sábado, 22 de mayo de 2021

ELOGIO Y NOSTALGIA DE BARCELONA (II)

 


LO QUE SE PIERDE

Todo era entonces joven y atrevido.

La juventud podía con los ebrios

retozos de la noche en armonía

                  con la cómplice miel de la bohemia.

Atrás quedaron versos y dibujos

sembrados en efímeros papeles,

y nombres, vivos nombres que evocaban

momentos de amistad: los Baños Viejos,

Canuda, Petritxol, el Pino…, puertas

abiertas a la magia de Barcino.

Las borracheras duraban lo que

duraba el fiel arrobamiento. Luego

volvíamos al refugio de los Beatles

y descendíamos por toboganes

de magia y creación. Afuera el mundo

ascendía en andamios acrobáticos

y las palomas pintaban las estatuas

con sus grises de fuego y de ceniza.

Y si era en el verano la ciudad

un diamante entregado a quien osaba

entrar en su recinto misterioso,

en el invierno era una dama hermosa

que ofrecía su cuerpo con la lluvia

y el olor de alquitrán y los sonidos

perdidos de la noche a quien quería

poner en el tablero su ventura.

                  El tema era el placer del vino mago

que hacía derramar poemas tristes

a lo Buesa, o el deambular romántico

por calles enjoyadas de Gaudí

o templos de Picasso. Pero había

un viejo nubarrón que amenazaba

la mies de la familia, un huracán

dispuesto a derribar la luz de casa. 

Un tren de medianoche atravesó

sin un descanso lágrimas y tierras

mientras en el macuto me quemaban

mil versos contra Dios, contra la vida,

contra la primavera que inundaba

los campos de lujuria. Llegué, limpio

de llantos, hasta el lecho donde el padre

aguardaba mi beso, mi palabra,

tal vez la confesión de que él había

significado todo para mí.

Y nada hice ni dije: tristemente

lo miré como al barco que se aleja

dejando tras de sí una ausencia blanca.

 

Y los amigos siguieron compartiendo

conmigo borracheras y cigarros,

poemas y pinturas. Pero todo

había ya cambiado sin remedio.

Y las palabras nos sonaban tristes

porque sabíamos que algo puro, vivo,

a punto estaba de desvanecerse.

Como el perfume de una bella dama

que deja nuestro cuarto tras amarnos.

Como si aquella Barcelona nuestra

estuviera diciéndonos adiós.

 

 


INVASIÓN DE IGOR MITORAJ

Mitologías extrañas

han invadido las calles de Barcelona.

Quien quiera verlo que vaya hasta la Rambla.

Y una noche verá en medio del mundo

la cabeza de un héroe mordiendo el alquitrán,

cuerpos sin alas, dioses

vendados y vendidos a la vista

que quiera comprarlos por dos pasos

o una copa en el bar vecino.

Y una mañana llena de sol y acacias

se encontrará seres fantásticos e inventados

invadiendo la vida cotidiana

con su pasado y su historia

fragmentada y vencida.

Cuerpos sin brazos, cabezas cercenadas,

rostros vendados, eros sin aventura,

martes sin batallas...

podrás ver una tarde si caminas

por el corazón de Barcelona.

No les pidas ayuda; ellos son

quienes necesitan apoyo para ser

de nuevo ícaros y volar bien arriba,

no a flor de asfalto ni de quiosco de postales.

Lo único que puedes es estrechar la mano

de esa sombra con puro que pasea

entre su creación, ese Mitorag

vestido de negro como la muerte

que intenta dar la vida al hombre de hoy

encarnado en tanta mutilación.

No te dirá nada si, como un niño,

entras en la cabeza de Eros

y ves que el amor ha huido

entre las vendas, lejos, tal vez rambla abajo,

hacia el mar, o rambla arriba

al Tibidabo.

Vete un día hasta esa escenografía

de belleza paisana y quédate con que el hombre

es un dios sin Olimpo un héroe sin victoria,

un hombre que despierta cada día

con un milagro al alcance de la mano.

 

 


CARTA ABIERTA

PARA DESTERRAR AL OLVIDO

Antes de que la lluvia

del implacable olvido

borre el recuerdo que tengo de la blanca,

sonora, dulce, viva Barcelona.

Antes de que el agua de la distancia

y la carcoma de la indiferencia

derriben a Colón de su columna

de flores submarinas. 

Antes de que la lluvia desatenta

abata el pan de piedra que amasó Gaudí

con mágicas cerámicas y altos vidrios

del mundo mal compuesto del recuerdo.

Antes de que las flores y los pájaros

de las Ramblas se agosten y enmudezcan

en el jardín sin suerte de mi alma,

antes de que el olvido me oscurezca,

quiero, amiga, que bajes una tarde

a aquel barrio de templos y de vinos

y repitas mi nombre en las esquinas

donde el arte se besa con la carne. 

A ver si, de repente, aquí, tan lejos,

en el mundo fugaz de la añoranza,

brota limpia y brillante, intacta y viva

la Barcelona que viví contigo.

 

 



 

B DE BARCELONA 

Barcelona existe si la miro

o me mira ella a mí,

y las flores cortadas de las Ramblas

respiran más a punto de morir,

y Colón en su altura,

sumida su mirada en alta mar,

me espera a que lo mire

y viva tantas veces cuantas yo lo recuerde

así, empinado en la columna falo

que atraviesa sin pecado el cielo,

o enciscado por palomas, tiempos

que encalan de ceniza su destino.

Barcelona no es nombre

ni destino de viaje.

Es misterio sin más, vivo prodigio

que transforma mi vida

cuando quiero mirarla y voy y la miro.

 

 


 

LA TORRE AGBAR 

Obús, supositorio, pene libre

sobre la polución de Barcelona.

Dedo de Dios, menhir de Montserrat,

remedo acristalado de una torre

de la Sagrada Familia, ciprés quieto

bajo la luz del día, que lo quema

y le da brillos de luto. Chorro

de surtidor helado, que la noche

convierte en magia pura, colorido

catalán que marca el límite

entre la vieja ciudad y la otra, nueva,

que mira al mar y al mundo del futuro.

Arquitectura transgresora

--Jean Nouvel la hizo glande y proyectil

y cohete espacial...--, especial,

ya será siempre un hito allí en Las Glorias,

entre el Gaudí universal

y el Mar eterno.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INVASIÓN DE IGOR MITORAJ

 

Mitologías extrañas

han invadido las calles de Barcelona.

Quien quiera verlo que vaya hasta la Rambla.

Y una noche verá en medio del mundo

la cabeza de un héroe mordiendo el alquitrán,

cuerpos sin alas, dioses

vendados y vendidos a la vista

que quiera comprarlos por dos pasos

o una copa en el bar vecino.

Y una mañana llena de sol y acacias

se encontrará seres fantásticos e inventados

invadiendo la vida cotidiana

con su pasado y su historia

fragmentada y vencida.

Cuerpos sin brazos, cabezas cercenadas,

rostros vendados, eros sin aventura,

martes sin batallas...

podrás ver una tarde si caminas

por el corazón de Barcelona.

No les pidas ayuda; ellos son

quienes necesitan apoyo para ser

de nuevo ícaros y volar bien arriba,

no a flor de asfalto ni de quiosco de postales.

Lo único que puedes es estrechar la mano

de esa sombra con puro que pasea

entre su creación, ese Mitorag

vestido de negro como la muerte

que intenta dar la vida al hombre de hoy

encarnado en tanta mutilación.

No te dirá nada si, como un niño,

entras en la cabeza de Eros

y ves que el amor ha huido

entre las vendas, lejos, tal vez rambla abajo,

hacia el mar, o rambla arriba

al Tibidabo.

Vete un día hasta esa escenografía

de belleza paisana y quédate con que el hombre

es un dios sin Olimpo un héroe sin victoria,

un hombre que despierta cada día

con un milagro al alcance de la mano.

 

 

 

 

 

 

 

INVASIÓN DE IGOR MITORAJ

 

Mitologías extrañas

han invadido las calles de Barcelona.

Quien quiera verlo que vaya hasta la Rambla.

Y una noche verá en medio del mundo

la cabeza de un héroe mordiendo el alquitrán,

cuerpos sin alas, dioses

vendados y vendidos a la vista

que quiera comprarlos por dos pasos

o una copa en el bar vecino.

Y una mañana llena de sol y acacias

se encontrará seres fantásticos e inventados

invadiendo la vida cotidiana

con su pasado y su historia

fragmentada y vencida.

Cuerpos sin brazos, cabezas cercenadas,

rostros vendados, eros sin aventura,

martes sin batallas...

podrás ver una tarde si caminas

por el corazón de Barcelona.

No les pidas ayuda; ellos son

quienes necesitan apoyo para ser

de nuevo ícaros y volar bien arriba,

no a flor de asfalto ni de quiosco de postales.

Lo único que puedes es estrechar la mano

de esa sombra con puro que pasea

entre su creación, ese Mitorag

vestido de negro como la muerte

que intenta dar la vida al hombre de hoy

encarnado en tanta mutilación.

No te dirá nada si, como un niño,

entras en la cabeza de Eros

y ves que el amor ha huido

entre las vendas, lejos, tal vez rambla abajo,

hacia el mar, o rambla arriba

al Tibidabo.

Vete un día hasta esa escenografía

de belleza paisana y quédate con que el hombre

es un dios sin Olimpo un héroe sin victoria,

un hombre que despierta cada día

con un milagro al alcance de la mano.

 

 

 

 

 

 

 

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