viernes, 9 de agosto de 2013

EL RELATO DEL MES


EL OLIVO SECO                                                      

 

En el último viaje que el viajero hizo a la isla, en un pueblo del interior se acercó hasta su iglesia para visitarla y de repente se topó, a unos metros delante de la entrada, con un olivo seco. Examinó exhaustivamente el árbol por si descubría algún detalle extraordinario que explicase la causa de por qué había alcanzado ese estado y no descubrió nada que lo justificase. El cura, un hombre mayor ya y circunspecto, se acercó al viajero con ánimo de ayudarle.

--No se extrañe, señor. Este olivo seco sigue en pie porque quiere que nadie en el pueblo olvide nunca lo que aquí ocurrió.

Y a la interrogación silenciosa del viajero, el sacerdote le explicó lo que sigue.

 

Una vez que la guerra civil hubo estallado en la Península, los republicanos de la isla, armados hasta los dientes, se acercaron a la iglesia para exigir al cura agua de la cisterna. El sacerdote les pidió a cambio que hicieran el favor de dejar fuera las armas pues iban a entrar en un recinto sagrado. Los soldados se burlaron de sus pretensiones y le exigieron que se hiciera a un lado para que los dejara pasar. El cura les recriminó sus intenciones y cerró la puerta de la iglesia. Los hombres armados golpearon con las culatas de sus fusiles la hoja de madera insultando al cura y amenazándole a gritos que si no abría la puerta inmediatamente, la tirarían abajo y harían con él lo que quisieran. El hombre de Dios, haciendo caso omiso a las amenazas y a los insultos de los republicanos, se dirigió a las gradas del altar y, poniéndose de rodillas, alzó los ojos al Crucifijo y empezó a rezar mientras se disponía a morir.

Los de fuera acabaron derribando la puerta y, sin dejar de proferir insultos al sacerdote y disparando sus armas a las imágenes del interior, llegaron hasta donde estaba rezando aquél, lo levantaron sin miramientos y, arrastrándole como si fuera un animal que se lleva al matadero, lo sacaron de la iglesia, lo desnudaron y lo colgaron del olivo valiéndose de los jirones en que habían convertido la sotana mientras lo arrastraban.

 

El cura mayor hizo una pausa en su relato, cogió por el brazo al viajero y, rodeando el tronco del olivo seco, lo llevó hasta una de las primeras ramas del árbol. Allí le enseñó unos rasguños en la corteza.

--¿Ve esto?—le dijo--. Son los rastros que dejó el jirón de la sotana con que aquellos desalmados colgaron al párroco, que lo único que pretendía hacer era defender la casa de Dios. Por eso hemos respetado el olivo. Así, todo el mundo al verlo, recuerda las barbaridades que pueden provocar los odios de la guerra. Además existe algo en este olivo seco que prueba que aquel cura joven, fiel servidor de Dios, sigue siendo un santo para nosotros.

--¿El qué? –preguntó incrédulo el viajero.

--Si usted volviera en primavera por aquí, podría comprobarlo con sus propios ojos.

El viajero abrió las manos en señal de no entender lo que quería decirle el cura mayor. Así que éste le dijo:

--De estos rasguños de la rama, cada año, al volver la primavera, rezuma una savia roja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario