viernes, 23 de abril de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

La radio

Desde muy niño mi relación con la radio siempre ha sido muy estrecha. Desde aquella galena que construyó mi padre y que me descubrió todo el misterio de las ondas sólo con un pedazo de mineral de plomo, un alambre y unos auriculares, no he parado un momento de agradecer a la radio todo lo que me ha dado en mi vida hasta este preciso instante. Cuando luego entró en casa una radio de madera con pilas, voltios, ruedas y dial, y ocupó un sitio importante en la cocina, mi admiración por el mundo inexplicable de oír voces que salían del aparato y música y seriales y novelas que alegraban las siestas de las amas de casa de la posguerra, aumentó infinitamente. Matilde, Perico y Periquín, el Zorro, las novelas de Guillermo Sautier Casaseca... fueron emociones, hitos de la historia de mi infancia y primera adolescencia. Y también de mi labor como poeta cuando, de regreso a mi ciudad natal en breves paréntesis y ya instalado en Barcelona, me daba una vuelta por la emisora, regentada por condiscípulos míos en el Instituto Claudio Moyano de Zamora, y hablaba por el micrófono de mi poesía sobre la ciudad que me vio nacer y contaba cosas y experiencias vividas en otros tiempos en mi barrio y en la capital, sobre todo en los alrededores del Castillo y la Catedral. Entonces también la radio me daba satisfacciones y alegrías, además de la ocasión de cambiar impresiones sobre la vida y el tiempo transcurrido, la profesión y las aficiones con mis antiguos compañeros de estudios. Y, cuando pasado el tiempo y viviendo ya en estas otras latitudes, cerca del mar y rodeado de joyas de Gaudí y Picasso, me hice mayor y aprendí los oficios de profesor y poeta, y los dolores de la responsabilidad y zancadillas del trabajo me hicieron tambalear, la radio en forma de silencioso amigo prolongado en pequeños y sutiles auriculares vino a ayudarme de nuevo, y en la noche larga y angustiosa, llena de sudores y palpitaciones, taquicardias y miedo a la muerte, me dio confianza su voz susurrante, su calmada música, y sobre todo me ayudó a llegar al nuevo día y a seguir viviendo. La radio nunca me ha dejado y yo nunca la he dejado a ella. Aún ahora, jubilado y curado de aquellos miedos de antaño, recuperado de todas las angustias que me atenazaron durante algún tiempo, cuando alguna noche no logro conciliar el sueño o me desvelo en medio de la madrugada, busco la radio y en penumbra palpo su corazón hasta que doy con la voz, la música que sabe acompañarme como nadie.

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