viernes, 15 de julio de 2016

CON CLAUDIO RODRÍGUEZ 5


 
Laurence Breysse-Chanet, autor de Claudio Rodríguez, pasos de una voz, inicia su artículo afirmando con relación al poeta zamorano que “la herencia casi mágica de una doble luz, la que emana de una persona y de una voz poética, es posible”. Y luego plantea el recibimiento que Francia hizo de la poesía del zamorano, que no se valora por lo que dice sino “por la fuerza del lenguaje, que es la misma poesía”. Y así define el primero libro de Claudio, Don de la ebriedad: “luz de alba en los años negros de la España de la posguerra, un milagro, cuando la poesía de la época, ‘poesía social’, se escribía bajo el signo de la aspereza y la desesperanza.” Enseguida nos cuenta cómo conoció la obra de Claudio y al propio poeta en persona (en 1989, en Madrid, cuando el poeta le escribió en la primera página del ejemplar que había adquirido de Desde mis poemas: “Con amistad que espero sea duradera” y luego siguieron charlando un tiempo en un café. De Don de la ebriedad entre otras cosas dice que “el compás (del libro) lo dan los pasos del poeta caminante, como lo fue Rimbaud” y que “en saber contemplar radica la tarea del poeta.” Sin alejarse del poder de exaltación de la palabra poética del primer libro, el segundo, Conjuros, que es “el más arraigado en una tierra ancestral (…) aunque su alcance sea universal”, se llena de interrogaciones hasta llegar a la duda final, que abre “su propio reempezar”: “¿Es que voy a vivir?” Y así van apareciendo un libro tras otro, Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1975)… hasta llegar a Casi una leyenda (1991). Cinco poemarios (obra breve) que sugieren “la idea de la constancia del don, en la mediada en que el don, otro nombre de la ebriedad inicial y nunca apagada, es ademán en movimiento, hecho sonoridad.” En otro lugar, hablando de las dificultades  que representa traducir la poesía de Claudio, Breysse-Chanet afirma que “la luz del verso claudiano, de la voz claudiana, es sin duda un desafío para un traductor, si tiene que inventar con medios propios, desde su exilio, otra tierra tan sonoramente luminosa, con su propia armonía.” Aun así, mientras traducía a Claudio descubrió que en su luminosidad “late una doble claridad (…): la clarificación como revelación y manifestación de la presencia del mundo (…) y la claridad que se vincula a la sombra (…), encuentra su fuerza desde la sombra.” Y a las interrogaciones, tan recurrentes en la poesía del zamorano, se le añaden los puntos suspensivos. Por otra parte apunta la articulista francesa el interés que siempre mostró Claudio por el trabajo métrico de Rimbaud (llegó a escribir una tesina universitaria titulada precisamente “Anotaciones sobre el ritmo en Rimbaud”) y aclara: “lo que interesa básicamente a Claudio en Rimbaud es el paso de un ritmo descriptivo, dinámicamente pensado, a la ruptura rítmica, donde ve una característica esencial de la poesía de Rimbaud, un ritmo afectivo puro, un ritmo que incendia zonas ocultas”. En los poemarios siguientes a Don de la ebriedad (donde el endecasílabo es el único verso que se emplea el poeta) Claudio Rodríguez practica la polimetría basándose sin embargo en la combinación de heptasílabos y endecasílabos “muy flexibles, fluidos, orales”. Pero lo que interesa a Breysse-Chanet es la voz y el ritmo oral del primer poemario del poeta zamorano cuya versión al francés le ayudó a ver que “el cuerpo poético (el conjunto de libros y cantos que componen Don de la ebriedad) acoge la emoción del cuerpo físico que lo engendra (el poeta, su caminar, su respiración) en sus idas y venidas, sus avances y retrocesos, lo que le da al poemario la dimensión sobrecogedora de una experiencia”.
 
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De la poeta extremeña Ada Salas es el artículo siguiente titulado De “lo que importa” según Claudio Rodríguez. Empieza su trabajo afirmando muy plásticamente que la poesía de nuestro poeta “entra a saco en lo que ve, se deja las uñas abriendo brechas en la apariencia de real que tiene lo real (…) y mete allí los ojos, ojos como manos que palpan, como pulmones que respiran y que transcriben lo que ven, aunque ese ejercicio extremo de visión implique ceguera.” Y concluye: “Sus libros son el acta de una lucha continuada por llegar a ver, y ver lo que en verdad importa (…) y la mirada que ve es la llave para acceder a la verdad del mundo.” Y lo que ve Claudio es un darse cuenta de que “todo es simple”. Es un darse cuenta de algo tan simple “como que está vivo, que estamos vivos.” Aduce a los versos del poeta: “¿No sientes / junto al pinar la cura, / el claro respirar del pulmón nuevo, / el fresco riesgo de la vida? Eso es lo que importa.” Ada avanza en su razonamiento. Claudio Rodríguez no sólo se preocupa de ver él; nos hace ver a los demás. De ahí que en ese sentido su poesía puede ser considerada social, participativa y nos ayuda a desenmascarar lo que parece real pero que no lo es. Esa labor de desenmascaramiento de lo que parece real “compromete su lenguaje” y le obliga a postular que las palabras “no disfracen, no rodeen o envuelvan, no eludan, que digan lo que tengan que decir, que sean lo que nombran”. Por eso siempre en sus poemas está cruzando la frontera que separa dos mundos contrarios o diferentes: falsedad-verdad, apariencia-realidad, complejidad-sencillez, pureza-impureza, vecindad-compañía, mirar-ver… Y tras dejar bien claro lo anterior recurriendo al mismo título de su tercer libro, Alianza y condena, se detiene en una alegoría repetida por Claudio en sus poemarios, alegoría compuesta por los nombres casa, puerta, cerradura, llave. Aduce a varios versos de otros tantos poemas para demostrarlo: “y cuando / se ha dado cuenta al fin de lo sencillo / que ha sido todo, ya el jornal ganado, / vuelve a su casa (“Alto jornal”); “Cierra su puerta y queda bien cerrada (…) Día largo y aún más larga / la noche. Mentirá al sacar la llave. / Entrará. Y nunca habitará su casa” (“Ajeno”); “Pero / por el ojo de todas las cerraduras del mundo/ pasa tu llave, y abre / familiar, luminosa, / y así entramos en casa/ como aquel que regresa de una cita cumplida” (“Canto a Eugenio Luelmo”). Y por ejemplo en el último libro, Casi una leyenda, volverá a salir esa alegoría: “Ahora es el momento de la llave, / de la honda cerradura.”  Todo tiene un sentido religioso. Conclusión: “La llave, la cerradura, serían entonces el paso, el tránsito imprescindible para habitar la casa de la muerte”. Y la última advertencia, teniendo en cuenta lo que el poeta piensa de los niños y la pureza de su mundo: “Sólo los niños no precisan llaves; su mundo carece de cerraduras porque ellos no han dejado de habitar el reino de la inocencia.” A continuación de su artículo, Ada Salas incluye un poema suyo, de cuyos versos destaco los siguientes, que intentan definir al poeta: “Un hombre canta / bajo las estrellas / su condición de hombre (…) Y tú / querido Claudio /tú sordo de escuchar los clamores de un río / bailabas esa noche al son de qué / que no era la música.”
 

 
Y así llegamos a uno de los artículos más interesantes de la Revista, el que su autor, Luis Ramos, dedica a otro zamorano ilustre, el escultor y amigo de Claudio Rodríguez, Ramón Abrantes. Me refiero al titulado Presencia de la “semilla” y lo seminal en el “canto” fecundo de Claudio Rodríguez. Relacionados con la idea de la “participación”, tan presente en los libros del poeta, aparecen los conceptos simbólicos de semilla, siembra, surco, almendra, germen, grano, polen…, hasta llegar al concepto de fruto, unido a los de fecundación, fertilidad, primavera, cosecha…, todos ellos relacionados entre sí y formando una de las bases de la poesía natural de Claudio Rodríguez y una de las claves presentes a lo largo de su creación poética, ya desde antes de Don de la ebriedad en poemas andariegos de adolescente hasta el inédito e incompleto Aventura, su última obra. Por ejemplo, en uno de esos poemas adolescentes, “Iniciación”, que el propio Luis Ramos musicó e interpretó en su CD “El aire de lo sencillo”, podemos ya leer: “desprender lo que se siembra”. A partir de aquí seguimos a Luis Ramos en su recorrido por los libros de Claudio buscando esos símbolos de siembra y de fruto en los poemas de Don de la ebriedad. Por ejemplo: “¿Quién ha escogido a este arador, clavado / por ebria sembradura, pan caliente / de citas, surco a surco, grano a grano?” (VII) “Invierno, aunque / no esté detrás la primavera, saca / fuera de mí lo mío y hazme parte, / inútil polen que se pierde en tierra / pero ha sido de todos y de nadie.” (IX) Y lo mismo en Conjuros, su segundo libro. En “Día de sol”: “¿Por qué ha venido / esta mañana a darme a mí tal guerra, / este sol a encender lo que he perdido? / Tapad vuestra semilla. Alzad la tierra. / Quizá así maduraréis y habréis cumplido.”  O  en “A las puertas de la ciudad”: “Años y años confiando / en nuestros propios laboreos, como / si fuera nuestra la cosecha, y cuánto, / cuánto granar nos iba / cerniendo la azul criba del espacio, / el blanco harnero de la luz.” Y hablando de cosecha (símbolo del fin último del hombre, que es salvarse), en el tercer libro de Claudio, Alianza y condena, el vocablo se repite muchas veces de forma significativa en poemas como “Girasol”, “Frente al mar”, “Ciudad de meseta” o en “Oda a la niñez”, donde leemos: “el viento templa Y en sus cosechas vibra / un grano de alianza, un cabeceo / de los inmensos pastos del futuro.” Y en los siguientes libros, El vuelo de la celebración y en Casi una leyenda, lo mismo, con la advertencia de que en este último “cosecha” aparece cercana “al espíritu del momento vital próximo a la vejez de nuestro autor, que ahora en un tono claro de meditación nos va a informar del ‘otoño del conocimiento”, como leemos en el poema “Los almendros de Marialba”: “Sin prisa, modelada / con el río benigno / entre el otoño del conocimiento / y el ataúd de sombra tenue, al lado / de estos almendros esperando siempre / las futuras cosechas, / ¿todo es resurrección?” Luis Ramos cita también, pese a los riesgos que ello implica, Aventura, libro incompleto e inédito como queda dicho, y de la presencia en él de la palabra cosecha, que aquí es maduración y germinación, referencia constante a la semilla, como aparece en el poema “Sensación de simiente”. Y dicho esto vuelve a la senda de su trabajo, que es revisar el concepto de semilla, que en Conjuros es a veces grano, a veces fruto, como en el poema “Contrata de mozos”, donde el fruto que se ofrece será la vida que se entrega de forma solidaria: “¿quién va a salir de casa / sólo por ver qué tal está la compra, / sólo por ver si tiene buena cara el fruto / de nuestra vida?” En Alianza y condena disminuye la presencia de esta simbología porque los temas tienen que ver más con lo urbano; sin embargo, aparece el concepto de fruto en el poema “Cáscaras” : “muerde la dura cáscara, / muerde aunque nunca llegues / hasta la celda donde cuaja el fruto.” Y la siembra y la fertilidad en “Noche en el barrio” y en “Viento de primavera”, respectivamente, mientras que en “Girasol” aparece el grano como símbolo de plenitud. Y en Casi una leyenda el concepto de fruto aparece en forma de uva, naranja, ciruelo o almendra: “un sabor a almendra amarga / queda, un sabor a carcoma; / sabor a traición, a cuerpo /vendido, a caricia pocha.” Así la relación entre la almendra (sabor) y la muerte se convierte en una de las principales características del libro, aunque la visión de la muerte será la salvación para el hombre a partir del canto, como sucede en el poema ya citado “Los almendros de Marialba”, que acaba con los siguientes versos: “Hay un suspiro donde ya no hay aire, / sólo el secreto de la melodía / haciéndose más pura y dolorosa / de estos almendros que crecieron antes / de que inocencia y sufrimiento fueran / la flor segura, / purificada con su soledad / que no marchita en vano./ Y es todo el año y es la primavera / de estos almendros que están en tu alma / y están cantando en ella y yo los oigo, / oigo la savia de la luz con nidos.” Para ir concluyendo, Luis Ramos cita las palabras de Sobejano sobre la poesía de Claudio Rodríguez: “Si el paisaje de la naturaleza existe es por todo lo que el poeta proyecta sobre él: sentimientos, ideas, imágenes, recuerdos, vivencias…” Y luego las suyas propias: “Y esto es así porque para Claudio siempre hay un sonido dentro de cada realidad, que no es otra cosa que su materialidad; por ello quiere darle forma y hacerlo corpóreo a fin de convertirlo en canto para salvar las cosas y salvarse él mismo dentro del propio canto.”

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