miércoles, 27 de mayo de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

EN LA PLAZA DE LA CIUDAD VIEJA

Ante al monumento de Jan Hus

















De espaldas a Tyn,
desafías a la noche, que ya envuelve en su ropaje negro
el negro de tu bronce. En el recuerdo
el fuego que acabó contigo es ceniza callada,
rumor de conversaciones que se alejan en el corredor sin vuelta de la historia.
Con los siglos, todo vuelve a ser sencillo, cotidiano,
como este mundo en crisis que, pese a todo,
sigue apostando por el dinero que no tiene,
por las pizzas a media tarde en alguna terraza de la Plaza,
junto a la muerte que llama cada hora
a las hordas de turistas que aguantan estoicamente
a que se abran las ventanas del reloj del Ayuntamiento
para ver la ronda de los apóstoles,
por el trago de cerveza bien sentado
al resguardo de una tarjeta de crédito
y cinco días pagados en una agencia de viajes,
guía incluido... Buenas noches, Jan Hus,
ahora, cuando me marche, ya puedes dejar de disimular
y echarte a dormir con tus otros hermanos de bronce
y de aventura, ajeno para siempre a los católicos
que te dieron el pasaporte, no a su cielo,
que es estrecho y aburrido,
sino a tu cielo, que es alegre y abierto
como este cielo limpio de tu Praga.



Por la calle Celetna

Por la calle Celetna,
cuando ya la noche paguense
ha apagado todas las músicas
y las figuras de Hus y sus adláteres
son sombras en las sombras,
encuentro mi talismán dorado,
el sol negro.
Con él en la solapa,
como un escudo invulnerable, damos la vuelta
por Stuparska hasta el patio de Tyn,
donde la bomba de agua duerme para siempre
y las terrazas, vacías, ocupadas solamente
por el rocío de la noche, esperan la mañana.
El sol negro me mira
cuando cierro los ojos en Metamorphis,
este hotel amable que me acoge en primavera,
en esta Praga dulce que es de todos,
menos de Kafka, pobre,
que aún busca a Max Brod para ajustarle cuentas
por haberle publicado sus angustias
en contra de su voluntad.
Mañana quizá amanezca
el suelo de la plaza mojado por la niebla nocturna,
pero con mi sol negro en la solapa
seguiré mi camino como otro Kafka nuevo.




La campanilla


A las nueve de la noche vemos a la muerte tocar la campanilla. Como a cada hora en punto, las nueve de la noche es otra hora mágica, la hora de un nuevo milagro. La plaza está llena de turistas. Las farolas de repente se llenan de música y se enciende la fachada de Nuestra Señora de Tyn. Podíamos haber estado en cualquier parte del mundo ahora. Pero estamos en Praga. El corazón y la mirada son sólo para Praga, para este rincón de vida y de belleza que es la plaza del reloj astronómico. El esqueleto agita la campanilla dorada. Las ventanas se abren y desfilan en círculo tras ellas los doce apóstoles. Luego canta el gallo dorado superior y por último suenan las campanadas de la hora. Las nueve de la noche. Después se disgrega de nuevo el gentío. La plaza regala generosamente todas sus joyas entre los mendigos viajeros, mendigos de ilusión y de belleza. La muerte sólo es un juego en la torre del Ayuntamiento, y dura unos segundos. Luego sigue la vida tocando sus canciones. Praga es una sala de música.








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