El cielo, el templo y los sembrados, y formando parte de ellos, el hombre del campo, pastor o labrador, acompañado de su animal favorito, y ambos, cada uno a su manera, disfrutando de la paz del solitario paisaje.
Es una visión.
Sólo existe en el alma del autor.
Por sepàrado, los elementos que la forman, son, están en alguna parte de Castilla y León.
La geometría de los campos, sembrados o en barbecho, tienen su presencia en cualquier ámbito castellano.
El cielo es el palio eterno que los ampara durante las cuatro estaciones del año, implacable la mayoría de las veces y otras benigno y apacible.
El templo, San Pedro de la Nave, está traído aquí por el deseo.
Y en primer término, sobre un campo primaveral donde las amapolas, sangre de la tierra como diría Juan Ramón, ocupan un lugar destacado, como plantada por la paz, emerge la pareja animada de la visión: el hombre en su actitud de reposo contemplatico, y el perro, en el gesto humilde espera ante la orden de su amo.
Paz en el campo.
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