jueves, 2 de febrero de 2012

De vista, de oídas, de leídas

La gemela de Mona Lisa
A veces la historia del arte ofrece misterios que más tarde o más temprano la labor incansable del investigador acaba por desvelar. El último, el descubrimiento en el Museo del Prado de una copia de La Gioconda, obra cumbre de Leonardo da Vinci, que en un principio se creía obra de un pintor flamenco. Tras los trabajos de limpieza y las consiguientes investigaciones, se ha llegado a la conclusión de que esta copia la debió de hacer un discípulo de Vinci mientras el maestro ejecutaba la original. El parecido es sorprendente, salvo el típico "sfumato" del maestro y la misteriosa sonrisa de la verdadera Gioconda, la del Louvre, que en la obra del alumno ha quedado en un velado intento. Y es que en la mayoría de las veces el talento del maestro se explica solamente por la excelencia del discípulo, y el azar misterioso que acompaña a la obra genial sólo es asequible al verdadero artista.

Si observamos detenidamente las tres imágenes siguientes, vemos la diferencia sutil entre la primera de ellas, a la izquierda, la Gioconda original de Leonardo da Vinci, y las otras dos, en las que tenemos en primer lugar la copia tal como fue descubierta y, a la derecha, un claro detalle de la misma tras su exhaustiva labor de limpieza. En esta última imagen comprobamos a la perfeccción el detalle que apuntábamos acerca de la misteriosa sonrisa que convierte a la obra de Da Vinci en única en la historia del arte. Aquí es una ensoñación melancólica exenta de la menor insinuación de alegría. Sin embargo, de la mirada de la verdadera Gioconda, combinada con el gesto de sus labios, se deduce la luz de una incipiente sonrisa que puede estallar de un momento a otro en una explosión de alegría.
De cualquier modo, las dos hermanas van a ser expuestas próximamente en el Louvre. Y de este modo los amantes del arte podrán comprobar en directo los parecidos y diferencias que existen entre ellas.

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