La vista
La vista es uno de los sentidos que más necesita el ser humano para ser quién es, para aprender, para gozar de la belleza, para conocer nuevos familiares y amigos, para comunicarse con sus semejantes..., en una palabra, para definirse a sí mismo y definir cuanto le rodea material y espiritualmente.
De tal modo es así, que, si por desgracia, le faltara, tendría que multiplicar el resto de sus sentidos para intentar llenar su vacío sin llegar a lograrlo nunca. Cuando yo era niño y me encontraba en la calle con algún invidente, lo primero que pasaba por mi cabeza era el cúmulo de sensaciones que esa persona se había perdido, desde el brillo del río a saltar las piedras de las azudas, pasando por el juego de luces y colores, sombras y matices que a lo largo de un solo día podía disfrutar en el soto de mi barrio, en la plazuela donde nací, en el techo de la catedral el día que el cantero nos subió hasta allá arriba, donde el cielo, de un azul limpísimo, se llenaba de destellos blancos, que eran los vuelos de las palomas, y los relámpagos oscuros y breves, que eran los vuelos de los vencejos. Claro que eso son impresiones sólo de niños. De cualquier forma, esos pensamientos se parecen a los que cruzan ahora por mi cabeza, después de que ayer fuera operado de una catarata en uno de mis ojos. Y aunque los días anteriores a la operación se viven en una inquietante espera, la verdad es que hoy, al quitarme la venda que cubría mi ojo operado y fijar la mirada en la ventana de la habitación para comprobar los resultados de la operación, la alegría que experimenté ha sido indescriptible.
El cielo limpio, la desnudez brillante de las ramas, más nítidos que nunca, confirmaron lo que esperaba. Que había recuperado parte de la visión de ese ojo, que hasta ayer sólo contaba con un cuarenta y cinco por ciento. Si bien me queda la confirmación del oftalmólogo que me trata, que es sin duda la más importante. De todos modos, mientras escribo esta entrada de mi blog, sin gafas, siento de nuevo la alegría que me faltaba desde hace algún tiempo, la alegría de disfrutar, más intensamente que nunca, de esta inmensa ventana abierta que es el mundo exterior de la luz y la sombra, del matiz y del color, del tamaño, de la forma y el volumen, y el movimiento o quietud a que las leyes universales someten cuanto existe ahí afuera y nuestros ojos, gracias a Dios, pueden ver y ser testigos de excepción.
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