domingo, 22 de mayo de 2022

BALADA DEL ERMITAÑO Y EL CAMINANTE


 


(Adaptación libre del poema de O. Goldsmith

incluido en el Cap. VIII de su novela El vicario de Wakefield.)

 

CAMINANTE

--Llevadme, buen ermitaño,

por mi senda solitaria

hacia el lugar más tranquilo

de la más alta montaña.

Voy de un sitio para otro,

son inciertas mis pisadas

y el camino es tan agreste

que no encuentro la llegada.

 

ERMITAÑO

--Cuidado con los fantasmas

que vagan entre las sombras

para llevarte a sus trampas.

Al caminante perdido

alojo siempre en mi casa.

Tengo poco para darte,

mas lo doy de buena gana.

Come todo lo que quieras,

luego te daré una cama

para que pases la noche

hasta que despierte el alba.

Con el ganado del campo

nunca empleo mi navaja.

Dios tiene piedad de mí

y yo aprendí bien a usarla.

Busco inocentes manjares

por esta fértil montaña;

sus aguas me dan las fuentes;

hierbas y frutos me bastan.

Quédate aquí, caminante,

y no te apures por nada;

pocas cosas necesitas

y el tiempo rápido pasa.


 

Es la voz del ermitaño

como el cielo sosegada,

y el sencillo caminante

alegre cruza la entrada.

Solitaria entre la fronda,

se levanta la cabaña,

abierta para el mendigo,

para el cansado posada.

En su interior no hay riquezas,

la guardia no es necesaria:

una puerta sin cerrojos

a los dos abre la casa.

Es ya la hora prevista

del descanso en la jornada.

El ermitaño hace fuego

en un rincón de la estancia

y al caminante le ofrece

sus frutas y otras viandas

mientras le cuenta leyendas

para acortar la velada.

Como amables compañeros,

un gato a su lado salta,

un grillo canta y el fuego

crepita ardiendo en cien llamas.

Sin embargo, al caminante

no puede animarle nada:

es tan enorme su pena

que le hace saltar las lágrimas.

Compasivo, el ermitaño

le invita a que le abra el alma.

diciéndole: 


                     --¿Qué motivo

te causa tanta desgracia?

Por un azar engañoso,

¿perdiste fortuna y casa?

¿Te hizo mal algún amigo?

¿Te olvidó quizás tu amada?

¡Ay, los goces del dinero

son malos y pronto acaban

y los que a ellos se entregan

acaban perdiendo el alma.

La amistad es traicionera:

no es más que una gris palabra

que se acerca en tiempos buenos

y en las tormentas se aparta.

¿Y el amor? Palabra hueca,

juguete de las malvadas.

Sólo se encuentra en el mundo

en los nidos de las ramas.

Joven, olvida tus penas

y a las mujeres.

                            

                                La cara

del caminante, de pronto,

se enciende como la grana.

Se sorprende el ermitaño

al ver lo que no esperaba:

su huésped resulta ser

una hermosa y joven dama.

 


 

CAMINANTE

--Perdonadme la mentira,

¡pobre de mí y de mi alma,

que mis pasos llevé al cielo

y encontré vuestra cabaña.

Compadeceos de mí:

por amor es mi desgracia.

Yo busco reposo y sólo

encuentro desesperanza.

Mi padre es un caballero

bueno y rico en abundancia.

Única hija soy, y todo

para mi bien lo guardaba.

Para apartarme de él,

varios hombres aspiraban

a mi dinero y belleza

sólo con pasiones falsas.

Esta corte de ambiciosos

de continuo me halagaban,

Mas había un joven, Edwin,

que, aunque de amor no me hablaba,

yo sabía en mi interior

que en verdad mucho me amaba.

Era sencillo en vestir

y riquezas le faltaban,

mas no el juicio y la virtud,

que a mí mucho me gustaban.

Al ir juntos por el campo,

cantos de amor me cantaba,

cantaba el bosque con él

y su aliento perfumaba.

El rocío de las hierbas

o la flor abierta al alba

no podían compararse

a lo puro de su alma,

porque el rocío y las flores

pierden pronto su fragancia,

y la fragancia era de él

y era mía la inconstancia.

Yo empleaba malas artes,

inoportunas y vanas

y aunque su amor me vencía,

yo sólo en su mal gozaba.

Se alejó, al final, de mí

dejándome en mi arrogancia,

y él a solas y olvidado

murió de muerte callada.

Arrepentida ahora estoy

y está mi vida acabada;

ahora busco soledad

para librar a mi alma.

 

ERMITAÑO

--¡Gracias a Dios! Yo soy Edwuin,

y siempre aquí te esperaba.

 

La joven se queda atónita

y el ermitaño  la abraza.


ERMITAÑO

--Mi amada y bella Angelina,

mi encanto, alegra esa cara,

que yo, tan lejos de ti,

vuelvo al amor y a mi amada.

Quiero tenerte en mis brazos:

la ofensa ha sido olvida.

Nada puede separarnos,

mi amor, mi todo, mi alma.

Desde este instante seremos

tal ejemplo de constancia,

que, al morir, en un suspiro

daremos nuestras dos almas.

 


 

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