sábado, 2 de junio de 2012

Cien años de Campos de Castilla, 2

En la entrada anterior hablábamos de la muerte como actitud y como atmósfera en la poesía de Campos de Castilla (1912) de Antonio Machado. En la presente nos referimos a la muerte en uno de los poemas más conocidos del poeta andaluz, La tierra de Alvargonzález, que es una especie de homenaje que Machado rinde al romance español, composición poética presente en todas las épocas de nuestra poesía, desde que en la Edad Media se pusieran de moda los romances viejos, series indefinidas de versos octosílabos con rima asonante en los pares, cuyo origen hay que buscarlo en los Cantares de Gesta (Poema de Mio Cid, Cantar de Roncesvalles, El sitio de Zamora, etcétera), que habían aparecido en siglos anteriores.


2. EL CRIMEN DE  ALVARGONZÁLEZ

Otras veces la muerte se convierte en un horrible crimen parricida, como ocurre en La tierra de Alvargonzález, un verdadero homenaje al Romancero por el que Antonio Machado sentía una confesada admiración. La composición está dividida en varias partes: una introducción en la que se nos presenta al protagonista Alvargonzález desde su casamiento hasta el día en que ya viejo se queda dormido al pie de una fuente, pasando por el nacimiento de sus tres hijos varones, a quienes, ya crecidos los puso a cultivar la huerta y a cuidar de las ovejas a los dos mayores, y al pequeño lo dio a la Iglesia. La segunda parte es El sueño de Alvargonzález, donde ve a sus tres hijos de niños jugando a la puerta de la casa; entre los mayores salta un cuervo (mal presagio), y a su mujer pidiéndoles que suban al monte a por leña para el fuego.



“Tres niños están jugando
a la puerta de su casa;
entre los mayores brinca
un cuervo de negras alas…”



Cuando, más tarde, los mayores quieren encender el fuego, no lo consiguen; sólo lo hace el menor y enseguida la hoguera alumbra toda la casa. Alvargonzález alaba al hijo menor mientras los mayores se alejan en el sueño y un hacha (segundo mal presagio) brilla entre ellos..



“Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los dos fugitivos
reluce un hacha de hierro.”



En la tercera parte, Aquella tarde…, los dos hijos mayores de Alvargonzález encuentran a su padre dormido al pie de la fuente.



“Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le aborrasca
el rostro, un tachón sombrío
como la huella de un hacha.
Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.”



El parricidio, el crimen horrendo se ha cometido.



“A la vera de la fuente
quedó Alvangonzález muerto.
Tiene cuatro puñaladas
entre el costado y el pecho,
por donde la sangre brota,
más un hachazo en el cuello.”



Luego los parricidas cogen el cadáver y lo llevan hasta la Laguna Negra, a cuyas aguas lo arrojan con una piedra amarrada a los pies. La gente encontró la manta de Alvargonzález junto a la fuente y un reguero de sangre que iba hacia la Laguna Negra.Un buhonero que por entonces cruzaba por aquellos lugares fue acusado de matar a Alvangonzález y condenado a morir en garrote. Pasado un tiempo, la madre murió de pena.



Los que muerta la encontraron
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.”


Y así los hijos mayores se vieron ricos y dueños de la huerta, de campos de trigo y ovejas.

Otros díasse titula la parte en que se ve cómo la primavera vuelve a la tierra de Alvargonzález. Sin embargo, el horrible crimen sigue impune.



“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.”



Los parricidas cabalgan a lomos de sendas mulas en busca de ganado, y al pasar cerca del Duero, oyen cantar a una voz  los cuatro versos citados en último lugar:



“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.”



Se les va a hacer de noche en el camino y tiemblan de miedo al recordar lo que hicieron aquella tarde con su padre. Vuelve a sonar la copla en la espesura del bosque:



“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.”



Y cuando hablan del camino de regreso y acuerdan atajar por la Laguna Negra, desisten al momento y deciden cerrar el trato de la compra de ganado en Covaleda. Y antes de salir a zona despejada, les parece oír cantar al agua:

“La tierra de Alvagonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.”



La penúltima parte del poema se titula Castigo, y alude evidentemente al desenlace de la historia. Los dos parricidas ven cómo al cabo de un año de abundancia le sigue otro de pobreza. Los sembrados se llenan de amapolas, el tizón pudre las espigas, los hielos matan las frutas de la huerta y un maleficio hace que enfermen los rebaños. Después vinieron largos años de miseria. Y una noche de invierno en que nieva copiosamente los dos hermanos parricidas se arriman a un fuego casi inexistente. Es hora de remordimientos.



El pensamiento amarrado
tienen a un recuerdo mismo
y en las ascuas mortecinas
del hogar los ojos fijos.
No tienen leña ni sueño.
Larga es la noche y el frío
arrecia. Un candil humea
en el muro ennegrecido.
El aire agita la llama,
que pone un fulgor rojizo
sobre las dos pensativas
testas de los asesinos.
El mayor de Alvargonzález,
lanzando un rosco suspiro,
rompe el silencio exclamando:
--Hermano, ¡qué mal hicimos!



El apartado siguiente titulado El forastero muestra otra noche fría de invierno en que un hombre cabalga por el camino bajo la nevada y llega hasta la casa de Alvargonzález. Es Miguel, el hermano pequeño que regresa de lejanas tierras. Una vez franqueada la puerta, abraza a sus hermanos llorando y luego se arrima al fuego. Pregunta a sus hermanos si tienen leña y le contestan que no. En ese momento ocurre el milagro, la aparición del padre muerto.



“Un hombre,
milagrosamente, ha abierto
la gruesa puerta cerrada
con doble barra de hierro.
El hombre que ha entrado tiene
el rostro del padre muerto.
Un halo de luz dorada
orla sus blancos cabellos.
Lleva un haz de leña al hombro
y empuña un hacha de hierro.”



El siguiente apartado se titula El indiano, aludiendo al hermano pequeño de los asesinos, el cual, con el caudal que ha traído de América, les compra una parte de las tierras y empieza a trabajarlas con ahínco. También trabajan sus hermanos, pero, al contrario de Miguel, la suerte sigue sin acompañarles.



“Ya con macizas espigas,
preñadas de rubios granos,
a los campos de Miguel
tornó el fecundo verano;
y ya de aldea en aldea
se cuenta como un milagro
que los asesinos tienen
la maldición en sus campos.
Ya el pueblo canta una copla
que narra el crimen pasado:
A la orilla de la fuente
lo asesinaron.
¡Qué mala muerte le dieron
los hijos malos!
En la laguna sin fondo
al padre muerto arrojaron.
No duerme bajo la tierra
el que la tierra ha labrado.”



Otro día Miguel, yendo de caza, escucha una voz que canta:



No tiene tumba en la tierra.
Entre los pinos del valle
del Revinuesa,
al padre muerto llevaron
hasta la Laguna Negra.”



La casa se titula el apartado siguiente y en él, como en un paréntesis de calma antes de sobrevenir el desenlace, se describe la casa de Alvargonzález con todo lujo de detalles: es una casona vieja de labradores separada de la aldea y situada entre dos olmos gigantescos, posee un fuego de hogar, a cuyo arrimo dos pucheros de barro alimentan a dos familias, una cuadra y un corral, un huerto y una escalera que conduce a las habitaciones distribuidas en dos viviendas: en una viven los hermanos mayores, y Miguel en otra, que es donde vivían los padres y donde soñaba Alvargonzález ser un día feliz y grande. Sin embargo, el pueblo hoy canta una copla que dice:



“¡Oh, casa de Alvargonzález,
qué malos días te esperan;
casa de los asesinos,
que nadie llame a tu puerta."

A continuación se describe una tarde de otoño en que todo es despedida y tristeza en torno a la casa de Alvargonzález, un bello romance en el que poeta nos trasmite sus propias inquietudes, que acaban con los versos



“¡oh, pobres campos malditos,
pobres campos de mi patria!”


En el penúltimo apartado de esta magnífica sinfonía de romances titulado La tierra, se abre con una mañana de otoño en que los hermanos labran con esfuerzo sus tierras; el arado apenas avanza.



Cuando el asesino labre
será su labor pesada;
antes que un surco en la tierra,
tendrá una arruga en su cara.”



Y en la huerta la azada, al hundirse en la tierra, aparece teñida de sangre.

Así que, los parricidas, hartos de sufrir con la tierra sin lograr nada de ella, venden todo a su hermano pequeño: casa, huerto, colmenar y campo.

Finalmente, en el apartado del desenlace de la historia titulado Los asesinos, vemos a éstos emprender con el alba la marcha Duero arriba. Llegan a la fuente y el agua clara suena como si estuviera contando la historia del crimen.



“A la vera de la fuente
Alvargonzález dormía.”


Y se ponen a hablar. Uno de ellos le dice al otro que la noche anterior a la luz de la luna, había visto un hombre inclinado hacia la tierra y una hoz de plata brillaba en su mano. Pasan el Puerto de Santa Inés y se encaminan hacia la Laguna Negra.El paisaje, rocoso, adquiere formas y aspectos animados: bocas, garras, jorobas, panzas, hocicos, dentaduras melladas. Un lobo aparece con sus ojos brillantes y la noche entera y los bosques, con sus miradas fieras, parecen acechar a los dos asesinos, que al fin llegan hasta la Laguna Negra, y en ella encuentran su propia muerte.



“…agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas.
¡Padre!, gritaron; al fondo
de la laguna serena
cayeron, y el eco ¡padre!
repitió de peña en peña.”



Un final un tanto precipitado, pero eficaz y justo.

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