jueves, 25 de agosto de 2011

Memorias de un jubilado


40 años nada menos
Parece que fue ayer, dice la frase proverbial, cuando una noche sofocante de agosto (como la que vivimos anoche los Siete), sentados con mis suegros a una mesa de una terraza de bar en la Plaza Ibiza, mi mujer se puso de parto. Estaba encinta de nuestro primer hijo. Las carreras, los miedos, los instantes que se viven en situaciones tales jalonaron las horas de aquella noche larga, larguísima, especialmente para los protagonistas. Amanecía y el sol doraba los tejados de las casas más altas de la montaña que se veía desde la Clínica, cuando me trajeron a mi hijo que al fin había decidido venir a este mundo tan movido y tan lleno de sorpresas, unas buenas y otras no tanto. 40 años han pasado de eso.
Y en medio, toda una vida de juegos, crianza, experiencias, viajes, estudios, algún que otro sobresalto, muchas alegrías... Hasta cuajar todo un hombre.
Anoche, mientras recordábamos en familia eso y mucho más, pensé que la existencia es un camino que hay que labrar entre todos mirando de hacerlo lo mejor posible para sentirse satisfecho de andarlo solo o acompañado de los seres que uno quiere.
Anoche, rodeado de mi familia, miraba a mi hijo mayor y me veía reflejado en él. En realidad, me veía reflejado en mis dos hijos y también en mis dos nietos, que día tras día, recorren y labran a la vez su propio camino, solos o acompañados de los suyos, que somos todos nosotros, un camino de andamio constante, de de llantos y risas, de regalos y tropiezos, pero siempre sabiendo que contamos con quienes nos quieren y están dispuestos a echarnos una mano.
Anoche, mientras soplaba las velas del pastel, acompañado del mayor de sus sobrinos, y abría los paquetes de los regalos, mi hijo mayor volvía a tener para mí aquellos años de juegos y aventuras constantes, cuando junto con su hermano, los llevaba al campo a sentir el aire limpio y libre en sus rostros, a correr entre los hinojos de la montaña, a dibujar los alrededores sentados en un altozano, a buscar tritones en la riera vecina... Soñaba recordando aquellos momentos alegres de Mas d'en Gall.
Pero la vida sigue y, aunque la nostalgia y los recuerdos ayudan a comprenderla mejor, hay que vivirla ahora, con estos 40 años que acaba de cumplir y seguir queriéndola como si hoy fuera el primer día del resto de su existencia, como así es. Que nosotros, los que le queremos, estaremos a su lado.

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