Federico García Lorca
Vivo que te quiero vivo sobre el olivo serrano,
no a dos metros bajo tierra ni por la tinta enterrado.
Vivo que te quiero vivo, vivo en la vida del canto
que esta mañana de junio con mis palabras enlazo.
Tu pelo es la noche negra de Nueva York y los charcos
donde palomas sin paz beben la lluvia del llanto.
Tu frente es la arena amarga del coso triste en que Ignacio
derramó la sangre hermosa de las fuentes de su mármol.
Tus cejas, los dos caminos que de pronto se cerraron
muy cerca de tu Granada bajo un olivo asustado:
uno el camino del fuego, otro el camino del canto,
y los dos como dos cauces de dos ríos apagados.
Tus ojos son dos mañanas con dos soles sin verano,
hartos de alumbrar las sombras de muertos enamorados.
Tus orejas, caracolas donde resuenan los mágicos
gemidos de las guitarras entre palmas de gitanos,
laberintos de sonidos donde se pierden los pájaros
entre explosiones de frutas y relinchos de caballos.
Tu nariz, abierto aljibe para el limón y el geranio
y para el ácido triste que derrama el navajazo.
Y cuando llego a tu boca para cerrar este canto,
sé de pronto que estás muerto como te quieren los falsos,
los que levantan su nombre a fuerza de estar nombrando
el tuyo, fiel Federico, madera de sus andamios.
Vivo que te quiero vivo sobre el olivo serrano.
Por eso canto tu boca, boca de cal y candado,
para gritar las palabras que estallaron en tus labios:
“Nunca os dejéis dominar por la voz de los balazos.
La vida sabe a justicia y el hombre oficia de hermano
cuando canta la verdad con corazones y manos.”
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