lunes, 2 de mayo de 2022

LA MEJOR AVENTURA DE SANCHO PANZA (I)

 





Quizás una de las mejores aventuras que vivió Sancho Panza sea la que tiene que ver con las cartas que Don Quijote escribió a su amada Dulcinea del Toboso y a su sobrina para que el escudero se las entregara en mano.

Y sin más dilaciones pasamos a contarla. Una vez que Don Quijote hubo terminado de redactar las dos cartas, se las entregó a Sancho mientras le decía: “Sancho, hijo, dos recomendaciones te hago para el camino que vas a emprender, durante el cual has de entregar estas misivas a sus destinatarias: la primera recomendación es que a medida que recorras el camino vayas recogiendo ramas de retama para irlas tirando al suelo con el fin de que no te pierdas cuando vuelvas aquí a darme noticias del resultado de tus entregas; y la segunda recomendación que te hago es que pases por la venta que los dos conocemos tan bien a recoger una receta mágica que allí vende la curandera Pini del Palancar, receta que me ayudará a salir airoso de las futuras hazañas que acometa. No nos pase como con los galeotes, que una vez librados, por nuestra fuerza e ingenio, de la opresión de la justicia y de quienes la ejercen a torcidas, se revolvieron contra nosotros y nos pagaron mal por bien. Y es que el talismán de la de Palancar tiene otras virtudes que el bálsamo de Fierabrás ni soñar puede.” 

A continuación Don Quijote le entregó a Sancho su caballo Rocinante, añadiendo: “Montado en él, realizarás más seguro y rápido el camino, pues yo no lo necesito para hacer las penitencias que solían realizar los caballeros andantes.” Y lo despachó no sin antes volver a recordarle las dos susodichas recomendaciones.


 

El escudero trepó a lomos de Rocinante y partió dejando en aquel paisaje solitario de Sierra Morena a su amo con sus obligaciones caballerescas. Y al poco rato de llevar cabalgando orgulloso sobre el esmirriado corcel del hidalgo, Sancho empezó a recoger ramas de retama y a tirarlas al camino para así recordarlo sin pérdida a su vuelta, tal como le había dicho su amo mientras, imaginándose ser como él, deseaba toparse a lo largo de su importante misión con algún malandrín de esos que apestan la tierra por donde pisan para darle el castigo que merecen. Y a la vez le iba dando vueltas en la cabeza a una idea que le había ido martirizando durante gran parte del camino. A todo esto, el trayecto le estaba resultando más tranquilo que un día de primavera, y así, sin apenas darse cuenta, localizó delante de él, y a poca distancia, la venta donde el caballero andante y su escudero habían vivido una de sus peores hazañas.


 

En cuanto llegó Sancho a la venta, preguntó por la curandera Pini del Palancar para cumplir con la segunda recomendación de su señor don Quijote, aunque también pensaba, si todo se presentaba favorable para él, llevar a cabo la idea que le venía rondando en la sesera. Así que, una vez que tuvo delante a la famosa curandera y cambió con ella las primeras palabras, comprendió que era una mujer de fiar y al instante decidió hablarle de ello. En efecto, sacó de debajo de las ropas las dos cartas que allí escondía y se las cedió a la mujer mientras le decía: “No sé cómo explicarle lo que estoy pensando, pero si no es mucho pedirle, me gustaría que echara un vistazo a lo que en estas letras pone.”


 

Pini del Palancar, dispuesta a acceder al ruego de Sancho Panza, tomó entre sus manos las misivas para leerlas mentalmente, mientras el bendito de Sancho pedía en su interior perdón por igual a las destinatarias y al remitente de ambas cartas si con ello atropellaba sus intimidades. Acto seguido, la curandera leyó en voz baja la primera, que era la dirigida a Dulcinea del Toboso, y cuando acabó de leerla, sin expresarle comentario alguno. se la devolvió al escudero. Luego hizo lo mismo con la de la sobrina y al terminar su lectura, miró a Sancho con ojos compasivos y le dijo: “Es mejor que te la lea en voz alta para que tú mismo puedas juzgar su contenido.” Y pasó a hacerlo: “No le extrañe a vuestra merced, señora sobrina, las palabras escritas que le da mi escudero Sancho Panza; le he hecho saber que aquí pongo que vuestra merced le regalará, tras la entrega de esta misiva, tres asnos de los cinco que aún quedan en la hacienda. Cuando en realidad escribo refranes y sentencias que él gusta repetir: “ Con su pan se lo coman”, “que el que compra y miente, en su bolso lo siente”, “desnudo nací, desnudo me hallo”, muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas”, “¿quién puede poner puertas al campo?” Como el simple es analfabeto, ni se enterará de la artimaña. Eso sí, dele de comer y beber vuestra merced, que el camino hasta ahí es duro y largo, etcétera.”

Cuando Pini del Palancar acabó la lectura, Sancho mostraba en su cara todos los colores de la vergüenza. Sin embargo, se limitó a tragarse lo que sentía a la vez que recogía la carta, que, juntamente con la otra, guardó bajo sus ropas; enseguida le expuso a la mujer lo que le había dicho su señor Don Quijote acerca de la receta mágica que ella vendía. Pini asintió con la cabeza antes de responder a Sancho: “Lo que tu amo quiere es un amuleto para escapar de las acechanzas y peligros que su vida de caballero andante acarrea. Ya he oído hablar de ese valiente y esforzado Don Quijote y de ti, su incondicional servidor y escudero. Hasta esta venta ha llegado el eco de vuestro infortunio con los condenados a galeras y otras adversidades parecidas. Pero no temáis más, que con el remedio que te voy a dar nunca sufriréis descalabro alguno; antes al contrario, saldréis triunfadores de cuantas altas empresas acometáis. Acompáñame hasta la buhardilla donde guardo mis pócimas y realizo mis curaciones.”

En el cuartucho donde vivía la curandera todo se amontonaba y apenas había sitio, en un rincón, para un camastro donde la maga debía dormir; el espacio del habitáculo no abarcaba más de dos varas de ancho por tres de largo, y aparecía atiborrado de cajas, sacos, botes, tarros, libros, ramas, raíces y flores secas, frutos consumidos, hornillos y cachivaches para cocer y una pintura oscura colgada en la pared frontera de la puerta, que representaba a un alquimista haciendo extraños experimentos junto a una alquitara. Al ver el cuadro, Sancho no pudo disfrazar su sobresalto y, tartamudeando, le preguntó a la curandera quién era la figura del cuadro. “Ese es el mago Cipriano”, dijo Pini, “cuyo espíritu ha estado en posesión de Satanás durante treinta años, convencido de que acabaría arrastrándolo al infierno, hasta que Dios, a través de Santa Justina inundó de luz su alma, conduciéndolo al martirio y a la posterior santidad.” A continuación rebuscó entre los objetos que atestaban una de las repisas que allí había y trajo hasta donde el escudero se había quedado una bolsita de lino. Se la enseñó y dijo: “Aquí dentro hay un diente de lobo entre pétalos molidos de caléndula y briznas de hojas de laurel. Todo está recogido en el mes de septiembre, justo cuando el sol entra en el signo de Virgo. Llevando encima este talismán nadie podrá hacer ningún mal contra quien lo porta colgado al cuello. Tu amo vivirá siempre envuelto en una profunda paz. Grandes hombres de la historia lo llevaron con fe y veneración y siempre, mientras lo llevaban encima, vivieron preservados del mal. Dicen que Julio César era uno de ellos y que, el día que se lo quitó, fue apuñalado hasta morir. Que tu señor Don Quijote no se despoje de él nunca, y jamás nadie, ni bandoleros ni gigantes ni encantadores, podrá hacerle ningún mal”. 


 

Y como el escudero le recordara que antes de llevárselo a su amo debía aún entregar las dos cartas, la curandera le recomendó ocultar muy bien el amuleto ante miradas enemigas porque siempre hay gente que está dispuesta a matar por hacerse con un remedio tan infalible como ese.Y mientras lo decía, le colgó al cuello la bolsita de lino. Luego añadió que no cobraba nada por el favor que le hacía a Don Quijote porque admiraba su valentía y el modo como defendía a las mujeres y a los seres más indefensos. 

Tras las palabras de Pini del Palancar, Sancho Panza se despidió de la curandera, repitiéndole una docena de veces las gracias por todo. Poco más tarde dejaba atrás la venta al trote de Rocinante mientras rumiaba satisfecho que todo le iba saliendo como esperaba. Y no había recorrido ni una legua de camino, cuando descubrió a tres caballeros venir a su encuentro. Enseguida reconoció en ellos al Bachiller, al Cura y al Barbero, los cuales, según pensó al instante, debían ir buscando, como en otras ocasiones, a su amo Don Quijote para, con engaños, devolverlo a casa. Y aquí fue cuando vino a su mente una idea que quiso poner en práctica al momento para salir victorioso, por una vez en toda la historia vivida en compañía de su amo, de la que sería la mejor aventura de su vida.

Pensado y hecho. En cuanto los tres caballeros llegaron junto a Sancho y cambiaron con él los saludos pertinentes, el Cura le formuló la pregunta que el escudero esperaba: “Querido Sancho, ¿dónde has dejado a tu amo?” A lo que, ni corto ni perezoso, respondió mientras señalaba el espacio que había tras la grupa de Rocinante: “Pasada la venta que verán si siguen el camino que traigo, encontrarán tiradas en el suelo las ramas de retama con que he ido señalando el trayecto que lleva al lugar donde quedó mi señor Don Quijote. Y ahora debo seguir mi camino de bienaventuranza. Vayan con Dios.”


 

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