sábado, 29 de mayo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO A propósito de Francisco Brines


 No quiero despedir el mes de mayo sin antes dedicarle un recuerdol especial al poeta Francisco Brines, por la sencilla razón de que ciertos momentos de mi vida laboral y literaria están relacionados de manera particular con el poeta valenciano. 

El primer momento tuvo lugar en circunstancias adversas: yo había dejado de ser en contra de mi voluntad profesor de Lengua y Literatura en el Colegio Privado donde había estado trabajando casi treinta años y buscaba un nuevo destino profesional, preparándome para opositar a Profesores de Secundaria y Bachillerato. Era a finales de 1996 y alternaba los estudios con la creación literaria, que siempre me ha servido de refugio y consuelo. Pues bien, recuerdo que antes de terminar el año, había mandado un poemario a un Concurso de poesía de Valencia, cuyo jurado estaba presidido por el poeta de la Generación del 50 Francisco Brines, un poemario que por las fechas del anuncio del Certamen acababa de terminar, cuyo tema, según pedían las bases del Premio, eran los toros. Paralelamente, en Navidades, aconsejado por un colega de la profesión, me apunté a la Bolsa laboral de la Generalitat de Catalunya para trabajar como Interino en la Enseñanza Pública, sin abandonar por ello, como queda dicho, los estudios de la Oposición para Profesores de Secundaria, que tendría lugar en la primavera del año 1997. 

Ahora ya puedo decir que ese año resultó ser una resurrección en toda regla para mi vida laboral y literaria pues nada más comenzar el año, la Delegación de Enseñanza me comunicó mi primer trabajo como interino: enseñar Castellano en un centro de Fornación Profesional durante tres meses. Me sentía tan feliz como un profesor que inicia su carrera de docente. Y esa felicidad alcanzó su cumbre cuando una noche, ya acostado, sonó el teléfono. Lo descolgó mi mujer y a las primeras de cambio me dijo que el que estaba al otro lado de la línea era el poeta Francisco Brines que quería hablar conmigo. Medio dormido me puse al habla con él, que enseguida, tras darme la enhorabuena por ser el ganador del Primer Premio de Poesía Taurina “La Tertulia”, me pidió que eligiera uno de los poemas cuyos títulos me leyó porque el Concurso sólo premiaba un poema. ¡Qué despiste el mío que había enviado un poemario en vez de un solo poema y qué gentileza la de Francisco Brines que pasó por alto ese desliz para darme el Premio del Certamen! 

 


Días después se puso en contacto conmigo una persona de la peña taurina que patrocinaba el Concurso para invitarnos a mi mujer y a mí a una estancia de dos días en Valencia, en plenas Fallas, para poder recoger la cuantía del Premio en la sede de esa asociación, con la presencia del jurado en pleno, formado por Carmen Alborg, Vicente Gallego, Carlos Marzal y César simón, y presidido por Francisco Brines, como queda dicho. El acto fue todo un lujo de atenciones, que sigo agradeciendo todavía y que jamás olvidaré. Y recordaré además con especial cariño las palabras que Brines dedicó al poema ganador del Premio (entre otras, que el jurado había premiado unos versos que en realidad eran antitaurinos) y, sobre todo, la charla que mantuve con el autor de "Las brasas" sobre la poesía en general y la que se escribía en España en aquel entonces, y la alusión entrañable que hizo él de otro poeta de su generación, mi paisano Claudio Rodríguez, que por cierto había coincidido tiempo atrás con Brines en  Universidades británicas, siendo ambos lectores de Literatura Española (Claudio en las de Nottingham y Cambridge y Brines en esta última, aunque también fue profesor en la Universidad de Oxford).

 


Pasó el tiempo, hice dos o tres interinajes más, aprobé las Oposiciones y enseñé Lengua y Literatura españolas en varios Institutos de la periferia de Barcelona. Y seguí escribiendo y publicando poesía, y presentando libros de amigos y compañeros de letras. Y he aquí que realizando esta difícil y comprometida tarea de hablar de libros para acercarlos a la gente que asiste a esos actos y animarla a leerlos, hace unos años volví a tener la oportunidad de hablar de la poesía de Francisco Brines al presentar un libro sobre la vida y la obra del poeta de Oliva, que había confeccionado el amigo Antonio Machín Romero con el título significativo de  “Francisco Brines Entre el canto y la elegía”. 

 


En ambas circunstancias me sentí profundamente enriquecido por la personalidad y la poesía de Francisco Brines que el pasado 20 de mayo desapareció físicamente. Había nacido en Oliva (Valencia) en 1932, se había licenciado en Derecho, Filosofía y Letras e Historia y había sido académico de la Real Academia Española. Su obra es la de un poeta auténtico donde los haya y títulos como "Las brasas", "Palabras en la oscuridad", "El otoño de las rosas" y "La última costa" le reportaron numerosos premios y reconocimientos: Adonais, Nacional de las Letras Españolas, de la Crítica en la modalidad de poesía castellana, Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el último, el Miguel de Cervantes que recibió en Elca de manos de los Reyes poco antes de morir.

Espiritualmente, nos ha dejado su poesía, un río profundo que transporta en sus aguas perfectamente unidos el canto y la elegía, el entusiasmo de haber vivido y el lamento por la pérdida de todo aquello que le había regalado felicidad y satisfacción mientras vivió.

Le envío al ámbito de eternidad que  ocupa ahora estos versos: 

La barca ya ha llegado.

La niebla ha rodeado a los que iban

esperando algo nuevo en la última costa,

entre ellos el poeta que amó la vida apasionadamente.

Y en la niebla descubrió a su madre que lo miraba fijamente

mientras él notaba que las lágrimas

le impedían verla como entonces,

como aquella vez que al volver a Elca

y bajar del coche

se vio inundado de repente

por el olor de azahar que había ya olvidado,

y vio a sus padres que salían de la casa

con los brazos abiertos para abrazarle.

Pero ahora era la nada y la ceniza

las que salían a su encuentro,

la despedida final, la pérdida de todo

lo que había tenido, la vida, la infancia,

la noche y el placer.

Sólo le quedaba la palabra escrita con amor,

el consuelo de la eterna poesía, que decía su nombre

en el mar que acababa de surcar

donde las últimas olas olían a jazmín

y latían ilusionadas

como el corazón del niño que fue un día.

                   (De mi poemario "La impotencia de las palabras")

 


 

 


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