domingo, 8 de mayo de 2022

MIS CAMINOS DIARIOS. Autoantología (I)

 


                                                     “Caminante, no hay camino:

                                                       se hace camino al andar.”

                                                                     Antonio Machado

                                                          

Este libro se lo dedico a mis padres,quienes me enseñaron que la paz hay que buscarlay que, sólo buscándola, el hombre puede ser libre.

 

 

EL PORQUÉ DEL TÍTULO Y PRIMERAS PUBLICACIONES

Denomino este libro MIS CAMINOS DIARIOS pensando en el poemario de parecido título en singular con el cual obtuve en 1979 el Premio Boscán de Poesía que patrocinaba el Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana, de Barcelona, y cuyo jurado estaba compuesto por Agustín del Saz, Joaquín Buxó, Fernando Gutiérrez, Carlos Sahagún y Francesc Galí. En aquel libro reuní veinte poemas distribuidos en dos partes que abarcaban los temas que a mí siempre me han preocupado más: la infancia, la familia, el paso del tiempo, el amor, la vida y la muerte.

Este libro presente, MIS CAMINOS DIARIOS, con el añadido de Autoantología, lo traigo aquí y ahora, cuarenta y dos años después de aquel primero, y no es otra cosa que una antología explicada de mis versos hecha por mí mismo, lo cual es índice de que, como ocurre en cualquier otro antólogo, se debe a unos gustos y unos antojos propios y personales.

Mi intención al construirlo fue repasar mi concepción poética de la vida que se ha movido a mi alrededor desde que se me ocurrió escribir versos siendo poco más que un adolescente lector acérrimo de Gustavo Adolfo Bécquer y estudiante de Bachillerato en el Instituto de mi ciudad natal.

Y al trasladarme en los años sesenta con mi familia a Barcelona, en cuya Universidad me licencié en Filología Románica, me planteé el hecho de que un día publicaría mi primer libro, Cangilones de vida. Cosa que ocurrió en 1978, estando ya ejerciendo la enseñanza de la lengua y la literatura españolas en un colegio privado del Vallés, en una profesión que siempre amé y que aprendí de mi hermano mayor, que había sido maestro hasta su arribada a la ciudad condal, y del que aprendí que la educación era algo sagrado porque el sujeto de ella es una persona en los inicios de su proceso de formación humana, personal y colectiva.

Cangilones de vida vio la luz en la editorial Casals, de Barcelona, cuyo dueño era el padre de uno de mis alumnos de entonces. Fue un libro que nació con la intención (después vi que equivocada) de reunir trabajos en prosa y verso cada diez años, y por eso aparecen en él desde relatos más o menos extensos hasta poemas en prosa, pasando por breves antologías de poemas de temas variados (Jardín amenazante, Primera antología para un amigo sentimental, Peregrino hacia Santiago, Equipaje de sueños...), es decir, un batiburrillo de géneros literarios reunidos a la fuerza en un libro dificil de clasificar. La cuestión es que pasó inadvertido, como casi todos los primeros libros de quienes no somos precisamente genios de la literatura. Aun así intenté darlo a conocer a un pequeño público relacionado con la tertulia de José Jurado Morales, poeta que por su edad era coetáneo de los de la Generación del 27. Y a la dirección donde se reunía dicha tertulia lo envié sin muchas esperanzas de que fuera bien recibido. Y afortunadamente me equivoqué porque casi a vuelta de correo recibí una invitación para asistir a ella. A partir de entonces muchos sábados por la tarde de mi vida me acostumbré a hacer nuevas amistades del mundo de la literatura en general y de la poesía en particular en aquel piso de la Calle Borrell de Barcelona, propiedad de Jurado Morales, donde se celebraba la tertulia que él presidía con sabiduría y generosidad; además aquel piso comodín servía para almacenar los libros que se publicaban en la editorial que también él dirigía, Ediciones Rondas, así como la revista poética, Azor, de la que el poeta de Linares era el artífice. 


 

Tanto en una como en otra aparecieron algunos  de mis modestos trabajos críticos y poéticos, especialmente en  Ediciones Rondas, donde al año siguiente publiqué mi segundo libro, Agua vivida Poemas, al que le tengo un gran cariño. Dividido en tres partes: en la primera, titulada Vuelve el río a su montaña, recogí algunos poemas que había incluido en mi participación en el Boscán de ese año; la segunda parte la titulé Año vivido, un recorrido sentimental por los meses y las estaciones y sus esencias; finalmente, Poemas al viento es el título de la última parte del libro, donde, entre otros versos, destaco los de Credo poético, Subiendo al sótano y mi Agradecimiento a Jurado Morales. El año 1980 participé en la Primera Antología  de Azor en vuelo, todos sus componentes, entre los que figuraban el propio Jurado Morales, Esther Bartolomé, Cristóbal Benítez, José Carreta, Díaz Borges, José Antonio Espejo, Antonio Matea, Juan Pastor y Vicente Rincón) asistíamos a la tertulia del poeta de Linares.

A esas tres publicaciones de la editorial Rondas (Agua vivida, Cuaderno Azor y Azor en vuelo. Antología de Veinte Poetas) y a la primera de Casals (Cangilones de vida) corresponden los poemas que componen la primera parte de esta Autoantología.

AUTOANTOLOGÍA

 

PREGUNTAS A LA TIERRA

¿Bajo qué raíces perfumadas

escondes tu esperanza,

madre tierra?

¿En qué caliente cama de animales

lentamente alimentas

tu fecundidad sin límites?

¿En qué río perdido

lavas tu rostro ardiente

y refrescas tus manos laboriosas?

¿Dónde hallar tus labios

para posar los míos y dejarme

hechizar por tu aromado aliento?

¿Dónde encontrar tu playa,

madre tierra,

para morir como una ola en tu regazo?

 

 


HAZAÑA SOLITARIA

Agua humilde,

río sin soberbia:

vives el destino

de las cosas que nacieron

para morir serenas.

¡Con qué tranquilidad vas a tu fin

llevando en tu alma prístina la muerte!

¡Con qué calma caminas

entre los poderosos pechos de la tierra!

En esta hora y aquí,

en el silencio de la historia

de las cosas más grandes,

quiero escribir tu hazaña solitaria,

imagen generosa

de paz, de soledad, de muerte eterna.

 

RECUERDO

Una tristeza como un cuchillo negro

siento a veces cuando miro al campo

y oigo a los pájaros.

Y me rebelo contra el orden y el tiempo

al ver crecer a la hierba

y cubrirse a los animales

mientras tú te diluyes en la tierra

como un mineral hecho pedazos.

Pero también a veces,

cuando el cuerpo calla y el espíritu lo alumbra,

comprendo que la tierra

se está enriqueciendo con tu ofrenda mineral

y noto que flota en el aire tu aliento

de raíces perfumadas.

Y entonces

algo de mí mismo se despega del barro

y se convierte en brisa para besar tu aliento.

Eres tú, madre mía, quien levanta mi alma

y la lleva al lugar donde tú siempre esperas.

Y paso días enteros sin saber dónde estoy.

 


ZAMORA

Sin moverte de tu peña,

sin abandonar tu río,

Zamora de mi niñez,

yo sé que marchas conmigo.

Y sé también que algo mío,

por mucho que me distancie,

enamorado de ti,

sigue andando por tus calles.

 


DE NOCHE EN LA PLAZA MAYOR DE MADRID

Perdonadme si por un momento,

después del trajín de todo el día,

del cansancio obligado de un viajero,

me detengo a pensar

en este punto del Madrid antiguo

donde se condensa todas las almas

de varias generaciones

de fieles guerreros,

predilectos poetas,

gentes que han hecho posible

que yo esté ahora aquí,

al pie de la historia que respiran

estos muros labrados con nobleza.

Y veo la sombra de Azorín

pasar cerca de mí con el cuaderno

de notas de andar y ver bajo el brazo.

Y oigo la voz de Bécquer

sonar en torno a mí en ondas tristes

propias de confidencias amorosas.

Y huelo la gabardina de Baroja

con efluvios de pan tierno

y vino caluroso.

En esta hora especial,

hechizada  por el aliento de la noche,

en que yo me he olvidado de mí mismo,

puedo sorprender

miradas, pasos, palabras

que han dejado de ser tinta, renglones,

páginas de libros leídos algún día

para venir hacia mí desde las sombras espesas

que rodean al Rey caballero

para envolverme cariñosamente

en una cálida manta de amistad.

Después,

con los bolsillos llenos de memorias ajenas,

mientras se van borrando las conversaciones

de las otras mesas vecinas a las mía,

y la Plaza Mayor se queda sola,

me levanto para volver al hotel,

pensando en el Camino de Santiago

que comienzo mañana.


 

CASTILLA

Castilla tiene cuatro colores:

rojo, verde, amarillo y azul.

El rojo de la tierra y de sus pueblos,

levantados como hijos

al amparo de la madre.

El verde de sus viñas donde sueña el vino

y el verde de los pinos

donde anida la tórtola.

El amarillo que brilla en las espigas

y el de los graneros,

alimento de personas y ganados.

Y el azul del cielo,

profundo para soñar

y limpio para confiarse a él.

En este autobús peregrino

me interno en el milagro de Castilla,

entendiendo por qué lleva nombre de mujer

esta tierra de esfuerzo y sacrificio,

tierra de adobe rojo, pino verde,

trigo amarillo y cielo azul.

Tras el cuadro del trigo,

oro que en el molino será mañana pan,

aparece el pinar, refugio de soledad,

y después en el beso recto, sincero,

de la tierra roja y el cielo azul

se perfila un cerro aislado

a cuya cima trepó un castillo un día

que hoy sólo es un pedazo de torre,

nido de grajos y abubillas.

Cierro los ojos un momento

y cuando los abro otra vez,

veo a un arado hincar su acerado miembro

en las rojas entrañas de la tierra,

dirigido por un hombre, figura oscura

curvada hacia los terrones,

que forma parte ya de este paisaje

rojo, verde, amarillo y azul de la Castilla

que un día me vio crecer junto a su tierra roja,

sus verdes  viñas y pinares,

su mies amarilla

y este cielo azul

que hace tenaces a sus gentes

y a la muerte más benigna.

(De Cangilones de vida, 1978)

 

 

ONCE SONETOS

I

Inicio hoy un camino sólo mío,

hecho con la materia de mi vida,

materia de esperanza, sol, herida,

cicatriz, resquemor, lectura, hastío...

 

Mas lo hago al revés, como si el río

volviera a su montaña en limpia huida

para hallar su primera amanecida,

su materno brotar, su puro frío.

 

Vuelvo hacia atrás, a mi natal Zamora

y al barrio de mi sangre con su Duero,

su Puente, sus zudas, sus aceñas...

 

Vuelvo al lugar donde mi mente mora

pues sé que es el destino verdadero

del hombre sus recuerdos, no sus señas.

 

III

Eres tú para mí, puente romano,

como el cordón umbilical seguro

que tiene unidos en abrazo puro

la mágica ciudad y el barrio hermano.

 

Tu antigua piedra, puente, fue la mano

que, abriendo el agua de mi río oscuro,

llevó siempre mis ojos hacia el duro

peñón, cuna del gesto zamorano.

 

Ya nada borrará tu esbelta forma

de aquella visión mía desde casa

que yo me impuse siempre como norma:

 

abajo el río que rezando pasa;

sobre él tu carne; y, ascendiendo en celo,

tejado, almena, campanario y cielo.

 


IX

La horquilla del negrillo viva, dura,

esperaba en el árbol mi venida,

mi mano hábil de niño, cuya vida

era el juego, los sueños, la aventura.

 

Con la hoja de la navaja pura,

pacífica, del árbol desprendida,

la horquilla me miraba, ya atrevida,

ya ávida de trino y de captura.

 

Saciaba su futuro con dos gomas,

una vieja badana y cantos finos

que el río acariciaba en su paciencia.

 

Y ahora, amigo tirador, te asomas

a mi memoria con los rotos trinos

de un pájaro abatido con tu ciencia.

 

ENERO

Enero,

te abres como una esperanza,

como una agenda llena

de buenas intenciones y proyectos,

aunque caiga la nieve y borre los caminos,

y el hielo haga un peligro de las carreteras.

Y en las noches ciegas

arrojas a nuestras ventanas manos de llantos,

y a nuestras almas indefensas

puñados de recuerdos

besados por la desgracia.

Y el miedo se nos mete en el corazón

y abre heridas

cuyas cicatrices perduran para siempre.

Enero,

te abres y te cierras como un árbol

que crece hacia la luz

y a la vez es abatido por el hacha.

 

SUBIENDO AL SÓTANO

Me veréis eternamente

subiendo al sótano

porque llevo la poesía

como llevo todo:

sin falsas estridencias,

con humilde modo.

Subiendo la escalera

de mi querido sótano

siempre me veréis

para no llegar pronto,

para aprender despacio

los secretos del fondo.

Toda la existencia

subiendo al sótano.

Y cuando me halle, muerto,

en el ansiado sótano,

tal vez el Gran Poeta

me palmeará en el hombro.

 

CREDO POÉTICO

Yo no busco bosques

apesadumbrados de tristeza,

ni ríos cuajados de crepúsculos

para hacer mis poemas.

Yo no busco peligros

ni me invento las guerras

para que revienten de rabia

mis sencillos poemas.

Me basta lo diario,

me basta un hombre cerca,

una lluvia en el campo,

un amigo en mi puerta.

Y después, las palabras;

no las palabras huecas:

las palabras calientes

de un alma siempre en vela.

(De Agua vivida, 1979)

 

 


GEOGRAFÍA DEL ALMA

En mi pecho ha hecho nido

la caliente geografía de mi infancia.

Puedo levantarme en un rebelde vuelo

y ver los sitios que me embrujaron de niño.

Aquí, junto al Castillo,

la rosa Catedral rompiendo,

en un impulso fiel de piedra enamorada,

el cielo de paz que viste el aire.

A la izquierda, la sombra enmudecida

de torcidas callejas

donde sueñan puñales escondidos de amor y de traición.

Y al otro lado, besando la muralla,

el agua que más quiero riendo en las azudas

y trabajando a diario en la aceñas.

Y a un paso de su orilla,

la casa de mi infancia temblando de emoción,

a punto de gritar mi vida en ella.

Y más allá, el soto, la arboleda.

Y más allá todavía, las huertas, los caminos...

Pero todos perennes en mi pecho

donde hizo nido un día

la caliente geografía de mi infancia.

(De Azor en vuelo- Breve Antología de Veinte poetas, 1980)

 


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