jueves, 8 de agosto de 2024

ESTE VERANO CADA SEMANA UN TEXTO (VII) AMOR A NUESTRA INFANCIA

 


¿Por qué surge de pronto en un recuerdo algo que fue nuestro, algo muy vivo, fresco y reciente como si fuera de ahora? Vosotros lo decís: es sólo un ruido que os suena muy adentro sin motivo alguno, un maullido de gato, una copa al caer o el gemido de una puerta al cerrarse. Tal vez una fragancia que de pronto manda mayo una noche desde el campo, desde el balcón abierto donde respira el carmín oloroso de los geranios. A veces es el brillo, el color entrevisto de un objeto que clama entre los otros al abrir un cajón. O quizás un sabor que en un instante se eterniza en los labios, o la fugaz caricia en nuestro rostro de la brisa de un verano. Y todo esto nos hace volver por un segundo a ser el niño que late agazapado entre las sombras del desván de todas nuestras almas.

Lucho con el idioma para enfocar el mundo que me viene de entonces bajo el poso donde duermen las vetas de los nombres, y extraigo con las manos del recuerdo aquellos que formaron parte de mi vida, columna visceral de mi destino humano. Y recorro galerías intrincadas para encontrar las fajas de adjetivos que fueron cualidades inocentes, atributos de mi clara infancia. Y busco en las paredes entibadas verbos puros, acciones que pautaron aquel tiempo del barrio bendecido por el Duero y esmaltado de huertas y aventuras. Lucho con el idioma para encontrar las sílabas mágicas, las palabras sugeridoras, las frases ardientes para abrazar el mundo que me viene de entonces.


 

Y armado sólo de amor, regreso a mi infancia como un río a su montaña. No tomo ningún tren para recorrer la distancia que me separa de lo que fue tan mío. Me subiré a lomos del caballo de la memoria y con las doradas espuelas del deseo, castigaré sin daño sus ijares de emociones y llegaré a cualquier hora, con el sol de las huertas o la luz plateada de las noches acariciando el rostro de las calles. Llegaré sin pregones y asistiré a los juegos de los niños, la rueda de la aceña y el chirriar de los carros en la plaza. No es la meta la victoria, sino el deseo de descubrir ese algo bueno que un día poseímos y que quizás a punto está de marchitarse solo.



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