martes, 5 de mayo de 2009

CONEXIÓN

CONEXIÓN. Número 9. 15 de mayo de 2009. Cerdanyola del Vallés.






EL POEMA






El otro Dios





El otro Dios vivía allí, en la iglesia
Del barrio,
Bajo el misterio de los santos corporales,
En el rezo de la ausente carcoma
O en el olor a incienso de las misas cantadas.
Era un Dios aprendido
Con el latín del cura,
El canto funeral de las campanas
O las sagradas formas que se hacían
En la misa la carne más sagrada.
Era pura liturgia,
Religión de martes por la tarde
En catequesis llenas de catarros
Y padrenuestros rotos
Por el hambre atroz de la merienda.
Era un Dios escondido
En los gruesos misales,
En los altos retablos
O en el terciopelo hundido de los reclinatorios.
Nos hablaba muy serio, con voz que nos sonaba
A murmullos de fúnebre carcoma,
Al latín de la misa
O a duras penitencias de confesionarios.



Y no era tan amigo como el otro,
Como tú, Dios feliz de la infancia,
Que jugabas a dola,
A contrabando
O te bañabas
Salpicando el charol de nuestros cuerpos.
Aquel Dios de la iglesia
No era tan cercano como Tú,
Que nos llamabas
Desde el fondo del soto para acudir al nido,
al pájaro enramado que cantaba
Con músicas sentidas
O al ruido duradero
Del Duero en las aceñas de Olivares.
El otro Dios ponía condiciones
De procesiones, cirios,
Confesiones de duras penitencias.
Y tú, en cambio, te dabas a nosotros
Sin religión ni pruebas
Como un amigo más de la pandilla.





EL RELATO



La piedra de vetas



Ya hacía casi diez años que no había vuelto a hacer leer Alfanhuí a mis alumnos. Y cuando, al volver de una baja duradera al Instituto donde ejercía de profesor de Castellano, les propuse la lectura del libro de Sánchez Ferlosio para las vacaciones de Semana Santa, encontré alguna resistencia por parte, sobre todo, de los chicos de 4º C. Les dije que si no querían leer Alfanhuí podían escoger El Jarama, del mismo autor. Y como lo que querían en el fondo, como siempre, era no leer ninguno, se dejaron convencer por la ley del mínimo esfuerzo, que era leer el más “sencillo” y “divertido”, que según el parecer más común y cómodo era Alfanhuí. Llegado el viernes, víspera del primer día de vacaciones, me despedí de mis alumnos deseándoles que aprovecharan bien los días de asueto y, de paso, disfrutaran de la lectura.
Aquella Semana Santa me fui de vacaciones a un pueblo de Castilla llamado Valdezarzas de los Ríos y me alojé en una casa de campo, antigua pero bien conservada, desde cuyos balcones se contemplaba una vista estupenda. La habitación que me fue adjudicada, además de esas vistas, recibía el sol varias horas al día, lo cual me permitió prescindir de la estufa algunos ratos, dada mi aversión a esos artefactos. Durante la mañana salía a pasear por los campos de los alrededores y durante uno de esos paseos encontré una ermita románica en ruinas y devorada por las zarzas. Desde entonces no había día en que no me acercara a lo que quedaba del templo para sentarme un rato sobre algún trozo de columna a escuchar el silencio del paisaje. Por las tardes las pasaba sentado gran parte de ellas en el balcón de mi habitación leyendo o escribiendo notas sobre Alfanhuí, cuya lectura había recomendado a mis alumnos. Una noche, después de cenar con el dueño de la casa, un hombre muy mayor que, sin embargo, aún poseía cierta agilidad de movimientos y en especial una memoria excelente, nos sentamos a la mesa del café para charlar un rato. El anciano reparó en volumen de Alfanhuí que yo llevaba y me dijo:
--Es curioso que precisamente usted, mi huésped, esté leyendo ese libro.
Me extrañó la observación.
--¿Por qué?
--Le diré. En una página del libro el maestro le cuenta a Alfanhuí que su padre fabricaba lámparas de todo tipo, ¿lo recuerda?
Yo asentí sin adivinar hacia dónde avanzaba el razonamiento del anciano, que al punto satisfizo mi inquietud.
--Recordará también que el maestro le dice al niño que su padre tenía un libro donde se hablaba de una extrañísima lámpara que tenía poderes y…
--Sí, la piedra de vetas.
--Efectivamente, la piedra de vetas. Por si le interesa, señor, en un lugar de la casa conservo ese libro
--¡No me diga!—exclamé extrañado, habida cuenta de que ese detalle no era más que una fantasía de Rafael Sánchez Ferlosio.
--No se lo cree, ¿verdad? En su mirada lo veo. Como todo el mundo, habrá pensado que ese libro de lámparas no es más que una invención del novelista.
--¿Y no es así?
--No, señor. Como tampoco lo es la piedra de vetas, la lámpara de piedra que se describe en ese libro.
--¿Quiere decirme que tanto el libro de lámparas como la piedra de vetas son reales?
--Veo que le interesa el tema. Pues le voy a alegrar estas vacaciones. Porque debo decirle que yo tengo las dos cosas.
--¿Las dos cosas?
--Sí, señor, el libro y la piedra de vetas. Mañana, con la luz del día, se las mostraré.
No tengo que añadir que aquella noche me fui a la cama más contento que un niño que espera la llegada de los Reyes Magos. No dejaba de pensar en lo que representaba para el mundo editorial y de los bibliófilos la primicia que me acababa de servir en bandeja el dueño de la casa. De pronto, la pura fantasía de Ferlosio dejaba caer su máscara irreal para dejar al descubierto la meridiana realidad de un libro que hablaba de cómo confeccionar lámparas y, todavía más, de una lámpara de piedra que, con un mecanismo increíble, daba una luz perenne, la llamada piedra de vetas. Antes de dormirme, repasé el pasaje del lírico relato una vez más:
“Cuando yo era niño, Alfanhuí, mi padre fabricaba lámparas de aceite. Trabajaba todo el día y hacía candiles de hierro para las cabañas y lámparas de latón dorado para los palacios. Hacía mil y mil clases de lámparas distintas. Tenía también los mejores libros que se habían escrito sobre lámparas. En uno de ellos se hablaba de la “piedra de vetas”. Seguía el párrafo con la descripción de la piedra, a la vez dura y esponjosa; luego hablaba de su tamaño (el de un huevo), de su forma (la de una almendra) y de su extraordinaria virtud, la de beberse nada más ni nada menos que siete tinajas de aceite. “La dejaba en una tinaja y a la mañana siguiente todo el aceite había desaparecido y la piedra tenía el mismo tamaño. Cuando se había bebido siete tinajas, ya no quería más. Entonces bastaba ponerle una torcida y encender para que diese una llama blanca como la leche, que duraba eternamente. Cuando se quería también podía apagarse.” Para obtener de nuevo el aceite, la cosa era más misteriosa aún que el hecho de dar la lámpara una luz perenne. Porque sólo una lechuza, ave nocturna que se alimenta, entre otras cosas, del aceite de las lámparas de las iglesias, era capaz de absorberlo todo. Y, como si nada, la piedra de vetas volvía a aparecer tan seca como al principio ("enjuta como antes", son las palabras de Ferlosio).
En cuanto vi la primera luz de la mañana en la rendija del balcón, bajé a desayunar. En el comedor me esperaba el dueño de la casa. Apenas probé bocado, tan deseoso como estaba de ver las maravillas que me había prometido la noche anterior. Lo primero que me enseñó fue una cantarera gigantesca donde guardaba alrededor de una docena de tinajas.
--Son para recargar las piedras de vetas—dijo enarcando las cejas misteriosamente mientras le quitaba la tapa a una tinaja y me invitaba a asomarme a su interior. El olor a aceite de oliva que salía de ella era inconfundible.
Luego me llevó a un cuarto oscuro lleno de jaulas puestas en un vasar de obra. En cada jaula había una lechuza.
--Son para rescatar el aceite de las lámparas—me dijo mientras sacaba un pañuelo blanco de un bolsillo y lo agitaba en círculos en el aire delante de una jaula. Acto seguido vi cómo la lechuza que la ocupaba empezaba a dar vueltas a su cabeza plana y blanca siguiendo el movimiento del pañuelo.—Son unas aves extraordinarias-- concluyó deteniendo los giros del pañuelo cuando ya la cabeza del pájaro amenazaba salir centrifugada de su cuerpo.
Yo, sin embargo, esperaba anhelosamente que me mostrara el motivo de mi excitación, es decir, el libro y la piedra de vetas.
--No se impaciente—me dijo como adivinando mis pensamientos--, todo llegará a su debido tiempo.
Me invitó a pasar al interior de un baúl que ocupaba el rincón de lo que me pareció una cámara para madurar frutos. Mi extrañeza fue enorme, pero enseguida me la disipó levantando su fondo de madera para mostrarme el arranque de una escalera.
--Está abajo—dijo a secas--. Sígame.
Estuvimos bajando escalones durante un trayecto que, calculé, debía de corresponder a la altura de una habitación más que normal, hasta llegar a una estancia cuyas paredes estaban forradas de madera de nogal, y que aparecía iluminada de forma fantasmal porque no vi por ningún lado lámpara alguna. La habitación estaba totalmente desnuda a no ser por una pequeña biblioteca acristalada y con estantes llenos de libros que ocupaba exactamente el centro de la estancia.
--Ahí debe hallarse el libro de las lámparas…--dije con un hilo de voz.
--Efectivamente—dijo haciendo resbalar los sonidos de la palabra--. Ábrala y eche una ojeada.
Abrí las puertas acristaladas y al mirar adentro no pude evitar exhalar una exclamación. Todos los libros tenían escrito el mismo título en sus lomos: EL LIBRO DE LAS LÁMPARAS DE ACEITE. Miré con sorpresa a mi anfitrión.
--Sí—dijo con una sonrisa arcana--, todos llevan el mismo título pero sólo uno es el original. Y al llegar a este punto, le propongo el problema que ya propuse a todos mis huéspedes anteriores. Si acierta cuál es el original tendrá derecho a contemplar la piedra de vetas.
No supe qué pensar. Sólo se me ocurrió hacerle la siguiente pregunta:
--¿Alguno acertó?
La respuesta fue contundente:
--Todos. Pero luego lo estropearon. Usted parece diferente. Suerte. Le concedo los minutos equivalentes al número de libros que contiene esa biblioteca, sesenta. Adelante.
Y se retiró a un lado para dejarme hacer. Saqué el primero de la izquierda de la primera tabla. Era una caja vacía, como esas que ponen en los muebles de algunos comercios. Hice lo mismo con todos los de las tres tablas, veinte en cada una. Y los fui dejando en su sitio, hasta que di con el libro verdadero. Lo abrí y al punto oí a mis espaldas un ruido de algo que rodaba despacio. Me giré y descubrí un hueco en la pared forrada de madera.
--Lo está haciendo muy bien. Pero le falta un detalle.
--¿Cuál?
--Eso debe descubrirlo usted solo. Pero le daré una pista. Es tan fácil como repetir algo conocido.
Quise entender que se refería a que dejara, como había hecho con el resto, el libro en su sitio, pero aquel libro representaba mucho para mí. Era una prueba fehaciente de que Ferlosio no había fantaseado como en otros pasajes de su libro.
--¿Qué desea hacer?—me preguntó--, ¿irse o quedarse?
--No le entiendo.
--Si se lleva el libro, verá la piedra de vetas, pero no saldrá de aquí.
Menudo dilema. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a renunciar a ver el prodigio de la lámpara que daba una luz inextinguible.
--Me quedo con el libro –dije sin detenerme a pensar en las consecuencias.
--Pues sígame.
Le obedecí y nada más cruzar el vano, me vi en una zona húmeda, una especie de sótano o cueva, iluminada por luces pequeñas y temblorosas situadas en una mesa corrida que abarcaba la pared más lejana del habitáculo.
--¿No serán…?—pregunté ansiosamente.
--Así es, amigo. Son piedras de vetas encendidas. Acérquese un poco más para verlas mejor.
Le obedecí. Parecían piedras normales, ninguna de las cuales llegaba al grosor de mi muñeca, y todas eran un poco ovaladas; de su parte más elevada sobresalía la mecha encendida con una llamita blanca como la leche.
--¿Puedo tocar una?
--Claro. Pero tenga con cuidado.
Alargué la mano y cogí una de aquellas prodigiosas lámparas eternas. Pero la solté enseguida porque su peso era desorbitado y el calor que desprendía inaguantable. Cayó al suelo y allí empezó a botar sin apagarse su llama, mientras sus golpes sonaban más fuertes cada vez hasta llegar al estruendo…
Desperté sobresaltado. Los golpes en la puerta de mi habitación seguían sonando.
--¿Qué pasa?—pregunté sudando y sin recuperarme del todo del susto.
--El desayuno le espera desde hace un buen rato—contestó la voz del anciano dueño de la casa.




LA NOTICIA


Noticias menos malas, para variar




Se me ocurre, en vista del año que vivimos o nos toca vivir, mencionar, aunque sólo sea de pasada, algunas noticias de prensa donde la sonrisa o la esperanza (que a menudo son sinónimas)acaban apareciendo. Cojo un periódico (no digo cuál, pero es casi el único que leo cuyas causas ya he dicho alguna vez), y en su primera página leo en grandes caracteres que la Audiencia Nacional piensa abrir una causa contra Guantánamo (intentarlo ya nos parece algo muy positivo después de tantos juicios paralelos como ha habido y sigue habiendo sobre el caso); las páginas siguientes se dedican a martillear el tema (a ver si no queda sólo en unos ruidos de tinta). Segunda noticia (no en orden de importancia): el Gobierno da luz verde a la RTVE sin publicidad (buen asunto; a ver si podemos ver un debate serio, una película digna, un programa interesante sin interrupciones para los anuncios con opción al zapeo); sin embargo, desde este rincón aséptico no acabamos de creérnoslo; cuando eso llegue, ya hablaremos e incluso nos comprometemos a comentarlo sin apasionamientos. Seguimos con el Gobierno, que en el plano de las elecciones europeas, a las que nos vemos abocados dentro de pocos días, está revisando con lupa las listas del 7-J para descubrir la presencia en ellas de algún miembro de Batasuna (¿vamos camino de que desaparezcan del espectro político las ideologías no democráticas y amigas de la violencia para imponer sus "ideas"? Ojalá). Hablemos de economía, de la galopante crisis económica en que se haya sumido el planeta. Casi todas las noticias al respecto, por no decir todas, son negativas; sin embargo, alguna de ellas no lo es tanto; un ejemplo: en EEUU, país que sirve de referencia a los demás en casi todo, el paro crece al ritmo más bajo desde octubre (a ver si eso mismo podemos decirlo muy pronto de nuestro país). Pese a esta crisis, no podemos obviar una noticia positiva referida a la Bolsa, y es que los mercados siguen con su racha alcista (el Ibex 35 supera los 9400 puntos y gana un 2'31 %). Otra. Hace unos días salió en algún medio de comunicación la brillante idea de cobrar plaza doble en los aviones a las personas con sobrepeso (¡el colmo de la estupidez!), pues bien, ahora la compañía aérea Ryanair se adelanta para decir que no cobrará recargo a los obesos (nos alegramos de la iniciativa, aunque son los propios pasajeros quienes elevaron la voz para quejarse de que las personas obesas ocupaban demasiado espacio (¿adónde llegaremos?). Y llegamos, ¿cómo no?, a la gripe que nos tiene preocupados; cada día nos enteramos de un infectado más, cuando no de una víctima mortal que hay que añadir a las que ya se ha cobrado esta pandemia; sin embargo, una noticia sobre la gripe (a la que ya no se llama porcina) quita un poco de gravedad a su virulencia; los científicos aseguran que la nueva gripe no debería causar pánico porque es muy parecida a la gripe estacional y porque en su H1N1 no existe la virulencia de la pandemia de 1918, cuyo virus infeccioso atacaba los pulmones, provocando un bajón de las defensas y, consecuentemente, permitía la entrada en tromba de estafilococos y estrecptococos; todo esto, unido a que no se había descubierto aún la penicilina, llevó a la muerte de muchas personas por neumonías bacterianas; es decir, que, según los entendidos, la circunstancia actual nada tiene que ver con aquella (respiremos confiados, pero no mucho por lo que pueda pasar). También en el ámbito policial (tan de capa caída en estos tiempos), conviene destacar una noticia positiva, según la cual la Policía Nacional desarticula una mafia carcelaria en Alicante y Madrid que exigía a sus víctimas (generalmente, familiares de presos) el pago de una cantidad de dinero para librarse de la amenaza de muerte de que habían sido objeto; la mafia estaba integrada por un grupo que actuaba dentro de las cárcel (4 reclusos de Fontcalent y Valdemoro) y otro exterior que efectuaba su "trabajo" (amenazar y cobrar el dinero, preferentemente). Y para terminar, una noticia perteneciente al mundo cultural, que felizmente también pertenece a nuestro mundo, y es que Josep Carreras, frente a los rumores publicados en The Times, según los cuales el tenor catalán se retiraba de los escenarios operísticos, seguirá deleitándonos con su voz (su representante acaba de afirmar que tiene contratos firmados para 2012), y en el momento de redactarse esta noticia Carreras se encontraba en Corea ofreciendo varios conciertos (aplaudimos el tesón y el buen hacer de Carreras, modelo de hombre comprometido con una causa hermosísima y de cantante comprometido con el arte que le ha dado alta fama y suprema dignidad).








EL COMENTARIO




Elogio de la lectura





Hoy más que nunca, y cuando el presidente del Gobierno anuncia que habrá un ordenador para cada alumno, recomiendo volver a la lectura, a la lectura de siempre, la de libro. Hace unos años decía en mi trabajo La lectura y la redacción (Seuba ediciones, Barcelona, 1988) que un buen libro, además de comportarse como un amigo silencioso que no te reprocha nunca nada, puede servirte para recrear el entendimiento, enriquecer la memoria, alimentar la voluntad, ensanchar el corazón y satisfacer el espíritu (pág. 147) y, más abajo, que el gusto por la lectura se debe fundamentalmente a dos factores inherentes al ser humano: el interés y la sentimentalidad. Hoy parece que se trata por todos los medios de suplir esos dos factores por un tercero, seguir la moda que marcan los avances tecnológicos, cuando éstos todo el mundo sabe que no son útiles en sí mismos sino sólo en cuanto son medios para lograr la formación integral de la persona. Un ordenador para cada alumno. Vale; eso está muy bien si se le enseña a utilizarlo como eso, como un medio eficacísimo para ponernos en comunicación con otros saberes que, sin la lectura personal, solitaria, reflexiva y enriquecedora quedarían sin significación y no pasarían a formar parte del bagaje cultural e integrador del individuo, sino que sería como una especie de barniz que al menor roce con la intemperie de la realidad acabaría desprendiéndose. Como educador durante más de cuarenta años en centros privados y estatales, he podido asistir a la moda escolar de proponer al alumnado ejercicios de búsqueda de información de todo tipo (en el caso de mi asignatura, Lengua castellana y Literatura, información sobre obras y autores de la literatura española y universal, especialmente) a través de la red de Internet, con la consiguiente constatación de lo hábiles que llegan a ser nuestros chicos y chicas a la hora de localizar cualquier información. Digo localizar cualquier información que, en la dualidad enseñanza-aprendizaje, no es nunca lo más importante. Lo que en el fondo los profesores perseguimos al proponer esa actividad a nuestros alumnos es que sean capaces de asimilar la información localizada y reelaborarla como obra propia. En muchos casos (y si no, que me corrijan mis colegas) el trabajo que entregan ellos es el folio impreso de la información que ofrece Internet. En algunos casos, lo máximo que llegan a hacer es preparar la lectura del impreso por si el profesor le pide que lo lea en voz alta en el aula. Y es una pena dejar escapar una ocasión tan propicia para acercarnos a un autor o a un poema determinados. También se nos habla últimamente del libro digital. Ya el sintagma "libro digital" nos parece contradictorio porque si es digital no es libro (reunión de hojas impresas, por el orden en que han de ser leídas, y encuadernadas formando un todo), y si es libro no es digital. Y aunque la idea nos la venden muy bien en todos los medios de comunicación social diciéndonos que dentro de un tiempo la lectura por este medio alcanzará cotas muy altas, la verdad es que la lectura hecha en el libro de siempre no desaparecerá nunca porque este libro determinado que estamos leyendo ahora es familiar, motivo muchas veces de un regalo de amor o la conmemoración de un hecho entrañable e íntimo, como el mismo acto de la lectura. Como la lectura que nos espera en ese libro que tenemos sobre la mesilla de noche no hay otra. Como ese libro que leyó nuestra madre y en cuyos márgenes apuntó sus opiniones no hay otro. ¿Para qué seguir citando las razones (miles de razones) que cada lector tiene para defender la lectura de un determinado libro? Otra cosa es fomentar el gusto por la lectura. Por ello concluyo repitiendo las palabras que decía en La lectura y la redacción: "No debemos, sin embargo, movernos sólo por esos dos factores (el interés y la sentimentalidad); debemos aspirar a más y leer, impulsados por el ansia del disfrute estético y conceptual, cualquier tipo de literatura que nos hagan pensar a la vez que sentir, ensanchen los horizontes de nuestro saber y afinen nuestra sensibilidad."

















OTROS







La radio sigue ahí





Entre la radio y yo existe una especie de vínculo que va más allá de la amistad y es amistad y confidencialidad y ... Desde hace unos quince años esos lazos intimaron aún más. Fue cuando se rompió mi seguridad laboral y, con ella, mi estabilidad física y mental. Mi cuerpo se desarregló totalmente. Me subió el colesterol y sufrí ataques continuos de ansiedad; el insomnio y horribles palpitaciones me obligaban a tirarme de la cama en medio de la noche y sentarme en el sofá del comedor presa de un pánico tan exagerado que más de una vez me sentí morir. En suma, perdí el norte y me puse en manos de médicos y fármacos que, con todo, no lograron disipar todos los miedos que de un modo u otro ponían trabas y trampas a mis pasos cotidianos. Fue entonces cuando empecé a recurrir con mayor frecuencia a la radio en busca de ayuda. Lo mismo era en altas horas de la noche que en la madugada o al rayar el día. Sudando de miedo, buscaba a oscuras, en medio del silencio hueco y prolongado de la noche, en el dial de mi receptor una voz, una música, un anuncio que me hiciera compañía. Unas veces era Cataluña Información, otras Cadena Dial, otras la Ser, otras la Cope, las que el azar me pusiera al alcance sin mirar el signo o tendencia a que pertenecieran unas y otras. Las voces de los locutores, las canciones, las músicas que aparecían de pronto en mis oídos representaban un oasis de paz en medio de mi desasosegado desierto nocturno. Y aliviaban mis desórdenes de miedo, los sudores, las palpitaciones... Me dormía con los auriculares puestos oyendo la voz acariciadora de un locutor que daba consejos a invisibles oyentes que acaso estaban sufriendo aún más que yo o escuchando una romántica canción que me llevaba a otros momentos más felices de mi vida. Y el lugar y el momento no tenían importancia: lo mismo me daba estar en una pensión de la Seo de Urgell en las primeras vacaciones de verano después del rompimiento laboral o en Lisboa años más tarde cuando ya las crisis no eran tan agudas ni tan duraderas. Allí estaba mi incondicional amiga la radio abrazándome en la noche como una madre actúa con el niño que acaba de sufrir una pesadilla. Y anoche, entre el 13 y el 14 de mayo, sin sobresaltos como los de antaño (sólo me había visto obligado a ir al lavabo), a eso de las cuatro y media de la madrugada, buscando al azar como siempre la mano amaiga de la radio, di con la voz de un locutor que en CatFM repasaba la vida y la carrera musical del recientemente fallecido Antonio Vega, símbolo de la llamada Movida de Madrid de los años ochenta. Fue una hora mágica la que el fino locutor puso a mi alcance tan generosamente. Canciones que yo conocía y otras que no había oído nunca fueron sonando para mí en medio de la noche. La chica de ayer, Lucha de gigantes, El sitio de mi recreo, Desordenada habitación y algunas otras que Antonio Vega, en medio de su lucha desigual con la droga y sus demonios personales, había ido creando para sobrevivirse siempre. Quiero recordar aquí y ahora la letra de una de las canciones que más me impresionaron oyéndosela cantar anoche al mismo fundador de Nacha Pop. Me refiero a Se dejaba llevar por ti:

Azul, líneas en el mar, que profundo
y sin domar acaricia una verdad.
Eh, tú, no lo pienses más,
o te largas de una vez o no vuelves nunca hacia atrás.
Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti,
no esperaba jamás y no espera si no es por ti.
Nunca la oyes hablar, sólo habla contigo y nadie más,
nada puede sufrir, que él no sepa solucionar.
Temor, alcohol de quemar,
pon tus manos a volar o en tus ojos el terror.
Azul, vuelve a reflejar y fundido con el sol
reina un sueño con sonido a mar. Se dejaba llevar...

Oyendo la canción en la concha silenciosa de mi oído, sólo sonando para mí, me dieron ganas de poner las manos a volar, como dice la letra. Estas alegrías, estos deseos, esta paz dulcísima que viene a visitarme tan generosamente en el pozo profundo y alargado de la noche, se los debo, ¿cómo no?, a mi confidente incondicional la radio. Gracias, por seguir siempre ahí.

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