sábado, 18 de febrero de 2012

Memorias de un jubilado

Ayer, 17 de febrero, se cumplieron muchos, muchos años del nacimiento del poeta español que más ha influido en mí. Me refiero a Gustavo Adolfo Bécquer, que tal día del año 1836 nacía en Sevilla para gloria y honor de nuestra poesía, tanto en verso como en prosa.
Desde que en los años sesenta mi hermano mayor me regalara un libro de Plaza y Janés con lo mejor de Bécquer, no ha pasado un año en que no deje de dar las gracias a uno y a otro por poner en mis manos tanta belleza y emoción. Las Rimas me las aprendí de memoria y no había una sola Leyenda de la que no supiera repetir pasajes enteros. Tanto leí y releí ese primer libro de Bécquer, que se me metió muy adentro y mis primeros balbuceos poéticos los di imitando la contenida expresión del poeta sevillano. Y no he parado nunca de investigar y escribir sobre la vida y la obra de mi poeta español favorito. Hasta que hace unos años empecé a escribir el texto, no sé si novelado o ensayístico o ambas cosas a la vez, cuya primera parte incluyo hoy en esta entrada.

UNAS CUANTAS NOTAS PARA HABLAR DE BÉCQUER (I)

Yo no sabía qué hacer con todo aquello que tenía ante mí en la mesa de escribir. Había estado durante meses reuniendo material y ahora que pensaba que había acabado de reunirlo no sabía cómo empezar la redacción de mi trabajo. Ni siquiera sabía sobre qué escribir. Lo único que entendía era que Bécquer iba a ser el personaje principal de mi historia.
Por otra parte, estaba muy cabreado porque hacía unos días había perdido casi toda una novela sobre el viaje que el poeta había realizado presumiblemente a Cataluña el año 1860. La tenía en el disco duro de mi portátil y, por un virus o por otra causa que desconozco, de un día a otro ya no pude localizar el documento. Eran casi ciento cincuenta páginas que había titulado La promesa (como una de sus menos conocidas leyendas). Había logrado escribir todas esas páginas sin citar una sola vez el nombre de Gustavo Adolfo Bécquer. Con el nombre del poeta había resuelto el problema que desde un principio me parecía insalvable.
Le hacía pensar, escribir una carta interminable con su hermano Valeriano, entablar conversaciones con personajes de ficción como la chica morena de Can Patacano de Bellver o el labriego con que en una excursión por los alrededores se encuentra el poeta a las afueras de la población, el cual le cuenta la leyenda que corre desde siglos por la comarca sobra la cruz de hierro que Bécquer acaba de descubrir en las inmediaciones de Bellver. O en Gerona con el bachiller de artes que le explica el tesoro que oculta la Catedral de la ciudad del Oñar. O el vecino de San Andrés Palomar que en el viaje en diligencia hacia Barcelona le pone al corriente sobre las cinco horcas que hasta mediados del siglo XIX aún se mantenían en pie en las cinco entradas principales de la ciudad condal y, sobre todo, le cuenta la historia de las quintas y la sublevación que su pueblo llevó a cabo contra la imposición central del Servicio militar. Y ya en Barcelona, sus relaciones con Eugeni Terrassa, personaje que buscaba con ahínco uno de los libros que Gustavo había leído desde pequeño, que le había abierto el interés por Cataluña, su arquitectura y sus tradiciones y que seguía sirviéndole de guía por su viaje catalán, que no era otro que Recuerdos y bellezas de España, de Piferrer.
Allí, sobre la mesa, tenía el librito de la colección El cuento azul, una novelita pequeña en cuya portada aparecía pintada una zona de La Alhambra, con sus muros adornados de rosales y naranjos, una entrada con arco de herradura y una torre almenada, y al pie una cartela con la siguiente información: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. UNIDA A LA MUERTE


Volví a abrirla una vez más, ya perdida la ilusión que había experimentado la primera vez que la vi antes de adquirirla en el Mercadillo de San Antonio por la irrisoria cantidad de cinco pesetas, y me encontré de nuevo con la Nota preliminar.
Esta novela breve, que hasta hoy ha permanecido inédita, pertenece a la serie de fantasías y caprichos que el poeta tenía proyectados y en los que reflejaba con prodigiosa fidelidad costumbres y ambientes exóticos, para él por completo desconocidos. A esta serie pertenece El caudillo de las manos rojas, y tenía perfectamente planeados Luz y nieve (estudio de las regiones polares), La Diana india (estudio de América), La Bayadera (estudio indio).
Una copia del manuscrito original la guardaba entre sus papeles el gran amigo de Bécquer, Juan de la Puerta Vizcaíno, de cuyas manos pasó a las de Julio Nombela, también compañero inseparable del poeta.
La dedicatoria "A la señorita M. L. A." coincide con la de la última de las Cartas desde mi celda.

En un principio pensé mezclar los nombres que aparecen en la nota anterior y crear un relato con ellos; hasta hice un breve borrador en el que aparecía el poeta enfermo pidiéndole a Vizcaíno que quemara Unida a la muerte porque era un refrito de un cuento de Irving y partes de su propia leyenda El caudillo de las manos rojas, petición que ya había formulado sin fortuna a su amiga del alma la señorita Manuela Lista Alcaide, de quien siempre había estado enamorado platónicamente y aún lo siguió estando durante mucho tiempo en que ella ya estaba casada con el magistrado madrileño Lucas Salmerón. El caso fue que Vizcaíno estaba dispuesto a obedecer la voluntad de Bécquer, hasta que intervino Nombela, que se hizo con el manuscrito y lo mantuvo guardado mucho tiempo esperando una buena ocasión para darlo a conocer. El tiempo pasó, el poeta murió y el manuscrito quedó arrinconado en el olvido. Y un día en que paseaba Manuela Lista Alcaide por el Parque del retiro, acompañada de su esposo, topó casualmente con Julio Nombela; hablaron de la vida y del tiempo y de cómo unos se van y otros vienen bajo la amenaza constante de la muerte, y salió a relucir el viejo manuscrito de su común y desaparecido amigo. Y convinieron pagar a medias los costes de su publicación.
(Continuará)

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