sábado, 26 de mayo de 2012

Cien años de Campos de Castilla

Sin duda alguna, uno de los mejores poemarios españoles del siglo XX es Campos de Castilla (1912), el segundo libro de Antonio Machado (Sevilla,1875-Collioure, 1939), después de Soledades y antes de Nuevas canciones. No es momento de repetir lo que plumas más sabias que la mía han dicho al respecto del significado de Campos de Castilla dentro de la obra del autor y las influencias claras que dejó en los poetas posteriores, especialmente en la generación del 50, la formada, entre otros, por José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente o Claudio Rodríguez. Aquí prefiero, en homenaje al libro, apuntar unas notas sobre uno de los temas más recurrentes de Machado, la muerte, que en Campos de Castilla adquiere, por la muerte de su joven esposa Leonor, ocurrida precisamente en 1912, una importancia trágica en su vida y en su obra.


1. LA MUERTE, COMO ACTITUD Y COMO ATMÓSFERA

Enseguida vemos la actitud serena, senequista, sencilla y resignada del poeta ante la muerte en su Retrato. Los últimos cuatro serventesios alejandrinos del poema así lo atestiguan:


“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo como los hijos de la mar.”


Sin embargo, esta actitud serena y resignada que muestra el poeta ante su propia muerte, cuando se produzca, cambiará radicalmente en la muerte de su joven esposa Leonor, como veremos en otra parte.


Castilla es el centro de su canto y de sus preocupaciones en el libro, como es lógico. De ahí que una de las primeras cosas que hace Machado es definirla. Y la define acertadamente, pensando no sólo en su aspecto físico, sino sobre todo en su destino histórico, con una antítesis antológica. Dicha definición la leemos en el poema Orillas del Duero, en otro serventesio (éste resuelto con endecasílabos):


“¡Castilla varonil, adusta tierra,
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!”



Otras veces la muerte es una atmósfera inquietante que flota sobre todo un poema, sobre el marco espacial y temporal descrito en él (el campo abierto, el cierzo crudo, la nieve, un mesón, el fuego del hogar), sobre los personajes que habitan el mesón (un matrimonio viejo, una niña) y sobre el personaje ausente que se echa de menos. Así lo vemos en el poema V de la sección titulada Campos de Soria. Se trata de una silva (combinación de versos endecasílabos y heptasílabos con rima consonante) que en verdad cuenta una historia de muerte, ausencia y esperanza, tres ingredientes inseparables en la temática de Machado. No me resisto a copiarla íntegra.


“La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío,
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
--tal el golpe de un hacha sobre un leño--.
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.






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