domingo, 4 de abril de 2010

IMPRESIONES VENECIANAS



COSAS


“El lento avance de la embarcación en medio de la noche era como el paso de un pensamiento lógico por el subconsciente.” (Joseph Brodsky, Marca de agua.)

Ese pez que dice Tiziano Scarpa que es Venecia (a mí me parece que son dos peces que se muerden por la boca) está a punto de caer en mi plato (lo digo desde el cielo camino de su luz) para ser devorados por mis ojos, que ya están hambrientos después de haber realizado muchas lecturas sobre las innumerables islas que forman el mundo veneciano.

Los reflejos de los puentes sobre las aguas temblorosas de los canales prolongan el ansia fugaz de la mirada.

El sol revienta en la cúpula de la Salute, mientras sobre la laguna las negras góndolas bailan su soledad crepuscular, cargadas de sombras bajo sus capotes azules.

Las aguas de los canales no descansan ni un momento y tiemblan con el paso de alguna nave mientras luchan por reflejar el tiempo rosa y dorado de los palacios.

Los palos de la laguna vibran como penes después de hacer el amor.

Los puentes son como las cuentas de un rosario para rezar a la diosa belleza.

El cielo es un palacio iluminado en la curva de un canal en penumbra.



“¡La luz de invierno de esta ciudad! Tiene la extraordinaria propiedad de aumentar el poder de resolución del ojo hasta el punto de la precisión microscópica.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

Sol, palomas, niños riendo y alborotando. Vaya, una cosa que ocurre en todo el mundo, y Venecia no iba a ser menos.

Hasta llegar a San Pietro del Castello el camino (un ajetreado canal) se puebla de mercadillos al pie del agua y sobre ella, y enseguida un laberinto de callejas y puentes airosos que lo convierten en memorable.

La paloma volando delante de la fachada de un palacio del cuadro de la habitación parece estar invitándonos a dejar volar nuestros ojos por ese mundo mágico de Venecia que vive fuera.

Poemas malos se escriben a todas horas en todas partes. Venecia espera en cualquier rincón a que el poeta auténtico encuentre el hilo de su poema.

“El ojo adquiere en esta ciudad una autonomía similar a la de la lágrima.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

¡Qué rápida pasa la mañana bajo esta luz lechosa de Venecia mientras los pies y los ojos son guiados por el ansia de vivir tanta belleza!

El vino italiano sabe a tiempo conjurado en una memoria selectiva.

Esta luz dorada que se derrama generosa sobre las migajas de la mesa les da patente de riqueza.

Andando sobre tumbas de mármol en la iglesia de Nuestra Señora dei Frari, topamos con la Asunción de Tiziano, en el altar mayor, que nos empuja hacia arriba, mucho más allá de la luz coloreada que revienta en las altas vidrieras que la envuelven.

Pinturas, esculturas, columnas, arcos, tela y mármol domados por el artista para acercarnos a la vida el reino inexorable de la muerte.

Los cordones rojos de las iglesias prohíben constantemente la entrada a la palpitación eterna de ciertas obras de arte.

Aquí las sombras son las esclavas de la luz.

Al reloj de la muerte le faltan las agujas que pautan el tiempo: Podemos vivir eternamente…, pero sólo aquí en la Sala de las Reliquias, junto al tríptico de Bellini. Y vale la pena.

Y los leones por todas partes, tallado en madera, en mármol, en mi imaginación…

“En esta ciudad, los leones son ubicuos y, con el correr de los años, he ido adoptando inconscientemente este tótem, hasta el punto de poner uno en la cubierta de uno de mis libros.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

Lo que hacen las góndolas con el agua, lo hacen las campanas con el aire. Las campanas y las góndolas son hermanas, pero hermanas condenadas a no encontrarse nunca.

Huelen un poco los canales a la humanidad que deambula incesantemente, como la vida y la muerte, por el laberinto de calles que señalan la dirección de Rialto, de San Marco, de Ferrovia, de P. Roma, de cualquier sestiere… Si no fuera por las góndolas o los vaporettos que dejan sus estelas también sin parar en los canales y se llevan los malos olores al jardín del Romanticismo.

Los árboles en Venecia están clavados en el agua muertos, sin brazos, sin pájaros. Vivieron un día y ahora se limitan a señalar el vuelo majestuoso de las góndolas.

Por la noche el Puente de Rialto se mantiene en pie de milagro. De día se alimenta de máscaras y bisutería que se disputan los rebaños humanos.

“La ciudad toda, especialmente de noche, semeja una gigantesca orquesta, con los atriles a media luz de los palazzi, con un turbulento coro de olas, con el falsetto de una estrella en el cielo de invierno.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

Lo bueno que tienen los palazzi viejos y húmedos es que enseguida les da el sol en los ojos, y eso les proporciona vida y calor y llevan mejor su eterno hundimiento.

El agua de la laguna, abierta en dos por el vaporetto, es el camino que el poeta hace al andar.

El león es tan emblemático en toda Venecia, que hasta se prodiga en las fuentes de las que mana el agua incesantemente.

Una gaviota llora en alguna parte. Un vaporetto pasa alejándose. El mundo del placer, artístico y gastronómico, se queda con nosotros.

Un antílope de Murano se irá con nosotros a Barcelona. El cristal dorado y blanco pastaba silencio hace unos minutos en la vitrina de la tienda. Ahora su elegante cornamenta negra viaja en nuestros sueños.

Los espaguetis con vongole y calzze saben a mar y a respiración de gaviota.

Los gorriones tienen tanta hambre y tanto atrevimiento, que vienen a comer a nuestra mesa.

La tierra y el mar se dan la mano en nuestro plato: calamares y chipirones fritos y verduras salteadas.

Los ojos de los vaporettos están hechos a todos los caprichos de la vida y del arte: no hay belleza ni cosa anodina que les impresione ya.
Por los anchos chorros verdes de los cipreses trepan al cielo las luces de los muertos que descansan a sus pies.

Cara y cruz de la muerte en San Michele: pilas de troncos de cipreses cortados junto a cruces y lápidas rotas.

Los palos de la laguna, de dos en dos, de tres en tres, de cuatro en cuatro, asoman sus cuerpos sobre el agua y juntan sus manos hacia el cielo en una enternecedora plegaria acuática.

“Las iglesias, he pensado siempre, deberían permanecer abiertas durante toda la noche; al menos, la madonna dell’Orto.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

Algunos canales no huelen porque las embarcaciones no dejan en paz al agua.

La artesanía levanta altares junto a los canales del Dorso Duro.

Una melancólica guitarra pauta la tristeza de la tarde, que no quiere irse del todo.

La caída de la tarde parece que empalidece la belleza de Venecia, cuando lo que realmente hace es acentuar en las sombras la intensidad de su permanencia.

“La belleza consuela desde el momento en que es segura. (…) La belleza está donde el ojo descansa.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

El amaro es un coñac con hierbas aromáticas.

La vela encendida sobre la mesa donde cenamos felices es la vida que, amenazada siempre por la muerte, sigue alumbrándonos el alma y las ansias de vivir.

Cuando Venecia amanece velada por la niebla las campanas de Santi Apostoli suenan entre algodones.

Reposando sobre la canasta del pescado, el San Pietro muestra la moneda de San Pedro que se tragó el pez.

A un lado de la lonja del pescado de Rialto, las gaviotas aguardan su turno sin impacientarse.

“Al rozar el agua, esta ciudad mejora la apariencia del tiempo, embellece al futuro.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

El campanile de San Marcos juega al escondite con la niebla.

“Esta ciudad no es apta para museo, por ser en sí misma una obra de arte, la mayor obra maestra que produjo nuestra especie.” (J. Brodsky, Marca de agua.)

Sólo un detalle afea la belleza de San Sebastiano: los andamios de las obras, que empiezan a ser eternos.

Los leones de Lombardi parecen mover la cola en los muros del Hospedale Civile de la plaza de San Giovanni e Paolo.

El Ave Fénix está aquí, en la esquina de La Fenice, sobre el quieto canal, por algo: el teatro ha sido dos veces devorado por el fuego y otras tantas se ha levantado de sus cenizas.

“El agua es igual a tiempo y proporciona su doble a la belleza. (…) Al rozar el agua, esta ciudad mejora la apariencia del tiempo, embellece al futuro.” (J. Brodsky, Marca de agua.)


No hay comentarios:

Publicar un comentario