viernes, 13 de septiembre de 2013

FRANCISCO BRINES

 
 
En la entrada anterior hablaba de presentar libros como una actividad gozosa de mi vida. Siguiendo hoy con las MEMORIAS DE UN JUBILADO, debo referirme al poeta cuyo nombre da título a la entrada presente. Francisco Brines tiene que ver mucho con mi resurrección profesional y poética. A mediados de los noventa, dejé de trabajar como profesor en el Colegio donde había prestado mis servicios durante veintiocho años. Fue un hecho traumático entonces (hoy, con las perspectivas que me da el tiempo transcurrido desde entonces, he visto que, gracias a Dios, el dejar aquel Colegio fue para bien, como se verá en estas líneas); fue un hecho traumático entonces porque a mis cincuenta y pocos años me vi de la noche a la mañana abandonado e inútil, sin futuro profesional y sin ganas de salir adelante. Por fortuna,  mi familia, que siempre ha estado y sigue estando a mi lado, me apoyó y dio luz en momentos tan difíciles y oscuros.
Fueron efectivamente un par de años para olvidar. Probé de abrir con un compañero que había sufrido la misma circunstancia que yo una asesoría pedagógica para alumnos con problemas de aprendizaje. Todo con tal de permanecer unido a la profesión de enseñar por la que siento tanta devoción como por la poesía. Y aunque duró poco, me sirvió para mantener el ánimo levantado. Por otra parte, la poesía me hacía sentirme vivo y me refugiaba en ella como en las alas que sostienen el vuelo de los pájaros. A finales del 96 ya no tenía ni la asesoría pedagógica y, para tener viva y fundamentada la esperanza, me apunté a las listas de suplencias de profesores de secundaria, a la vez que empezaba a preparar las oposiciones que tendrían lugar el año próximo.
Todo estaba, pues, en el aire, cuando irrumpió en mi vida el año de mi resurrección, 1997. Y una noche de enero del año recién comenzado, de madrugada, sonó el teléfono. Estábamos en la cama y mi mujer descolgó el aparato. Cambió unas palabras con la persona que llamaba y luego me dijo:
--Es de parte de Francisco Brines.
Medio dormido, escuché su voz elegante y bien timbrada sin poder creer lo que estaba diciéndome. En resumidas cuentas, me dijo que había ganado el premio de poesía taurina de Valencia (recordé vagamente que hacía un tiempo había mandado a esa ciudad un poemario sobre el toro en sus diversas facetas, artística, histórica, mítica y de fiesta nacional, para participar en un premio). Añadió el poeta que debía escoger un poema del libro porque las bases del premio decían que sólo se premiaba un poema. Y le di el titulo de uno de ellos. Luego me volvió a dar la enhorabuena y me dijo que en unos día el secretario del premio se pondría en contacto conmigo para concertar el viaje a Valencia y la fecha de entrega del galardón, y allí nos conoceríamos. Nervioso y emocionado, le di las gracias.
Esa noche no pegué ojo, pero fui el más feliz de los hombres.

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