jueves, 2 de mayo de 2013

MIS POETAS Gustavo Adolfo Bécquer


Gustavo Adolfo Bécquer

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836 – Madrid, 1870) lo conocí muy pronto, en las clases de Castellano que recibí de muy niño en Los Salesianos de mi ciudad natal. El profesor, un religioso tan sabio como sensible respecto de las bellas letras, no había día en que no nos recitara un poema o nos leyera una fragmento de prosa, y nos obligara a copiarlos con buena caligrafía y mejor presentación en nuestros respectivos cuadernos de clase. De unos y otros conservo feliz recuerdo y del que más de una Rima de Bécquer, la de las golondrinas, cuyo primer verso es :Volverán las oscuras golondrinas… Desde entonces el nombre del poeta romántico no se me ha caído de los labios. Y en el Instituto, cuando en las clases de Don Ramón Luelmo salía a relucir Bécquer, era como recibir una descarga en mi corazón. En la lección dedicada al poeta sevillano encontré varias Rimas y un fragmento amplio de El rayo de luna, una de sus más conocidas leyendas, cuyo protagonista es Manrique, un noble la Leyendas. En unas y otras latía poderosamente la poesía. No puedo negar que Bécquer es no sólo mi primer poeta favorito, sino mi primera fuente de inspiración y, sobre todo, mi mentor. que en vez de ejercer el oficio de las armas prefiere encontrar la poesía en la naturaleza, llegando a enamorarse de un rayo de luna. No tengo que añadir que tanto esas Rimas como el fragmento de la leyenda que incluía la lección de nuestro manual me los aprendí de memoria. Y me entraron unas ansias locas de conocer la obra entera de Bécquer para leerla a solas y aprendérmela de memoria. Por eso, cuando un verano de aquellos de estudiante de bachillerato me mandó mi hermano mayor desde Barcelona, donde estaba trabajando, un libro sobre Bécquer que la editorial Janés había publicado por entonces, mi locura llegó a las nubes lo mismo que mi felicidad. Fue un verano inolvidable en que me metí en el alma de Bécquer, desnuda y confidente en las Rimas, y en su portentosa imaginación desplegada con todo lujo de bellezas y maravillas en las Leyendas.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Lo que más me llama la atención de Bécquer es su manera de expresar los sentimientos, casi confidencialmente, al oído de la persona a quien se dirige, normalmente una mujer; con esas imágenes tan sencillas como eficaces, referidas muchas de ellas al mundo de la naturaleza, que parece comulgar con su modo de sentir y cuyas acciones parecen proyecciones de las del poeta, y con ese lenguaje tembloroso y tímido, vestido con estrofas donde se combinan tan sabiamente los versos, ya sean de arte menor o arte mayor o combinación de unos y otros…

 

Acaso un ejemplo que deje palmario lo dicho sea la

 

RIMA VII:

 
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.


¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarla!
 

¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga: “Levántate y anda”!

 

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