Ayer, Día del Padre, asistí por primera vez a la fiesta de la Guardería de mi nieto dedicada a los abuelos, padres dos veces. Y cuando nos hallábamos en la sala de actos, sentados y a oscuras para ver el espectáculo que las maestras habían preparado para nosotros, mientras los niños, quietecitos y sentados en primera fila, seguían muy atentos los números de sus cuidadoras, en una especie de relámpago lírico se me presentaron en la memoria algunos detalles de varias fiestas escolares en las que yo había participado a lo largo de mi vida como alumno y como profesor. Y mientras en las sombras de la sala de la guardería de mi nieto, las luces se movían al ritmo de una música infantil y la canción de la gallina sonaba en boca de la cuidadora, varias imágenes se alumbraron en mis recuerdos, desde aquella vez que en el Colegio del Amor de Dios de mi ciudad natal los niños jugábamos al corro ante la mirada solícita de las monjas que nos cuidaban, hasta que, de profesor, me encargaba del juego de tirios contra troyanos de mis alumnos en el Colegio privado donde empecé mi carrera de docente o en La Románica, Instituto donde hace poco me jubilé de toda ella, asistía en el Gimnasio a los números de disfraces y cánticos que mis alumnos realizaban ante un público compuesto de alumnos, amigos, padres y profesores, pasando por aquel juego de sacar con la boca manzanas sumergidas en agua, la carrera de sacos, o encontrar bolsas de caramelos escondidas en el jardín de los Salesianos mientras yo fui alumno, la fiesta del árbol, la salida al campo a buscar hojas que hacíamos en la escuela de mi hermano mayor, etcétera.
Sí, ayer en la fiesta de la guardería de mi nieto, viéndole sentadito en la primera fila entre sus compañeros de aprendizaje de la vida, mientras sus cuidadoras realizaban ante los abuelos aquellos números de luces y música, fui de nuevo niño y adulto a la vez, alumno y profesor, todo en uno. Y cuando acabó la función y los abuelos con nuestros correspondientes nietos salimos al patio para charlar amigablemente de nuestras cosas mientras nos servían un refrigerio, recuperé mi figura de abuelo y jugué con Xavi a coger flores, a cucú trastrás, a saltar, a columpiarnos, a lanzar una piedrecita desde los neumáticos, a mil cosas. Un momento imborrable. Que haya muchos como él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario