viernes, 7 de noviembre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

ACTIVIDAD FRENÉTICA

Esa semana de marzo leí más que nunca, volví a abrir libros de viejos compañeros y otros que hacía tiempo dormían en los estantes más altos de la biblioteca. Pinté un bodegón para mi mujer, un bodegón que ya había pintado hacía años y había desaparecido (algún amigo o algún familiar debía de tenerlo, en el mejor de los casos, arrinconado en algún armario de su casa), pero que juntos descubrimos mientras repasábamos en la buhardilla álbumes de fotos Suprimí un recipiente alto y el paño de la derecha y cambié algún color, como el de la mesa. Al final respeté el recipiente del aceite central, la sopera blanca, los tomates, los huevos y la vaina del guisante abierta. Los verdes, los blancos, los pequeños toques de bermellón y las gamas de azules del gris al oscuro formaban una agradable composición.




















ENTRE LA LLUVIA Y EL SOL

Algunas tardes, mientras oíamos como música de fondo ala lluvia, nos poníamos a leer en la buhardilla y de vez en cuando mi mujer me iba comentando cosas sobre Los organillos, novela que entonces leía, y luego yo le recitaba algún poema perdido en las hojas en blanco de los libros que ojeaba. Los organillos, del francés Leroy, acababa de empezarla días antes y yo ya sabía por ella que Vicens, el francés que acude a Caldeya (Cadaqués) en busca de sosiego y paz para su depresión, había hecho ya los primeros contactos, con un pintor que no pintaba nada, con una mujer que trabaja en el bar adonde iba a comer, un acaudalado gallego que en un yate lujoso conserva cuadros de Picasso, Renoir o Modigliani...
El jueves salió el sol y pudimos salir por la tarde. Ella fue a ver a su madre a la residencia y yo bajé a la biblioteca del pueblo a ver si tenía algún correo electrónico y, de paso, echar unas remadas por el mar inmenso y asustadizo de Internet. No había nada en el correo. Mi mujer, de vuelta de Barcelona y según lo convenido, me encontró en la sala de lectura de arriba tomando unas notas. De regreso a casa paseando me dijo que su madre seguía como siempre, mal, y encamada, y luego nos pusimos a hablar de todo y de nada. Salieron a relucir Los organillos (se lo llevaba al autobús para leerlo durante los trayectos de ida y vuelta): Pinero se ha encerrado en su estudio, Vicens ha roto con Jenny y se ha sumido de nuevo en la depresión, uno de los adolescentes ha muerto en el incendio que él mismo había provocado para llamar la atención... Al fin, le dije que la novela que estaba leyendo era un libro perfecto para curarse de las depresiones y espantar los demonios de la angustia. Nos reímos.











LECTURA EN EL TREN

En uno de los viajes en tren a Barcelona releí La metáfora y lo sagrado, un opúsculo de Murena al que no había tenido ocasión de leer desde que lo adquirí unos meses antes en Reseña, editorial que solía vender por correo libros descatalogados. Lo poco que conseguí entender (el estilo enrevesado y el tono empapado de religiones exóticas) no me desagradó, en especial lo que el autor afirma sobre el arte, la música y la poesía. Estas son algunas frases que tengo subrayadas: "La esencia del universo es musical". "¿Es la melancolía la madre del arte?" "Esa melancolía es la nostalgia de la criatura por algo perdido o nunca alcanzado." "Esa nostalgia no constituye el tema sino la esencia del arte." "En la metáfora se lleva más allá el sentido de los elementos concretos empleados para forjar la obra." "Las religiones han manifestado siempre desconfianza respecto del arte." "En el campo de las artes la deificación del hombre tuvo como natural consecuencia la destrucción de la figura del hombre." "La poesía es humilde. De la humildad extrae las fuerzas para su gesto osado." "El esteticismo comete un error: identifica, confunde el arte con la obra." "La poesía existe para salvar al mundo. El lenguaje caído, juzgador, sólo es adjetivo, comentario, charla nociva. La poesía no juzga, nombra mostrando, es sustantivo, crea, salva."

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