miércoles, 20 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ 7

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El último artículo de República de las Letras dedicado a Claudio Rodríguez lo firma José María Muñoz Quirós y se titula Claudio Rodríguez: el Camino y la Claridad de la memoria. El modo de entender la existencia que tiene un poeta como Claudio Rodríguez (“actividad cotidiana, sentido de la mistad y del compromiso”) puede ser considerado como un modelo para quienes quieran ser escritores en general y poetas en particular. Este es el punto de partida del articulista, que asegura que la poesía de Claudio Rodríguez constituye “una obra coherente, reflejo de un vivir en la búsqueda y en la indagación del sentido vital que la poesía aporta en cada uno de los textos.” Como persona, Claudio era un castellano que, pese a ser un excelente poeta dominador del verso y del concepto, “nunca hizo gala de su sabiduría (…). En él no cabía  más que la comprensión de un mundo autentificado por la luz, por la verdad.” La pregunta (sin respuesta) que se había hecho siempre  Muñoz era “cómo un joven entrañado en las profundidades de la tierra había podido redactar los poemas de un universo tan cerrado y tan nítido como es  Don de la ebriedad.” Más de una vez, eso sí, recibió del poeta la respuesta sobre la pregunta por las raíces que había leído para escribir tan excelente poemario: “La proximidad que su obra tiene hacia los grandes poetas de la cultura greco-latina y la admiración que procesaba a maestros de nuestra lengua como Vicente Aleixandre, Luis Rosales o Leopoldo Panero.” Lo cierto era que el universo poético del poeta zamorano siempre le había supuesto el convencimiento de que un poeta debe ser un buscador, “un intérprete de la realidad, atribuyéndola valores mucho más altos y universales de los que posee.”

Después nos habla Muñoz de algunas costumbres de Claudio en sus caminatas por el campo y los caminos, una de las cuales era llevarse consigo una edición releída y subrayada de la Vida de santa Teresa de Jesús, “lectura obligada en la soledad del campo donde el poeta había ido fraguando su necesidad de espiritualidad, la verdad intensa de su contemplación”. La figura de la Santa le acercaba frecuentemente a Ávila y en algunas ocasiones paseó con el autor del ensayo por las calles de la ciudad oyendo las campanas y escuchando la respiración de la piedra sagrada. Y no debe olvidarse que durante la luna de miel visitó varias veces Ávila con Clara. Recuerda a propósito Muñoz Quirós la fotografía de un cultural de Madrid en la que, muerto ya el poeta, se veía en su mesa de trabajo un texto titulado “Ávila” con su letra inclinada sobre la hoja. El anecdotario de los recuerdos que guarda el articulista de Claudio siguen indicándole “la categoría humana del poeta, la dedicación a la amistad, su inclinación a la generosa manera de entender el tiempo, de regalarle, de ser fiel ante cualquier circunstancia.” Concluyendo, Quirós afirma que la poesía de Claudio Rodríguez “tiene la facilidad ingenua del niño y a su vez la altura desmesurada del equilibrista.” Sin embargo, “nadie podrá achacar a un poema de Claudio Rodríguez el abandono, la facilidad resuelta en la repetición de lo mismo.” Y lo más importante: Claudio Rodríguez, el hombre y el poeta, es el ejemplo que nos sirve “para entender la poesía como una lección en la que participamos todos con la vida.”
 
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La Revista se cierra con un poema del paisano y amigo Jesús Hilario Tundidor, Baudelaire, Claudio y Eliot pasean junto a mí, al atardecer, por la tierra del vino, dividido en tres collages: 1: “L’ame du vin” (“¡Rojiza tierra ésta / del poema! Ah, sí, ¿recuerdas, Claudio? Había sangre siempre / en la puesta del sol” (…) “Cielo arcilloso, la llanura, / el páramo encendido. Y callados los robles, las encinas, que conservan más un rayo de sol / que todo un mes de primavera” (…) “En cierta carretera / llena de azul inalcanzable encima: Siempre la claridad viene… ¿de dónde? La claridad, ¿de dónde? / ¿Acaso no hay principio, ni lugar, ni esperanza y el puro azul que nunca se viola / no estaba aquí, cantaba entre nosotros? Dentro, dentro, quemando, haciendo / amor, sabiduría, altura de las águilas del Duero o brisa o aire, que allí sí que pusimos / la voz para que todos la supieran, la poseyeran.)” 2: “Al este de las sombras” (“Nombrar cosas, nombrar vida. Igual que magia inocente, así el cántico, la posesión, / pues nuestro / es aquello que nombro, se representa en mí y en mí subsiste…” (…) “La POESÍA importa. Especialmente andando por las tierras / del vino. Nunca tierra baldía, nunca The Waste Land, tal vez. El duro transcurrir por los senderos / de la no realidad: Tierra del Vino, tierra de un vino que jamás se ciega, / vino varón, preñado amadamado, terso como horizontes y llanuras profundas…)” Y 3: “Profanación de los laberintos del conjuro” (“Pienso en las cosas que se han ido: los pájaros, los vientos, la quimera, pienso / en las cosas que se han ido, ¡cuántas! También te fuiste tú, también te fuiste. ¿Tantas / se van y aún siguen atardeciendo. Eliot invita, Baudelaire señala. / Sola es la voz que la amistad mantiene” (…) “Hay que nombrar las cosas, si no mueren / perdiéndose en el mar, en la marea. Hay de denominarlas e indagarlas. / Y vivir. Que ya la noche hace su asomo y muy borrachos vamos a estas horas / y por los tesos y las jaras hembras en sombra de Valverde / un calandrio es la luz por las encinas.”)
 
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Después, Cinco poemas de Claudio Rodríguez, selección hecha por Sorel, uno de cada libro: 1, el poema VIII de Don de la ebriedad, 1953: “Decidme, ¿cómo / veis a los hombres, a sus obras, almas / inmortales? Sí, ebrio estoy, sin duda” (…) “en cada / lugar donde antes era sombra el tiempo, / ahora la luz espera ser creada” (…) “Y el sol, el fuego, el agua / cómo dan posesión a estos mis ojos. / ¿Es que voy a morir? ¿Tan pronto acaba la ebriedad?” 2, “Con media azumbre de vino” de Conjuros, 1958: “Cuánto necesita mi juventud; mi corazón, qué poco. / ¡Meted hoy en los ojos el aliento / del mundo, el resplandor del día!” (…) “Y corre el vino y cuánta, / entre pecho y espalda cuánta madre / de amistad fiel nos riega y nos desbroza. / Voy recordando aquellos días. ¡Todos, / pisad todos la sola uva del mundo: / el corazón del hombre! ¡Con su sangre / marcad las puertas! Ved: ya los sentidos / son una luz hacia lo verdadero.” 3, “Ciudad de meseta” de Alianza y condena, 1965: “Y a saber qué distancia / hay de hombre a hombre, de una vida a otra, / qué planetaria dimensión separa / dos latidos, qué inmensa lejanía / hay entre dos miradas / o de la boca al beso” (…) “Esto no es monumento / nacional sino luz de alta planicie, / aire fresco que riega el pulmón árido / y lo ensancha y lo hace / total entrega renovada, patria / a campo abierto. Aquí no hay costas, mares, / norte ni sur; aquí todo es materia / de cosecha.” (…) “Porque todo / se rinde en derredor y no hay fronteras, / ni distancia, ni historia. / Sólo el voraz espacio y el relente de octubre / sobre estos altos campos / de nuestra tierra.” 4, “Noviembre” de El vuelo de la celebración, 1976: “Llega otra vez noviembre, que es el mes que más quiero / porque sé su secreto, porque me da más vida. / La calidad de su aire, que es canción, / casi revelación, / y sus mañanas tan remediadoras” (…) “Tras tanto tiempo sin amor, esta mañana / qué salvadora. Qué / luz tan íntima. Me entra y me da música / sin pausas / en el momento mismo en que te amo, / en que me entrego a ti con alegría” (…) “Llegó otra vez noviembre. Lejos quedan los días / de los pequeños sueños, de los besos marchitos. / Tú eres el mes que quiero. Que no me deje a oscuras / tu codiciosa luz olvidadiza y cárdena / mientras llega el invierno.” Y 5, “Secreta” de Casi una leyenda, 1981:  “Tú no sabías que la muerte es bella / y que se hizo en tu cuerpo. No sabías / que la familia, calles generosas, / eran mentira. / Pero no aquella lluvia de la infancia, / y no el sabor de la desilusión, / la sábana sin sombra y la caricia / desconocida. / Que la luz nunca olvida y no perdona, / más peligrosa con tu claridad / tan inocente que lo dice todo: / revelación. (…) “Ahora se salva lo que se ha perdido. (…) “¿Y si la primavera es verdadera? / Ya no sé qué decir. Me voy alegre. / Tú no sabías que la muerte es bella, / triste doncella.”

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