Las fallas
Ayer todo un mundo de ilusión y fiesta ardió con los monumentos de cartón y madera que Valencia levanta todos los años a la venida de la primavera. Y cada vez que veo por televisión la fiesta que deambula por la capital del Turia entre buñuelos, faldas de flores, horchata y mascletás, recuerdo lo vivido personalmente durante unas fallas hace ya muchos años, concretamente en 1997 con motivo de haber ganado el I Certamen de poesía taurina La Tertulia, cuyo jurado estaba presidido por Francisco Brines y compuesto por Vicente Gallego, César Simón o Carlos Marzal, entre otros conocidos poetas. En aquella ocasión, que me permitió charlar de vida y poesía con personas tan expertas en ambas disciplinas, porque también la vida es una asignatura que nos dirige a la vez que nos enseña, tuve la suerte de vivir en vivo y en directo la primera mascletá de mi vida desde uno de los balcones que se abren generosos a la plaza del Ayuntamiento, escenario habitual de esa fiesta dedicada a la pólvora a los estampidos. Fue invitación igualmente generosa de uno de los miembros de La Tertulia que en Convento Jerusalén, 32, tiene la sede donde se reúnen en sagrado conciliábulo taurino los amantes de los toros y la poesía. Cada instante vivido en la sede de La Tertulia el día de la entrega del premio es inolvidable. El preciado galardón entregado de manos de la exministra de Cultura Carmen Alborch, las palabras que Paco Brines dedicó a mi poema, los aplausos que recibí tras leer Toro de la noche ante los invitados, la exuberante comida y exquisitas atenciones con que nos regalaron a mi mujer y a mí los miembros de la asociación y un sinfín de detalles emotivos hicieron irrepetible e inolvidable nuestra breve estancia de un fin de semana en Valencia. Y luego la oportunidad de pasear por la ciudad y vivir de cerca y desde dentro la plantá, base del desarrollo de las fallas y todo lo que sigue. Bullicio, churros, fuegos artificiales..., alegría en una palabra que, por otra parte, tiene siempre su final aunque viva en el recuerdo para siempre. Por mi parte, además de ese recuerdo, permanece la amistad y la generosidad de una gente que se volcó con nosotros, y todo gracias a un poema, Toro de la noche, publicado primero en una maqueta editada por la propia Tertulia a los pocos días de recibir el premio, y hace poco más d eun año en Hacia la luz, colección de poemas rescatados de cien publicaciones anteriores que vio la luz en Bubok. Y gracias, sobre todo, a la idiosincrasia del pueblo valenciano, de por sí amable y desprendido.
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