viernes, 18 de octubre de 2013

COMPAÑÍA PARA INSOMNES


 
 
Hay libros de esos que están escritos para acompañar a los insomnes con confesiones y confidencias relacionadas con el mundo de la música, la literatura el cine o la poesía, un mundo que recrea los sueños y los deseos más peregrinos. Hoy recojo en estas páginas un ejemplo de ese tipo de libros: se titula CUADERNO DE MADRUGADAS y es obra de José Costero (Corona del Sur, 2010), viejo amigo de encuentros literarios en el Ateneo de Barcelona.

En resumen, se trata de un libro nostálgico, a veces triste, pero siempre ameno, con notables rasgos líricos y bien escrito, con la pluma y el corazón de un pensador y poeta experimentado que evoca momentos y experiencias dolorosas casi siempre de personajes que por mérito propio han pasado a la historia y cuyas obras aguardan impacientes en nuestras bibliotecas y en nuestras cadenas musicales.

 José Costero ha reunido en 180 páginas a ilustres músicos, cantantes, poetas, novelistas, dramaturgos, estrellas de cine, psicoanalistas…, de la talla de Mozart, Allan Poe, Baudelaire, Chejov, Freud, Stevenson, Buster Keaton, Silvia Plath, Blas de Otero, Dylan Thomas, Camus y un largo etcétera, con la intención de acercárnoslos a nuestra vida cotidiana, ajetreada y llena de altibajos, y entre ellos el insomnio. Porque este libro está escrito por un insomne, que llena esas horas larguísimas y duras de la madrugada con audiciones de música y lecturas diversas para sobrellevarlas mejor y dejar constancia, a través de las evocaciones de esos personajes españoles y universales en situaciones muchas veces extremas, de sus propias inquietudes y confesarnos sus propias manías y obsesiones.

En dosis de cuatro hojas (pocas veces sobrepasa esa cantidad) andamia toda una vida a partir de un momento clave de cada uno de los 20 personajes que aparecen en el CUADERNO, una borrachera, una enfermedad, una manía…, para desnudarnos no sólo el alma de esas figuras de fama universal, sino la suya propia. En estos veinte microensayos, José Costero, pinta con breves y certeros trazos la fulgurante vida del personaje en cuestión, que recibe en el título de entrada diversos epítetos y reflexiones, y así Faulkner es el Shakespeare del Missisipi, Bartra, la raíz que camina, Camus el cancerbero de la conciencia, Stevenson el que cuenta cuentos, Blas de Otero es fieramente humano, Artaud un corazón de naufragios,  mientras que a otros ilustres acompañantes de la madrugada los sitúa en situaciones vitales extremas: a Poe en el fondo de la botella, a Scout Fitzgerald atado al bourbon, con hielo, para el fracaso, o a Dylan Thomas en la última cogorza, y es que una nota común une a muchos de estos preclaros  personajes: el consumo excesivo de alcohol, drogas y otras sustancias parecidas.

Le doy las gracias a José Costero desde mi rincón de Tossa, donde estoy saboreando las páginas de su CUADERNO, por este regalo de observaciones biográficas, reflexiones y opiniones sobre la aventura vital de las 20 figuras que lo habitan, reflexiones y opiniones que muchas veces son verdaderas confidencias de este acérrimo melómano castigado (casi diría yo premiado: a la vista está el resultado literario conseguido) por su insomnio recalcitrante, y alguna vez un merecido homenaje de cariño y admiración dedicado a un amigo suyo, como el caso de Agusti Bartra.

He aquí un fragmento de uno de sus microensayos, éste dedicado al poeta español Blas de Otero:

“En esta madrugada insomne, como tantas otras, deambulo por el piso y busco en el anaquel de la biblioteca un libro para leer e inducir así a que el sueño de apodere de mí. Escojo una antología de Blas de Otero y me reprocho ese semiclandestino olvido en que tengo al poeta.

Escribo como escupo. Esta lacónica expresión puede resumir muy bien cómo concebía Otero la misión o posible destino de la poesía. Y explaya también su pesar porque él era el primero en ser consciente de que la voz del poeta, de los poetas, no llegaba con toda la necesaria y palpitante eficacia a las gentes del pueblo. Es la eterna disonancia. Si un poeta se siente solidario y desea ser escuchado, se ve obligado a utilizar un lenguaje en ocasiones distante de lo estrictamente poético. Y el pueblo suele escoger y aplaudir más lo que hay de panfletario que de genuino. Es el inevitable debate que se plantea entre los partidarios de que el escritor debe esforzarse para hacerse entender y que sus frutos sean compartidos, a fin de anular el divorcio que existe entre él y la ciudadanía, y los que afirman, en cambio, que no debe supeditarse a nadie, que el poema no es como una carta con un destinatario conocido, y no debe sacrificar la autenticidad de su obra por la comprensión primaria de un público culturalmente limitado” (páginas 169 y 170)

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