sábado, 14 de mayo de 2022

A ESCENA (VIII) Las frioleras

 


Las frioleras


PERSONAJES

(por orden de aparición)


SEÑOR de la comarca.

AMIGO. Del anterior.

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena).

LABRADORA VIUDA.

ALCALDE.

LABRADOR.

TABERNERA.

MAJA.

TUNO.

MUJER DEL SACRISTÁN.

SACRISTÁN.

DOCTOR.

ZAPATERO.

RICO.


La acción transcurre en un pueblo de Castilla. De día.


PRIMER CUADRO.

En una calle del pueblo. EL SEÑOR de la comarca y su AMIGO.


SEÑOR. Ahora comprobaré in situ lo que me han dicho del alcalde del pueblo.

AMIGO. ¿Tan malo es?

SEÑOR. Por lo que ha llegado a mis oídos, peor.

CORO DE LABRADORAS. (Fuera de escena.)

Voces e instrumentos 

festivos aplaudan

al dueño benigno

de nuestra comarca.

AMIGO. Se ve que la gente de aquí es muy alegre. Y la letra va por ti.

SEÑOR. Eso es que seguramente están preparando mi venida.

AMIGO. Y así podrás averiguar si es cierto cuanto dicen del alcalde.

SEÑOR. Sí, este es el objeto de mi visita sorpresa. Todos se quejan del alcalde, pero él me asegura una y otra vez que el lugar está en paz. Lo bueno del caso es que si le solicito dictamen sobre algún asunto, me responde que son frioleras. Ya veremos. Ahora hay que localizar dónde vive el escribano. Pero no me interesa que nadie me reconozca.

AMIGO. No te preocupes. Ya lo haré yo, que aquí soy un desconocido. Tú cúbrete con la capucha.


 

(Aparece una LABRADORA VIUDA, toda vestida de negro y con una vela en una mano y en la otra una aceitera.)

LABRADORA VIUDA (Aparte.) Dios haya perdonado al bueno de mi Pedro. Si viviera, ya habría puesto remedio a los males de este pueblo.

AMIGO. Señora. Dios guarde usted. ¿Podría decirme dónde vive el escribano?

LABRADORA VIUDA. Se fue a la Corte hace un mes.

AMIGO. ¿Y el alcalde?

LABRADORA VIUDA. Está en sus olivares, y hasta la tarde no regresa al pueblo.

AMIGO. Pues hace muy mal el alcalde, que aunque el pueblo está quieto, puede ocurrir algún lance.

LABRADORA VIUDA. ¿El pueblo quieto? Ya no es como antes. Que aunque el señor es muy bueno, este año le propusieron para alcalde a tres tontos y eligió al más tonto de los tres. Y mi pobre Pedro, que era muy listo y tenía voto en el concejo y podía haber sido alcalde para arreglar a este pueblo, va y se me muere el pobre. Dios lo tenga en su gloria.

AMIGO. Lamento, señora, su desgracia. Pero dígame: ¿el alcalde hace justicia?

LABRADORA VIUDA. Más bien creo que la poca justicia que había ha desparecido del todo.

AMIGO. ¿Y los regidores?

LABRADORA VIUDA. Uno fue a Valladolid a un pleito, y el otro está en la taberna todo el día.

AMIGO. (Reparando en la vela que lleva la mujer.) ¿Dónde va usted con esa vela?

LABRADORA VIUDA. No voy: vengo de la iglesia, de encender las lámparas.

AMIGO. ¡Cómo! ¿No hay un sacristán que se cuide de esos menesteres?

LABRADORA VIUDA. Claro que hay un sacristán, pero demasiado trabajo tiene en andar en devaneos con una mujer del pueblo, y como hace mucho tiempo que el señor cura anda enfermo y no puede dar remedio a ese problema, las cosas van como van y cada cual anda a lo suyo. Hay mucho más que decir, pero no quiero murmurar más. Adiós, señor. (Se va.)

AMIGO. (Al señor.) Ya has oído a esa mujer. Este pueblo anda perdido.

SEÑOR. Ya veo, ya. Pero cuidado, que ahí llega el alcalde. Sigue con tu plan, que yo me quedaré embozado un rato más.

(Llegan el ALCALDE montado en un burro, de cuyas bridas tira un LABRADOR.)

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena.)

El juez y el escribano

que hay en la villa

labrando están dos casas

a la malicia,

siendo los planos

hechos de mano y pluma

del escribano.


 

LABRADOR. (Al ALCALDE.) Ese cantar lo sacaron por usted.

ALCALDE. Ya lo sé. Y me gusta porque los que me tienen por necio verán que en el pueblo otros me consideran listo. Arre, burro. (Golpea con los talones la panza del animal.)

LABRADOR. Mal trato le da al animal. Y a propósito, a ver si me paga usted los dos meses que se cumplen hoy desde que se está sirviendo de mi burro. Y a partir de mañana se busca otro jumento que aguante sus golpes.

ALCALDE. No quiero. Que éste tiene muy buen paso.

LABRADOR. Pues vaya usted a pie.

ALCALDE. No puedo, que va contra la autoridad caminar a pie.

LABRADOR. Si es por eso, págueme y prosigamos, pero no viva a costa de pobres.

ALCALDE. Calla, que yo en esto a nadie le doy mal ejemplo pues lo he tomado de aquellos que andan muy estirados en coches tirados por caballos y quizá no tengan un trozo de carne que llevarse al puchero. Anda, márchate y mañana te espero ver a la hora de siempre en el sitio acostumbrado.

LABRADOR. (Aparte.) Dios traiga al señor de esta comarca para que ponga remedio a tanto desmán suelto. (Se va.)

SEÑOR. (Quitándose la capucha y saliendo al encuentro del ALCALDE.) Un momento, alcalde.

ALCALDE. (Sorprendido.) ¡Usted aquí, señor! ¿Cómo es ello?

SEÑOR. Ya ves. Una ocurrencia que he tenido en presentarme con este amigo en el pueblo en secreto para ver cómo van las cosas aquí.

ALCALDE. (Nervioso.) Pues yo ya tengo preparado el palacio y los vecinos mil invenciones para festejarle a usted, señor. Ahora mismo voy a avisarles.

SEÑOR. Pare un momento, que mientras prepara mi casa para esta noche, antes quiero darme de incógnito una vuelta por el pueblo

ALCALDE. Como quiera usted, señor.

SEÑOR. ¿Le va bien el oficio?

ALCALDE. Perfecto.

SEÑOR. ¿No os da mucho trabajo?

ALCALDE. No señor. Me lo tomo con sosiego. Rondo cuando me parece. Si hay problemas, escurro el bulto. Si me regalan algo, lo cojo, Si hay levantamientos, me encierro en casa. Si hay algún incendio, bajo al río. En los bautizos y bodas me ofrecen la bandeja el primero y así obtengo ración doble. Por eso pienso, en vez de tomar la vara de mando con gruñidos y quejas como mis antecesores, pedir al señor que me haga alcalde perpetuo del pueblo.

SEÑOR. ¿Y no hay pleitos?

ALCALDE. Ni uno. Los he desterrado todos.

SEÑOR. Pues es muy rara esta paz. ¿Cómo la consigue?

ALCALDE. Muy fácil. El que primero se me viene a quejar de algo, aunque le hayan matado a su padre, sea verdad o mentira, lo condeno a cien ducados, dos pares de cadenas y un mes de cárcel. Y así nadie se queja de nadie, y todos sus cuentos los arreglan a cachetes: el que sacude más fuerte gana el pleito en un instante, y luego exige el barbero las costas del que lo pierde.

SEÑOR. (Fingiendo alegría.) Pues en verdad que posee usted un gran talento. Ande, vaya ahora a hacer lo que le he dicho, que luego en la plaza le espero.

(El ALCALDE sigue su camino hasta desaparecer.)

AMIGO. (Al SEÑOR.) Este hombre es tonto.

SEÑOR. No para su provecho. Bueno, ahora vayamos hacia la plaza.

(Salen.)



SEGUNDO CUADRO.

En la plaza del pueblo. Habrá una fuente al fondo. A la derecha la puerta de una taberna.

CORO DE LABRADORAS (Fuera de escena.)

Voces e instrumentos

festivos aplaudan

al dueño benigno

de nuestra comarca.

(Salen de la taberna, la TABERNERA, una MAJA y el REGIDOR.)

TABERNERA. Señor regidor, se decide usted a cantar o me enfado y lo dejo?

MAJA. Ya nos conocemos todos los pasacalles del pueblo.

TABERNERA. Es igual, yo le pido que cante y debe cantar si quiere que lo nuestro siga adelante. A cantar, señor regidor.

REGIDOR. Es que se me olvidan los cantares con mucha facilidad. Pero ahí va este, que es bueno. (Canta.)

Aunque usen los amantes

distintas voces, 

lo mismo canta el majo

que los señores.

Sólo hay un cambio:

que éstos entran pidiendo

  yaquéllos dando.

(Salen por el extremo de la plaza el AMIGO y el SEÑOR.)

AMIGO. ¡Qué aplicada está la gente!

SEÑOR. Sí, pero nadie en el trabajo.

(Llega el ALCALDE.)

ALCALDE. (Al REGIDOR, la TABERNERA y la MAJA.) Eh, mirad quién nos honra con su visita. Nuestro benefactor el señor de la comarca. Aplaudidle. (Los cuatro aplauden y se acercan al SEÑOR.)

SEÑOR. (Con gesto de pedir calma.) Vale, vale. Yo agradezco vuestras muestras de afecto, como es justo; pero ahora no es ocasión.

(Llegan gritando la MUJER DEL SACRISTÁN y la VIUDA. De la taberna sale el SACRISTÁN.)

MUJER DEL SACRISTÁN. ¡Justicia! ¡Justicia!

VIUDA. ¡Justicia! ¡Justicia!

SEÑOR. (Al ALCALDE.) ¿Qué es esto?

ALCALDE. Voces del pueblo que al cabo serán sólo frioleras. Haréis mal en escucharlas. Mejor debía usted irse a descansar. El viaje ha debido ser muy largo.

SEÑOR. No, alcalde, que no es descanso seguro el de un señor que deja gritar a su pueblo. Veamos de qué se quejan.

MUJER DEL SACRISTÁN. Yo, señor, de mi marido.

SACRISTÁN. Yo también me quejo.

SEÑOR. ¿De quién?

SACRISTÁN. ¿De quién va a ser? De mi mujer.

SEÑOR. (A la VIUDA.) ¿Y usted, señora? ¿De quién se queja?

VIUDA. Yo clamo al cielo contra el doctor, que no hizo nada por evitar la muerte de mi marido.

SEÑOR. ¿Y del alcalde? ¿Quién se queja?

TODOS. (A una.) Del alcalde nos quejamos todos, señor.

ALCALDE. ¡Frioleras! ¡Frioleras!

SEÑOR. A ver, un poco de paz. Procedamos con orden. Primero averigüemos quiénes son estas dos mujeres.


 

MAJA. ¿Pretende usted casarnos?

SEÑOR. No, pero pretendo saber a qué han venido. (A la TABERNERA.) ¿Quién le dio a usted la taberna?

TABERNERA. ¡Mi dinero regalao!

ALCALDE. Y con gran provecho para el pueblo, pues está claro que el cuartillo de vino le sale a cinco cuartos y ella lo da a cuatro.

AMIGO. Y en el pueblo ¿qué tal encuentran el vino?

TABERNERA. Nadie se queda borracho.

(Sale de la taberna un TUNO.)

TUNO. Y podemos beber todo el que queramos.

SEÑOR. ¿Y usted quién es?

TUNO. ¿Yo, señor? ¡Soy un hombre honrado!

SEÑOR. ¿Y qué hace aquí?

TUNO. Como, me paseo, juego, gasto algún dinero y no tengo más ocupación que enamorarme.

MAJA. Y lo hace bien, sí señor.

SEÑOR. (Al ALCALDE.) Y a éste ¿no lo tiene usted preso?

ALCALDE. No, señor. Yo no reparo en frioleras. Yo sé qué hace y dónde está en todo lugar y ningún daño presta a nadie.

SEÑOR. Pues yo, en cambio, decido que se vaya de mi comarca.


 

TUNO. No hay cuidado. El equipaje siempre lo tengo dispuesto. El mundo es muy ancho y en él cabemos todos. Adiós. (Se va.)

MUJER DEL SACRISTÁN. Señor, ahora que está aquí mi marido he de acusarle de que no cuida su casa, tiene a sus hijos descalzos y no los alimenta como Dios manda. Y el poco dinero que gana lo gasta en vino, tabaco y mujeres.

SACRISTÁN. Es mentira, señor. Que yo tan sólo malgasto la mitad de mi salario, y la otra mitad la gasta ella en zapatos de moda y en perendengues. Jamás les da una puntada a la ropa de los hijos ni cuida de que vayan a la escuela.

SEÑOR. ¿Y nunca se han quejado ustedes de sus cosas al alcalde?

SACRISTÁN. Muchas veces, señor.

MUJER DEL SACRISTÁN. Y ninguna nos ha hecho el menor caso.

ALCALDE. ¡Tantas frioleras de esas pasan entre los casados, que hacerles caso sería una pérdida de tiempo!

VIUDA. Ahora me toca a mí, señor.

SEÑOR. Usted dirá.

VIUDA. Yo me quejo del doctor, al que el juego y la diversión dejan tan cansado que no responde a ninguna urgencia, y menos si es de noche, como ocurrió con mi marido, a quien dejó morir como a un perro. Yo le emplazo a que me devuelva a mi esposo o me dé otro mejor.

DOCTOR. Todo para esta gente es malo. Si los dejo morir se quejan, y si los mato también. Y es tan desconsiderada que aunque se halle uno inmerso en el primer sueño, si le entra una congoja, un flato o un desmayo, no tienen la decencia ni la urbanidad de aguardar a que despierte. ¿Por qué, si quieren tener al lado siempre al doctor para que les ayude, no se mueren más temprano?

ALCALDE. Eso es otra friolera. Bien hace el doctor en escarmentar a toda esta gente.

(Salen discutiendo de la taberna el ZAPATERO y el RICO.)

SEÑOR. (A los dos anteriores.) ¿Qué pasa aquí?

ZAPATERO. Verá, señor. Aquí (Señala al RICO.) el señor me debe el dinero de ocho pares de zapatos y dice que por nada del mundo me los pagará.

SEÑOR. (Al RICO.) ¿Es eso cierto?

RICO. Sí, señor. Cierto es. Pero es que me enfado mucho porque está todo el día erre que erre pidiéndome ese dinero.

SEÑOR. (Asombrado.) ¿Qué se enfada?

RICO. Me enfada que me lo repita tanto sabiendo que me sobra el capital para pagarle.

SEÑOR. (Al ALCALDE.) ¿Por qué no remedió usted este asunto?

ALCALDE. Verá, señor. Si hubiera sido un pobre, le habría puesto un emplasto de Vizcaya. Pero a un rico… ¿Quién se habría atrevido por una friolera tan pequeña a desairarlo?

SEÑOR. Yo. (Enérgico.) ¡Y vaya ahora mismo a la cárcel!

RICO. Vaya usted más despacio y respete mis privilegios.

SEÑOR. ¿Es acaso usted caballero?

RICO. No, pero soy hombre rico.

ALCALDE. (Aparte.) A fe que le ha chafado, que los que son ricos hombres valen más que los hidalgos. (Al SEÑOR.) ¿Ve usted cómo todas las quejas no son más que frioleras?

SEÑOR. Pero es que todas estas frioleras son delitos tolerados por su falta de celo, señor alcalde, y aunque no se ve el daño ahora al cabo se convierten en la ruina de los estados.

AMIGO. (Al SEÑOR.) Bien le estás preguntando si tiene colmillos para rumiarlo.

ALCALDE. Yo, señor, no tengo colmillos.

SEÑOR. Por eso a usted le hablaré más claro.

ALCALDE. ¿Y seré alcalde perpetuo?

SEÑOR. Sí, perpetuo macho de tahona después que en un cepo hayas purgado tus malicias.

AMIGO. Pues eso no es friolera.

CORO DE LABRADORAS. (Fuera de escena.)

Bien ha dicho este señor

que es amo de la comarca:

el que no cumpla las leyes

que a la mazmorra se vaya.

FIN

 


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