Sentados entre sol y sombra en el Paseo del Born de Palma, vemos pasar, subir y bajar gentes de la más diversa índole.
Pasa un grupo de alumnos que vimos hace poco ojear libros delante del Ayuntamiento, y se llevan de nosotros el recuerdo de cuando éramos adolescentes y nos comprábamos en tal día como hoy, ella un libro para mí y yo una rosa para ella.
Pasa un grupo de jubilados que portan bolsas con ensaimadas para llevárselas a los suyos de vuelta del viaje, y nos recuerdan lo que nosotros somos: una pareja de jubilados. Y sonreímos por no hacer otra cosa.
Y finalmente hay otra gente que no pasa, que no sube ni baja, que tiene por vivienda un banco del paseo y duerme en una sábana de cartón de embalaje, bajo un techo de árboles con polen. Y ni siquiera sonreímos. Preferimos levantarnos y pasear lo que queda de tarde y abrir bien los ojos para no perder nada de esta belleza viva que nos regala Palma.
Eso es lo que nos llevaremos.
Las posidonias:
esqueletos de mar
que siempre esperan.
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