La lluvia bajo el brazo
La lluvia bajo el brazo.
El corazón mirando al cielo de ceniza.
El Parque
de silencio, palomas y camelias,
surcos donde siembra el cielo versos
de la fiel Rosalía. Ahora vengo
de aquel corazón frío, traigo el alma
con media pulmonía y pido vino
y unas tapas de pulpo que sufraguen
el rescate que me tiene cautivo.
“Jacobus” es la magia.
En sus cuatro paredes resucito
recitando los versos de aquel ángel
que fue extraño en su pueblo.
Luego pago, estornudo y vuelvo a ser
un fiel enamorado de Santiago.
Aunque llueve y me duele el rezo oscuro
del pino en los cantiles de la ría,
aunque llueve y escucho,
entre el hondo gemido de los bronces,
cómo el clavo de amor de la poeta
taladra la madera de mi vida.
Andando hacia la ría
Andando hacia la ría
por el camino nuevo de los pinos,
tocamos de repente el aire blanco.
Un poco más y vemos la piedra en el cantil,
obelisco, menhir, magia actual
que nos quita de pronto el barro oscuro,
la torpeza de ser adultos. Niños
en manos del hechizo, caminamos
hacia el borde de vértigo. No hay miedo:
volamos sin nostalgias.
Sólo niños, subidos al cristal
donde el tiempo es un pasmo que se queda
brillando en una arista.
Adiós, ya volveremos
a la hora de hacernos otra vez
los casados que ocupan una mesa
al lado del piano en el salón.
Ahora ... Sólo está el obelisco, menhir celta,
marcando nuestra cálida deriva.
La vieja cafetera aquí a mi lado
La vieja cafetera aquí a mi lado
y en un rincón su saco de dormir.
Me mira desde el fondo de un retrato
y oigo el mar. Me mira desde el fondo
de las cuencas de bronce de una talla
y oigo el mar y el roce de las cuerdas
de las velas y el rezo de los pinos.
Tal vez pronto
esta plaza se vuelva un cuadro y pueda
a su vista saber que Méndez Núñez
me habló de la caricia traicionera
del mar y de la vida. Ahora viro
mi barco hacia la luz que siempre aguarda,
al puerto del andamio y sueño unidos.
La plaza espera. El sol, tras la ceniza
de las nubes galaicas, desespera:
hay amor, mucho amor, bajo la lluvia.
Rúas de silente y verdinoso granito
Rúas de silente y verdinoso granito
me esperan desde siempre.
Las viejas hornacinas donde sueñan
saudades eternales las estatuas.
Y el milagro del pórtico.
A salvo en las almenas, en su vientre,
con rastros de derrumbes.
Como ángeles de barro caminamos
por las tibias penumbras de las naves.
Tui, como canto de pájaro nocturno,
insistes. Tui, gozoso canto. Espera,
que voy por el recuerdo absorto y alto
muy adentro por tu espíritu de piedra.
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