lunes, 8 de abril de 2013

CUENCA CIERTA Y SOÑADA (1)

«Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?


¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.


Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.


¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».

                        Federico Muelas




Cuenca en la lluvia:
¿quién se atreve a reír
mientras escucha

el llanto humilde
que abrillanta la pena
de los jardines?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Primer día
 
Llovía cuando salimos de casa. Era de noche cerrada.
Y ahora, dos horas más tarde, con dudosa luz de día,
el autobús que nos lleva
se abre paso hacia el sur entre neblinas.
El paisaje apenas tiene color.
Sólo el verde, bajo el gris difuminado de la niebla,
va despertando poco a poco.
 
Tras desayunar y estirar las piernas,
reemprendemos la marcha.
Vamos dirección a Valencia.
A ambos lados de la ruta, desde hace un buen rato,
nos siguen extensos y verdes naranjales.
Sobre nuestras cabezas,
grandes y grises manchas de nubes
y escasos retazos de azul.
Leemos, para que el tiempo no se nos haga tan largo,
alguna información histórica,
artística y literaria sobre Cuenca.
 
Dos horas más tarde
el autobús abandona la dirección a Valencia
Para tomar la de Madrid.
La escasa luz anterior
empieza a apagarse
ante las cada vez más espesas capas de nubes.
Vídeo en la pantalla del autobús.
Y enseguida,
para hacer caso a los pronósticos del tiempo,
la lluvia hace su aparición en el parabrisas del autobús.
 
Y sólo media hora más tarde diluvia.
Los viajeros nos hacemos lenguas de lo que está cayendo.
La película sigue su propio camino:
amores y descubrimientos.
Seguimos por la Autovía del Este dirección a Madrid.
La lluvia cesa y aparece el sol momentáneamente
como un intruso en el paisaje,
habitado ahora, a un lado y a otro, por extensos viñedos.
Esto es lo que tiene atravesar media España.
Lluvia, sol, naranjos, viñedos.
Cielo caprichoso, clima y cultivos variados.
 
La una y vuelve a llover cuando vamos
Por la N. 320 dirección a Cuenca
y acaba la película felizmente.
Nueva visita de la lluvia
Cuando recorremos las últimas curvas de la carretera.
Cuenca se palpa en todos los ánimos.
Sol de nuevo. Amplios espacios azules en el cielo.
Amplios pinares a ambos lados de la carretera mojada.
 
Según lo previsto, sobre las dos atravesamos Cuenca
por la carretera que bordea la hoz del Huécar.
Camino del Hotel, La Cueva del Fraile,
que se halla a escasa distancia de la ciudad,
estallan las primeras
exclamaciones de admiración entre los viajeros
ante la vista de las Casas Colgadas,
el Puente de San Pablo,
las colosales rocas calcáreas y otros detalles de Cuenca
que tendremos ocasión de ver con más detenimiento.
De momento la primera impresión:
Cuenca en volandas,
como dijo su poeta Federico Muelas.
La carretera que lleva al Hotel está llena de sorpresas:
huertas junto al salvaje Huécar, cascadas increíbles,
rocas voladizas al borde de la ruta,
pinos y… ansias de llegar.
El hotel donde nos alojamos fue un antiguo convento.
De él queda aún el patio con su pozo
y la galería adonde se asoman las puertas de las celdas,
el comedor en cuyas paredes cuelgan pinturas sacras,
las vigas de los techos, rincones de estudiado sosiego,
el ladrillo asceta y los sencillos aperos de labranza,
los trillos, los arados, los fuelles, las cerandas…
Nuestra celda es un trozo de silencio
con vistas a la lluvia y al charol
de los rojos tejados
y al perfume labriego del tomillo.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La primera tarde en la Cuenca más nueva
se ha pasado por agua.
Armados de paraguas y paciencia,
nos arrimamos al moderno Auditorio
y escuchamos la música que toca
en su oboe el músico de hierro de la lonja.
Bajo el óxido rojo de la estatua
suena maga la lluvia y el rumor
encajonado del Huécar.
Junto al puente, el convento de clausura
de la Concepción, el silencio del torno
y la muda imprenta en lo alto de la escalera.
Lo demás, el vuelo de la piedra, el cielo oscuro
y las petacas de resolí.

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