La santa rutina
Antes porque estaba en activo y ahora porque, aunque jubilado, sigo activo en la vida diaria, tengo a la santa rutina como al mejor pasaporte para seguir viviendo. La rutina de antaño se limitaba a las clases y a la familia, con paréntesis breves dedicados a la creación literaria y a la lectura. La rutina de hogaño es, si cabe, más creadora. Quitando las clases, la dedicación a la familia ha sumado horas, personas y satisfacción personal pues pasar la vida con mis nietos, mi mujer y mis hijos me ha hecho mejor, más comprensivo, más paciente, más vivo y mejor en una palabra. Es rara la semana en que no asista a un progreso de mis nietos Martí y Xavier; el pequeño, en sus gateos constantes y sus sonrisas cómplices, y el mayor, en sus ocurrencias y en su alegría innata. "¿Nos vamos, chicos?", nos dice cuando nos ve que preparamos todo para salir de casa a pasear. Y durante el paseo, las frases crecen sin parar. A veces parece una personita cuando se pone a hablar conmigo de sus coches, de las películas que ha visto por la tele o de las ranas (ya dice "ranas", con su r inicial y todo), que coloca ordenadamente en la mesa de centro después de jugar un rato con cada una de ellas, a las que conoce perfectamente: la acróbata, la que salta ncon ayuda del dedo índice, la que hace de palillero, la de cristal, la que está enn una bola de nieve... La rutina, la santa rutina de la familia y la de Tossa. ¡Ay, Tossa! ¡Si en agosto no se llenara tanto y la playa diera de sí para acoger a tantos turistas como vienen a visitarla! Pero la playa para mí es secundario. No el mar, que de noche adquiere un misterio único bajo la luz de la luna o con los reflejos amarillos de la Vila Vella rielando en la bahía. Ni la visión del cormorán en la roca de Minerva por la mañana, cuando vuelvo a casa de mi ruta en bicicleta.

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