FELICES AÑOS SETENTA
Para el amigo Lorenzo Miralles,
en su amable silencio.
Las fuentes, las palomas, las estatuas,
Gabriel García Márquez, un turista
cualquiera en Barcelona. Trae un libro
lleno de soledad, cien soledades
o cien años de luchas y de sueños
tocados por la selva del dolor.
en su amable silencio.
Las fuentes, las palomas, las estatuas,
Gabriel García Márquez, un turista
cualquiera en Barcelona. Trae un libro
lleno de soledad, cien soledades
o cien años de luchas y de sueños
tocados por la selva del dolor.
Las fuentes, las palomas, las estatuas,
los vinos y los güisquis. Eran años
de izquierdas disfrazadas de derechas
que soñaban con el fin de los bárbaros
mientras iban al Boccaccio y jugaban
a ser lindos bohemios entre besos
y satenes… Eran años confusos
en que ya habíamos dejado
la feliz bohemia de sangría
y sardinas, de versos y pinturas
por Petritxol abajo hacia el misterio
del último tranvía a Poble Sec,
cuando aún éramos jóvenes y soñábamos.
Eran ya los setenta, cuando Gabo,
convertido en el mago de Macondo,
explotaba su magia en Barcelona
tuteando a los dioses
que regían el edén de las palabras:
los Biedma, los Barral, los Goytisolo.
Las lágrimas se ahogaban en alcohol
y en abrazos comprados
hasta que el alba volvía por las Ramblas
despertando las flores de los puestos
y los pájaros cautivos en sus jaulas.
Yo pasé de la página setenta
y me quedé soñando con Melquiades
y su sombra y su luz y su sepulcro.
Desperté con resaca
cuando ya era mayor y no podía
volver a aquellos ríos babilónicos
de vino por las tascas del Raval
y esbocé este poema para al menos
no sufrir el olvido del olvido.
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