Las emociones que me hacen sentir las debe ordenar el cerebro, mientras que una melodía, ondulante, es como una serpiente que infiltra un veneno directamente en la sangre. Lo que me enternece no son las palabras que no siento, la memoria de una situación que no he vivido.
Puede ser la sensación biológica del paso del tiempo. Como si el cuerpo tuviera unos sensores que captaran este paso en la sucesión de estímulos musicales. (Melodies.)
Cuando escucho a una persona importante –por su ética, su inteligencia, su cultura, su vitalidad--, procuro entender lo que dice. (Mirar, escoltar.)
Lo que identifica una obra de arte es la creación de un ritmo. En el cine, no sólo la belleza de las imágenes, sino el ritmo de su montaje. En el teatro, más que lo que se dice, el ritmo escénico. En la pintura, no sólo la calidad de los colores, sino la composición en un espacio. En la música, no la producción de unos sonidos, sino la elección de un ritmo ordenador. En la narrativa, más que las palabras, las frases organizadas en una sucesión rítmica determinada.
La acumulación de gestos, de sonidos, de colores, de palabras no es nada. Sólo son acciones. La acción necesita un ritmo para que sea una obra de arte – o para nos parezca arte a nosotros. (Ritme.)
Como escritor, los adjetivos me dan un poco de miedo. El adjetivo sorpresa conviene que vaya detrás. Cuanto más suave sea el que va delante y más duro el detrás, el efecto es más sugerente: un cielo rosado y moribundo. La adjetivación es una técnica de selección y combinación.
La fabricación de adjetivos puede ser hecha con una astucia profesional de tanta calidad que no se descubra el truco. Pero se ha de ser prudente. Con demasiados cubitos de hielo se enmascara tanto la excelencia como la mediocridad de un whisky. (Adjectius.)
Hace milenios que hay bosques y montañas y valles oscuros y silenciosos en la noche. La Naturaleza (con mayúscula). No es la mía. Demasiado vaga, inmensa, distante. Permanente. Mi minúscula naturaleza propia es de ámbito pequeño, pero dialogante. Temporal. Cuando camino por las calles y me doy cuenta de que las luces están ahí, siento la compañía del mundo donde quiero vivir. No hay cielo, no hay desierto sobre la cabeza; sólo hay en él lo que está a la altura de los ojos. Los escaparates. La gente que espera delante de un cine…(Llums de tardor, a ciutat.)
La memoria del paladar depende de la memoria de la situación. Qué ves, qué te rodea, con quién estás, cómo te encuentras, las ganas de estar bien… Lo que comes entra en esta memoria. (Parlant de pressecs.)
Las ventanillas de los aviones son mis mejores profesores de geografía. Desde un avión entiendo muchas cosas. Clarísimas lecciones sobre la organización de los espacios.
A pie y en avión, los dos grandes viajes, por el atlas geográfico, por el atlas humano. (Des de l’avió.)
Afortunadamente, conocerse uno mismo es imposible.
Un viaje a pie es un viaje al exterior de uno mismo. Un intento higiénico de desprotagonizarse. Contra la vanidad de autodefinirse, el placer de inventarse. A cada paso, el hombre que se mueve renuncia a una posición que había adquirido. (Interior i exterior.)
La vida es una sucesión de olvidos fácilmente asimilables. (Mary Poppins.)
Pienso que es bueno que un escritor sepa circunscribirse a sus límites de capacidad. Si no se puede convivir felizmente con el oficio, debe ser difícil convivir con la vida. Describir es un ejercicio fundamental. Entrenarse en la observación y en la crítica del resultado. Describir para aprender a desenamorarse del yo, probablemente mediocre. Todo lo que se escribe tiene fecha de caducidad. Prohibirse tanto la soberbia como la humildad.
Literatura es lo que los editores, los críticos, los autores, los lectores o los no lectores creen que es literatura.
Vivir, escribir. Dos oficios satisfactorios, personales, para extinguir. (Què rima amb escriure.)
Poner una hoja de papel blanco en la máquina de escribir es como prepararse una trampa a uno mismo. He caído en ella unos cuantos miles de veces. Una trampa especialmente peligrosa porque no es traidora, no oculta nada. Utiliza precisamente el vacío para inmovilizar a la víctima. Pero yo no soy la víctima de ella, sino el autor de La Trampa. La he creado para poder entrar en ella y encontrar la manera de salir de ella. La salida no la he descubierto nunca buscando la palabra mágica, sino pensando un poco. La acción de pensamiento indispensable para continuar pensando el día siguiente –y si puede ser, de una manera más precisa. La trampa de obligarse a pensar un poco cada día hasta que pensar se convierta en un hábito.
Para salir de la trampa del papel blanco no se ha de esperar que llegue un gran pensamiento, porque uno se expone a vivir siempre en la trampa vacía. Hay bastante con un pensamiento sencillo y redondo, que es el que nos dará confianza para prepararnos una nueva trampa. (Posar un full de paper.)
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