miércoles, 4 de junio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

El Mercadillo de los libros

Como también recuerdo el generoso horizonte del Mercadillo, libros esperando la suerte de las manos que saben teclearlos con caricias de estudiante insaciable y de poeta.
Albert me acompañaba las mañanas de domingo por búsquedas y encuentros. Libros de magia, de poesía, de arte. Libros que un día sirvieron de escondite a secretos bélicos y a conjuras esotéricas. Libros que fueron cuajando bibliotecas y sueños... Libros que acabaron siendo testigos de una época y que ahora me obligan a esbozar entre los labios arabescos de gris melancolía cuando hojeo sus bosques de poemas, sus cálidas ventanas de pinturas, de rostros, de paisajes, de esperanzas.




Inicio universitario

Aquel sesenta y cuatro del inicio fue también la aventura de las aulas, de las asignaturas serias, hondas, de los sabios doctores que supieron sembrar en mí los dones del trabajo bien hecho, la lectura, la enseñanza... Alsina, Blecua , Castro..., compromisos de rigor y de entrega hacia el estudio...
Y nuevos compañeros, y otras rutas: la Avenida de la Luz y el cariñena, y el bulevar lujoso donde quiso Gaudí poner la almendra de sus sueños en casas temblorosas, casi tartas de piedra, invitaciones para que Dios bajase a ver si eran reales o plagios rebeldes de su excelsa magia.
Aquel sesenta y cuatro del inicio la sabia luz de la Universidad alumbró los desvanes de mi mente.






La ciudad en invierno

Y si era la ciudad en el verano un diamante brindado a quien osara entrar en su recinto misterioso con los cinco sentidos en alerta, en invierno se convertía en una dama que ofrecía sus encantos sin fin bajo la lluvia y el olor de alquitrán y los sonidos perdidos de la noche a quien quisiera poner en el tablero su ventura, sus virtudes de amante sin prejuicios.
Los amigos cogíamos el metro y, mineros del arte, un día amábamos la piedad de Pedralbes, y al siguiente, deseábamos a las mujeres que ardían en los cuadros que Picasso en Montcada dejó vírgenes para aliviar miradas encendidas...
Era todo la fiebre de la edad, que lo mismo encendía nuestras ingles que alzaba el corazón a los altares.




Sitges

O nos daba de pronto por cambiar de horizonte y, locos, nos subíamos al tren del litoral. Y, como a dioses en la orilla del mar, la luz de Sitges nos ungía de gracia y de poemas, tras rendir pleitesía a la pintura de Rusiñol en Cau Ferrat.
Comíamos entonces bocadillos de esperanza y bebíamos el vino de la gloria mientras quemaba los ojos la alegría de formar parte ya del arte fiel que no recibe nada y lo da todo.
Hay fotos que dan fe de aquellos días, y humos de cigarros y papeles habitados de esbozos y poemas, y cuadros que ya cuelgan para siempre en las salas eternas del olvido.




La ruta semanal

La semana avanzaba por la calle de Tamarit arriba hasta la Plaza donde esperaba la pasión del libro y, tras las charlas en el bar de Letras, nos salían al paso las presiones, las prisas y los nervios, drogas duras que inyectaban furiosos los exámenes.
El resto era volver a los amigos, al trato del pincel y de los versos abiertos en canal por los puñales de la música dulce de San Remo.
El resto era el placer del vino mago que hacía derramar poemas tristes a lo Buesa, o el deambular artístico por calles de Gaudí, donde unas torres, pétreas barras de pan, dan de comer a las aves del alma o unas cúpulas de fresa albergan camas donde el llanto aguarda tras la fiebre de la herida.
Entre el aula y la escuela de la calle y la amistad crecí aquel año azul palpando el cubalibre del guateque y el pecho femenino tras la blusa.





Ella, al fin

Al fin la conocí. Ella era la vida, la brisa que esperaba la alta vela de mi barco dormido en la añoranza.
Fue en la marabunta de la música y el ron con cocacola, en un guateque casero como aquellos que montábamos en la casa de Albert cuando sus padres se iban de viaje.
Ella bailaba como una lluvia cálida, era toda una carne bailable y no sabía aún que yo la amaba, que más tarde, a las puertas de su casa, tras la fiesta, le pediría que fuera mi novia.
Fue una Merced de calendario y cielo, de esas que duran una vida entera.

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