material hacia el que se siente indiferencia.

El riesgo de un escritor enamoradizo es dejarse llevar por la sonoridad de una palabra, Los aprendices del oficio no se dan cuenta de que con el exceso de palabras emotivas se ablanda la emoción de un texto. Sólo un genio es capaz de construir un texto con palabras de fuego sin quemarse.

La fuerza emotiva nace del uso impecable de palabras cotidianas, y el arte del escritor es conseguir que un texto sea tierno, o irónico, o dramático sin que salgan en él palabras demasiado cómplices de los sentimientos del autor.

En cualquier caso, pienso que un enamoramiento conviene que sea siempre públicamente discreto. Ya es bastante impúdico ser escritor. (Un enamorament perillós)

 

 
 
 
Respeto la poesía porque es un misterio. Nadie sabe dónde se encuentra ni cómo se encuentra. Dentro de un libro que dice “Poesía” nos exponemos a encontrar sólo versos.

“Poeta” es una palabra que quiere decir “creador”, en griego, de manera que su importancia es innegable. Ahora bien: si reconocemos la transcendencia que tiene la capacidad de crear, de crear de verdad, será necesario reconocer que no todo el que se dice poeta lo es, mientras que quien se dice novelista sí que lo es, con toda evidencia, porque hace novelas. (Versos)

 

¿Existe algún criterio para valorar un texto? ¿En qué se basaría este criterio? Cada experto tiene el suyo, que nace de la preparación cultural y de la experiencia lectora. Pero la posibilidad de lectura por parte de una extensa población, desigualmente formada, con tantas opiniones y gustos como individuos, he hecho que un texto concreto suscite muy diversas e incluso contradictorias valoraciones.

La escritura, en nuestro mundo, ya no es una propiedad privada, sino un instrumento al abasto de cualquiera. Y el escritor ya no es un “elegido”, un “inspirado”, sino un hombre de oficio. La escritura no es un arte sagrado, sino una técnica que puede aprenderse.

El escritor actual ya no trabaja para los colegas ni para un príncipe. Se ha ganado el derecho de ejercer libremente su oficio y, a cambio,  ha de admitir que en la pluralidad de lectores haya muestras de desinterés o de crítica respecto a su trabajo. (L’escriptor ja no és un príncep)

 

 
 
Yo leo las críticas. La benevolencia siempre agrada más que la descalificación. Pero he de decir que ni una ni otra me afectan apenas. Quiero decir que tanto la satisfacción como el disgusto se me borran muy pronto. Ya estoy escribiendo otra cosa. (Crítica)

 

La supervivencia de una obra no depende del deseo ni de la premeditación del autor.

Si he de ser sincero, absolutamente sincero, nunca he tenido en cuenta a la posteridad. Ni ahora, que si no te queda la posteridad ya te queda poca cosa.

En principio, la norma es el olvido progresivo, y la experiencia demuestra que si la muerte proporciona cierto prestigio notable, este prestigio es momentáneo. Si alguna cosa me preocupa un poco es la preposteridad, es decir, no poder acabar el libro que estoy escribiendo. Porque me agrada comenzar y acabar. Que eso es la vida. (La posteritat)

 

Es fácil que se presente la tentación de corregir el texto hasta el infinito, que es una tentación terrible, imparable. La voluntad correctora es admirable, pero el resultado puede ser mejor o peor.

Para ejercer la actividad literaria me parecen aplicables las siguientes condiciones: Primera, tener ganas, lo que se dice vocación. Sin ella no se puede tirar adelante. Segunda, tener relativas aptitudes. Sin unas aptitudes básicas no se puede triunfar. Tercera, que las circunstancias no sean excesivamente desfavorables. Si todo te va en contra –situación económica, familiar, de salud—es difícil hacer lo que quisieras. (El temps, el diner, l’èxit)

 

La ambición es considerada hoy una alta cualidad en el mundo literario.

Curiosamente, a veces se habla más de la ambición del autor que de la calidad del resultado obtenido, que puede ser perfectamente mediocre.

El oficio no es fácil si se examina desde el punto de vista de la exigencia –que es como se ha de analizar--. Quiero decir la perfección –nunca absoluta, claro—con que ha conseguido llegar al objetivo literario propuesto. (Ambició i exigència)

 

 
 
Algunos escritores son necesarios para un determinado grupo de personas –minúsculo en el total de la humanidad—que han hecho “voto de lectura”.

El ámbito vital del escritor literario es el propio de una especie rara, habría de estar enormemente agradecido a su suerte si es que alguien ha decidido leerlo. (Importància de l’escriptor)

 

Interesarse por otros escritores está muy bien, aunque conviene evitar la obsesión. La aproximación –física e intelectual—de un escritor a sus colegas contemporáneos habría de ser, me parece, discreta e intermitente. Porque existe el peligro de que una atención excesiva a la obra de un compañero de oficio acabe paralizando la propia escritura. O condicionándola a un modelo que no es transferible. Yo soy partidario de una relativa distancia, compatible con la curiosidad, la admiración, el respeto.

La envidia hace perder mucho tiempo, nos distrae de lo que importa, malgastamos las horas que tenemos para nosotros, para hacer nuestra labor. Mi impresión es que no tengo, ni he tenido, un sentimiento de envidia por otro escritor. Siempre me he contentado perfectamente con aquello que he podido hacer. Más bien me considero afortunado.

La envidia lleva a menudo a la imitación de otro o a la invención artificiosa de un carácter que no es el natural en el escritor envidioso.

Escribir es un oficio que se ha de ejercer con cierto grado de aislamiento psíquico, evitando tentaciones comparativas. (L’enveja perjudica)

 

Infelices los que nunca han podido admirar nada, o les cuesta mucho hacerlo. Estoy seguro de que esta incapacidad de admiración lleva a alguna clase de sequedad de espíritu y de egocentrismo que probablemente hace padecer, inconscientemente.

Todos los escritores que tienen un mínimo de calidad o de éxito tienen admiradores.

Lo cierto es que yo no necesito admiradores, sino gente que comprenda y acepte lo que escribo. (L’admiració)

 

Yo no he intentado desarrollar un “proyecto” literario. Comencé como novelista y al cabo de pocos años lo dejé correr. Admito que ahora podría tener un relativo sentido de “obra” mi colección de viajes a pie.

Si no he pensado nunca hacer una obra, mi “obra”, es porque me he dedicado a hacer libros. Sí, un libro tras otro, sin programa, con libertad y con gran alegría de hacerlos y con una gran confianza en mí y en el lector. Con la sensación de que participábamos en el mismo juego –yo escribo un libro, tú lo lees ahora y aquí. (Obra)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario