La noche en Peñíscola tiene una magia especial. Y no es una frase hecha. Sólo hay que darse un paseo por la avenida del Papa Luna, paralela al mar y a un paso del Castillo donde el contumaz Pontífice se refugió en los últimos años de su vida, para darse cuenta de lo que digo. El ruido del mar, eterno y musical, la omnipresencia de la historia y sus avatares y la fuerza elemental e inconsciente de la naturaleza, inexorable en su transcurso, coadyuvan a ello. Hasta estas tres palmeras de la playa se ven obligadas a reverenciar a la reina de la noche y a ejecutar un paso de baile mágico en su honor. Es como si las tres íes de la numeración romana de Benedicto XIII le hicieran un guiño al transeúnte de esta hora aquí en este justo lugar de Peñíscola desde el más allá, que es estar siempre en la línea mágica de la eternidad.
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