martes, 3 de junio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

MATERIA DE RECUERDO

(1964 – 1974)









































“Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.”
Francisco Brines



“Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.
A veces ola y otra vez silencio.”
Jaime Gil de Biedma






A la ciudad de Barcelona y a algunos barceloneses especiales: tanto ella como ellos me ayudaron a ser yo.
A Nasi, que inició conmigo lo que ahora nos sostiene y da la vida.






I.

Estación de Francia

Lo primero que vi de Barcelona fue la estación de Francia y su alta luz de cien razas viviendo con sus lenguas y exóticas historias. Yo acababa de dejar en la esquina del pasado mi página vivida de ciudad de provinciana, y abría a la aventura del mestizaje libre y sin fronteras mis ansias de aprender pese al cansancio nocturno de los casi mil kilómetros que me separaban de la primera almendra de la vida, ya en las lindes de la verdad adulta y sus celadas.
Mis padres y mi hermana, la pequeña, soñaban como yo ante la imparable cascada de habla y etnia junto al tren, en aquella estación de puertas libres. Eso fue lo primero: la preclara, libre apertura hacia verdades vivas.


El piso

El sitio de la casa, luminoso, abierto, cosmopolita y brujo, junto al canto del agua de Monjuic y su esmeralda subiendo hacia el Castillo. (Al alcance de la mano, todo un mundo reciente esperándome. ) El piso en alto, tibio el aire en los balcones y la luz en el alma del ser que ya aprendía sin libros y sin sueños. (Casi olvido las huertas y los nidos de aquel otro que vive en mi interior siempre esperando.)
Y también aprendía de los míos: cuatro hermanos ardiendo en la labor de pagar deudas, sueños..., y los padres haciendo cuentas siempre. Versos hablan con gratitud de aquellos manantiales.






Era julio

Pero también del mar en Casa Antúnez, al pie del Cementerio, el agua alegre brillando en nuestros cuerpos. Era julio y ya estaba dispuesta la amistad a saludarme pronto. Allí, en la orilla, compartiendo la espuma de las horas, los primeros amigos catalanes me hablaron de museos, de caminos futuros por los barrios con solera donde el vino se casa con el arte.
Yo, a cambio, les daría humo de versos, y, todos, saciaríamos bohemias ingenuas de endiosada juventud.





Entre el arte y el vino

Sus nombres quedan ya sembrados, vivos, en mis surcos diarios. Versos hablan del estudio de Albert donde tejíamos nuestros sueños artísticos; sus lienzos regían nuestras charlas; yo leía mis versos becquerianos; lo demás era fruto del vino y la esperanza.
La juventud podía con los ebrios retornos por la calle del Romano, tras cuya estatua solíamos librar batallas de vejigas acosadas.
Y el tranvía, soñando con la gloria, nos iba transportando por la noche como Ulises camino de sus Ítacas.
Atrás quedaban versos y dibujos sembrados en la frágil servilleta, entre el olor a vino peleón y el humo del cigarro, como un guiño que la diosa bohemia nos brindaba.





Nombres

Nombres, vivos nombres que ahora traen momentos de amistad, que a la mirada prosaica del presente me torturan con la nostalgia inútil. Pero entonces..., entonces eran brillos de diamante en nuestras manos. Petritxol, Canuda, los Baños Viejos..., mundos donde abrían sus puertas al amor y al arte cuerpos y almas tocadas por un don común, por un año de gracia, aquel primero en que aprendí el misterio de Barcino, arrimando el oído al corazón, al barrio de las putas y del arte.
Pintábamos de día en caballete con el mar a los pies y el cielo azul temblando entre las velas de los muelles.
Y por las noches abríamos las salas de Baco con las llaves más gozosas. Entre vaso y vaso abríamos ventanas a las musas, mientras Fibla perdía lápices en Cristos agonizantes y putas con los senos encrespados, sus minotauros Florentí incitaba, el otro Juan soñaba con París, Esther flotaba en nubes de Picasso y Albert la dibujaba con pinceles untados en el óleo eterno del corazón.





Un refugio

Las borracheras duraban lo que duraba el fiel arrobamiento. Luego volvíamos al recinto de los Beatles y volvíamos a caer en toboganes de magia y erotismo.
En el estudio pasábamos el tiempo hablando libres de Dios, del arte, del sexo y de poemas mientras el mundo se multiplicaba en andamios y las palomas pintaban las estatuas con sus grises de fuego. En el refugio tocábamos las teclas de las musas y planeábamos híbridas visitas a museos y tabernas. Recuerdo todo eso con pasión.

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