miércoles, 5 de agosto de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

El embrujo de Marsé





































La forma de narrar de Juan Marsé (Barcelona, 1933) siempre ha ejercido sobre mí un especial embrujo. desde Encerrados con un solo juguete (Seix Barral, 1960), donde un grupo de muchachos constatan su desengaño ante una guerra que no es la suya sino la de sus padres (conviene precisar desde el principio que el tema de la guerra civil es recurrente en la narrativa deMarsé), hasta Canciones de amor de Lolita's Club (Lumen, 2005), en la que, tomando como punto de partida este club de alterne totalmente ficticio, se trata de las relaciones de sus protagonistas Valentín y Milena envueltos en una irrepirable atmósfera de inmigración, sexo, terrorismo..., pasando por novelas de capital importancia dentro de la evolución narrativa del creador de Pijoaparte, como Últimas tardes con Teresa (Seix Barral, 1966 y Premio Biblioteca Breve), Si te dicen que caí (Novaro, 1973 y Premio México de Novela) o El embrujo de Shanghai (Plaza Janés, 1993), novela que he escogido para ocupar este espacio y que hace pocos días acabo de releer. En gran parte autobiográfica, como muchas otras, El embrujo de Shanghai cuenta dos historias en dos niveles narrativos diferentes : la del Kim y su aventura en Shanghai para cumplir un encargo peligroso, con muerte incluida, y que no es más que un pastiche de novela negra, y la historia de Susana y Daniel, dos adolescentes que viven un amor limpio y platónico en la Barcelona de los barrios preferidos por Marsé (El Carmelo, Guinardó, la calle Camelias o la zona del campo del Europa, por citar algunos escenarios narrativos). Ambas historias están conectadas por Nandu Forcat, amigo del Kim, y que es el que cuenta a los niños la historia de este último. La historia del Kim, padre de Susana, no es más que un invento de Forcat para hacer soñar a Susana que su padre un día volverá con ella y, de paso, vivir una temporada con Anita, la madre de la chica. La historia viva y verdadera es la de los chicos, de Susana, enferma de tuberculosis, y Daniel, hijo de una viuda y aspirante a joyero, que pasa la mayor parte de su vida acompañando al capitán Blay, personaje inolvidable, que ha quedado tarado tras la guerra civil (de nuevo la guerra) y toda su obsesión se cifra en acabar con la fábrica Dolç que emite un humo mortífero que acabará con toda Barcelona y en especial con la quebradiza salud de Susana. Dos historias que poseen sendos narradores: Forcat cuenta la de su amigo Kim, ineventándosela toda ella (incluso falsifica la letra del Kim en una postal de Shanghai que, supuestamente, le envía éste a Susana), una historia homenaje al género negro, al que Marsé es tan aficionado (el cine negro le apasiona). Y Dani cuenta la segunda historia, la verdadera, la que llega al corazón del lector, que paradójicamente acaba mal, cuando todo parece indicar lo contrario, que Susana y Dani lleguen un día a formalizar sus relaciones. En la última página del libro leemos la decepción que sufre Dani cuando, al ir a sacar una entrada para el cine, descubre que Susana, que ha sustituido a su madre en la taquilla, ésta ni le mira cuando le entrega la entrada que ha pedido. "...cogió el taco de entradas y preguntó: "¿Cuántas?", sin alzar los ojos, y yo dije: "Una", pagué y acto seguido me sorprendí ya casi dentro del cine y prometiéndome saludarla al salir, manoteando atolondradamente la inacabable y mohosa cortina de un extremo a otro hasta conseguir abrirme paso y refugiarme en la oscuridad de la platea, encogido en una butaca de la última fila y sintiendo más pena de mí mismo que de ella."
Un embrujo. La forma de poner las palabras, de elegir los escenarios, de describir a los personajes... Si se quiere leer una buena novela que haga pensar en lo pequeño que es el ser humano si no tiene un poco de suerte en la vida, El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé, es un buen ejemplo.

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