Caperucita se salió del sendero de su bosque y se encontró en otro lugar del bosque de Alicia. Algo no iba bien. O Perrault se compadeció de la niña cambiando de golpe el lobo por el conejo. O Levis Carrol quiso de repente cambiar la suerte que tenía su protagonista y la puso a prueba para ver cómo lograba burlar los colmillos del lobo. Hay una tercera opción: la tradición popular se cansó de tanta ñoñería y echó al ruedo de la perdición a las dos muchachas confiando en que la astucia innata de la infancia las hiciera capaces de salir airosa de los peligros que la rodean. En un mundo como el de hoy hasta los más pequeños saben cómo hacerlo. Tampoco hay que insistir demasiado.
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En la hidroterapia el agua es obligada a funcionar en contra de su naturaleza para intentar curar la nuestra.
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Cuando canta Sade, el marqués de su mismo nombre, dueño y maestro de la crueldad sin límites, se ve obligado a huir a las selvas del olvido. La música que acaricia la sedosa voz de Sade nos hace sentir y pensar como en la infancia, como si fuéramos dueños y maestros de los misterios de la vida sencilla de arboledas cuajadas de pájaros y tardes largas de verano donde la noche llega con pasos y rostros amables de personajes de cuento.
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Lo más difícil de un poema no es escribirlo: es empezarlo bien y, aún más, acabarlo mejor. He aquí un ejemplo de poema bueno, con buen principio y mejor final:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
Nótese la repetición del vocativo dirigido a Dios en los cuatro versos de este pequeño gran poema de Antonio Machado, y de qué modo tan estratégico los sitúa el poeta dentro de él: encabezando los versos de los extremos con “Señor” y sin olvidar mencionarlo en medio de los otros dos. Modelo de eficacia, ¿no?
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Decía Borges que no se podía imaginar un mundo sin libros, y tenía razón. Pero menos se puede imaginar un libro que no hable de algún aspecto del mundo.
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Bailan y bailan las medusas en las olas con la música eterna del mar hasta agotarse; finalmente, sólo quedan sobre la arena sus faldas hawaianas.
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Tras vivir junto a su amada la sensación vivísima de un momento único en la playa, el cerebro y el corazón del poeta unieron imperiosamente sus respectivas capacidades para identificar con palabras la emoción sentida. La atención y la búsqueda de un rato intensísimo en que el poeta no vivía otra cosa, dio a luz este verso:
“Besa süave la brisa tu blusa…”
El esfuerzo mental, sin embargo, había sido tan agotador que, el poema recién comenzado se quedó tal cual, sin continuación, temblando en ese extraño endecasílabo (diéresis en la tercera sílaba) surgido de una aliteración que intentaba imitar un fenómeno físico.
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El asesino, desobedeciendo el plan del novelista, decidió llevar a cabo su crimen en el parquing de la casa de vecindad. El novelista, lejos de sentirse contrariado, rompió las fichas que tenían que ver con el asesino y, en vez de contar el asesinato en el ascensor de la finca, como tenía previsto, lo situó en el parquing, por la noche, cuando los coches de los vecinos están todos estacionados. Sonrió al concluir la escena convencido de que cobraría mayor impacto en el futuro lector.
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En la sauna de vapor se aprende a pasar calor y a sudar la gota gorda voluntaria y gozosamente. Sobre todo, sabiendo que puede acortarse cuanto quiera el usuario y ante el alivio de la lluvia fina y fría que le aguarda a continuación, en uno de los circuitos que el SPA le ofrece.
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