viernes, 29 de mayo de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Desde el parque






















Desde el parque de Letna,
alivio de caminantes,
gran parte de la alta Praga,
incluidas las columnas con ángeles alados
del puente del Moldava, sus activos
embarcaderos, los otros puentes de ensueño,
tejados, cúpulas, donde la vista palpa
pechos inverosímiles, se ofrece gratis
(cosa rara porque en Praga
ruedan las coronas por casi todo)
bajo nubes grises.
No estaría mal una lluvia ahora
porque los adoquines son más bellos
si el charol de la humedad los acaricia.
Aquí en el parque, a nuestro alrededor
huelen las rosas especialmente
y los pájaros cantando entre las frondas imitan a Dvorak.
Lástima que las pintadas cutres sobre los bancos de mármol
nos recuerden tan cruelmente la vida cotidiana.
Así que volvemos a nuestro camino
porque en medio del andamio brilla más la belleza.












Barrio judío




























Sinagogas... lápidas... El cementerio judío
bajo las hordas de los turistas guarda silencio.
Sus piedras verticales, grises, bajo los árboles
repiten en confusión precisa persecuciones, miedos.
Aquí y ahora, en las manadas de los visitantes confundido,
asisto a la impasividad del tiempo
y las tiendas turísticas que exponen
camisetas y jarras con la efigie de Kafka
y cristales, de Bohemia o falsificados, y marionetas
de madera. Como marionetas de carne y hueso,
manejadas por los hilos del tiempo, seguimos
archivando sorpresas, atlantes en las casas cubistas,
estatuas dormidas al lado de los contrafuertes grises
de las iglesias, casi de la mano de las sinagogas...
Praga, a estas horas, se amodorra bajo los pasos en tropel
de los visitantes. Sólo despierta cuando el palio nocturno
cae sobre sus campanas y sus estrellas de David.

Barrio judío...
Y Kafka montado a hombros de un fantasma
sin manos, sin cabeza... ¿Es esto otra parábola?





En el Slavia


A través de una ventana veo pasar el tranvía
muy cerca de la esquina del Teatro Nacional,
columnas jónicas, arcos elegantes, bóvedas
donde resuenan las voces y las máscaras,
cariátides, leones, metopas, estatuas asomadas
a Nerodni, remates dorados y cuadrigas...
El público, impaciente, aguarda a que comience otro acto.
En cambio, yo, con todo el tiempo de Praga por delante,
me tomo una cerveza en el Slavia
(la espuma es sueño blanco que me habla entre los labios)
con los ecos de Rilke y los germanos
a quienes satirizaba en sus escritos
grabados en los espejos del Café,
en los verdes veladores,
en las lámparas cónicas que cuelgan de los techos...
Mientras suenan las notas románticas del piano,
soñamos en la eterna juventud
que no tiene laberintos de tristeza.
Desde la ventana del Slavia (refugio intemporal)
veo cómo el tiempo se desangra en las vías,
en la piedra bella del teatro pero perecedera,
como las obras que se representan en su escenario,
como las voces y las máscaras de los actores, que mueren cerca,
como el público, que siempre muere lejos.









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