sábado, 26 de febrero de 2022

UNA DE BÉCQUER

 


Hace unos días se cumplió el aniversario de Gustavo Adolfo Bécquer, y para celebrarlo como se merece, no se me ocurre otra cosa que traer aquí una obrita de teatro que escribí hace muchos años para representar con mis alumnos de la EATP. Tuvo muchos títulos, pero finalmente elegí UNA DE BÉCQUER porque después escribí alguna más basada también en la obra del autor de las Rimas y las Leyendas.



PRIMER CUADRO

Una zona del bosque. Árboles alrededor de una gran roca, a cuyos pies se abre un estanque mediano flanqueado por juncos y otras platas acuáticas. Al atardecer. Fernando de ARGENSOLA acompañado de ÍÑIGO, su fiel montero. Ambos entran por la izquierda del espectador y se acercan al estanque.



ARGENSOLA Es aquí, estimado Íñigo, donde encontré a esa mujer bellísima de la que tanto te he hablado y sin cuyo amor no puedo vivir un día más.

ÍÑIGO (Atemorizado.) ¿Aquí, señor? ¡Pero si ésta es la Fuente de los Álamos!

ARGENSOLA (Sin inmutarse.) ¿Y qué pasa con ella? Yo sólo veo aquí una poza de agua, como otras.

ÍÑIGO Como otras no, señor. ¿Pero no ha oído lo que se cuenta sobre ella y sobre la mujer que vuestra merced dice conocer tan bien?

ARGENSOLA Habladurías. Yo sólo sé que quiero con locura a esa mujer y que esa mujer me quiere a mí.

ÍÑIGO Esa mujer no es mujer, señor, sino un diablo que vive en las profundidades esperando llevarse con ella al incauto que confíe en ella.

ARGENSOLA Mira, Íñigo. Ya está decidido. Esta noche he quedado con ella aquí y será lo que el destino me tenga reservado. Quiera Dios que sea bueno.

ÍÑIGO (Persignándose.) No meta a Dios en esto, por lo que más quiera, señor. Y piense bien lo que va a hacer.

ARGENSOLA Ya te he dicho que lo tengo pensado y bien pensado. Esta noche…

ÍÑIGO Le pido, señor, por el amor que le tuvieron sus padres y por el amor que el Cielo le tenga reservado para acompañarle al altar un día, que no venga esta noche aquí.

ARGENSOLA (Sonriendo.) Estimado Íñigo, ahora el único amor que me pide el alma es el de la mujer de los ojos verdes que vive en estas aguas. Con ella he de vivir el resto de mi vida o el de mi muerte, pero con ella.



SEGUNDO CUADRO

Una estancia del Castillo de los Almenar. De noche. ALONO y BEATRIZ dialogan junto a la chimenea encendida.



ALONSO Querida prima, hoy ha sido un día agotador.

BEATRIZ Sí, Alonso. La cacería me ha dejado extenuada. Y lo peor de todo es que he perdido en el monte mi cinta verde. Seguramente, durante la persecución del jabalí herido. El caballo estuvo a punto de derribarme de la silla y creo que ha sido en ese instante, al intentar recuperar el equilibrio, cuando la cinta ha salido volando.

ALONSO Ahora ya es de noche. Pero mañana saldré muy temprano al monte para ir a buscarla.

BEATRIZ (Con un mohín de disgusto.) ¿Mañana? ¿No será demasiado tarde para encontrarla? Dios sabe cuántas personas habrán pasado por esos senderos. Si no te importa, querido primo, me gustaría acostarme sabiendo que la tengo ya conmigo.

ALONSO (Con temor.) ¿Quieres que esta noche, ahora mismo, vuelva al Monte de las Ánimas a recuperar tu cinta?

BEATRIZ (Ahora con un gesto de desprecio.) ¿Acaso tienes miedo, Alonso? Si es eso, lo entenderé. Pero un caballero…

ALONSO Un caballero sabe respetar las cosas del Más Allá.

BEATRIZ ¿Qué cosas del Más Allá?

ALONSO ¡Ah, claro! Tú, prima, perteneces a otras latitudes y allí nada saben de maldiciones y leyendas.

BEATRIZ ¿Qué maldiciones? ¿Qué leyendas?

ALONSO En ese Monte, cuentan los más viejos del lugar, tal noche como ésta, la noche de las ánimas, salen de sus tumbas los guerreros templarios para vengarse de quienes los asesinaron tiempo atrás y todo el monte se convierte en un terrible campo de batalla, batalla que sólo termina con la llegada del alba…


 


BEATRIZ (Riendo.) Vamos, primo, no me digas que te refugias en esa sarta de creencias falsas para no salir a buscar mi cinta. Pero dejémoslo, ya veo que en esta tierra que tanto se vanagloria de valientes sólo hay miedo y superstición.

ALONSO No es eso, Beatriz. Las cosas aquí no son blancas o negras. Están sujetas a circunstancias cambiantes. Pero no se hable más. Si lo que quieres a toda costa es averiguar si soy valiente o cobarde y tentarme para que vaya al Monte de las Ánimas a buscar tu cinta, lo haré.


TERCER CUADRO

En un mirador del río Tajo. Entre las últimas luces de la tarde y el anochecer. PEDRO de Orellana y MARÍA Antúnez hablan de amor.


PEDRO No tengo que decirte cuánto te quiero, María. Desde el prime día en que te conocí, no hay otra mujer para mí en el mundo.

MARÍA Bien lo sé, querido. Y yo también te quiero. Sin embargo… (Tristeza en su semblante.)

PEDRO ¿Qué te ocurre?

MARÍA Exactamente no lo sé. Sólo sé que desde esta mañana no pienso en otra cosa.

PEDRO (Preocupado.) ¿A qué te refieres, María?

MARÍA No sé si decírtelo. Puede parecerte una tontería, un capricho de mujer nada más.

PEDRO Prueba.

MARÍA Verás. Ayer tarde en la Catedral, durante la Octava de la Virgen, mis ojos repararon en algo que hasta ahora no habían visto y eso… Pero, basta, no sé por qué te hablo de esas cosas.

PEDRO Acaba, por Dios. Que no puedo verte en esta tristeza. Dime qué viste ayer.


 

MARÍA Ayer vi por primera vez en mi vida la ajorca de oro que lleva en su brazo la Virgen del Sagrario y al instante no pude evitar las ansias de lucirlo en el mío. ¡Qué horror! ¿Quién nos pone estos pensamientos en nuestra cabeza, eh, Pedro?

PEDRO (La acaricia con ternura.) Sin duda el diablo, María. Pero no hay nada que con una Salve no se arregle. ¡La Virgen del Sagrario! ¡Pero si siempre has sentido por esa Virgen una veneración infinita!

MARÍA Por eso precisamente me extraña más este deseo de poseer la presea de la Virgen. Esta noche pasada no he podido pegar ojo pensando en ello. Incluso he soñado que la Virgen no era la madre de Dios que preside la capilla del Sagrario, sino una mujer como yo, y por un momento, Dios me perdone, he soñado que la ajorca de oro pasaba de su brazo al mío. Y cuando esta mañana me he despertado y he visto que la joya no estaba en mi brazo, he sentido, he sentido… no sé qué he sentido, Pedro amado.

PEDRO No estarás pensando en que robe la ajorca para ti, porque si es eso, Dios quiera que no, me encontraría en un verdadero aprieto. Y, sintiéndolo mucho, no podría hacerlo. Mi madre me enseñó de niño a querer a la Virgen del Sagrario y siento por ella tanta veneración como tú.

MARÍA (Afligida.) Ya sabía yo que no debía contártelo. Ahora…

PEDRO (Contagiado de la tristeza de la joven.) ¿Ahora qué, María?

MARÍA Ahora ni tú ni yo volveremos a ser los mismos.

PEDRO ¿Qué quieres decir?

MARÍA Que yo me he convertido en una mujer inundada por un capricho irrealizable y tú …



CUARTO CUADRO

En el comedor de una posada de Toledo los hermanos Bécquer, GUSTAVO y VALERIANO descansan después de comer. GUSTAVO tiene delante unos folios donde escribe, mientras que VALERIANO, con un cartapacio abierto, está retratando con lápiz a su hermano.



GUSTAVO (Levanta la vista del papel y deja la pluma a un lado.) Esto de escribir cada día se está poniendo más difícil.

VALERIANO No te muevas. Te estaba copiando el bigote. Tienes razón, a mí también me pasa con el dibujo, y más cuando el modelo se mueve tanto como tú. ¿Qué te pasa ahora?

GUSTAVO No sé qué hacer con Pedro de Orellana, un caballero de aquí de la ciudad imperial que acabo de inventar y que, sin darme cuenta, lo he metido en un berenjenal. ¿No quieres que te lo cuente?

VALERIANO (Resignado, cierra el cartapacio.) Lo vas a hacer igual. Adelante.

GUSTAVO Resulta que ha dado con una mujer caprichosa y…

VALERIANO ¡Vaya! Otra vez con las mujeres caprichosas. Tienes fijación con ese tipo de mujeres. Creo recordar que lo mismo te pasó con… ¿cómo se llamaba el joven noble de Soria? ¿Alonso? (GUSTAVO asiente.) Lo mismo te pasó con Alonso y su prima… ¿Beatriz? Se llamaba Beatriz, ¿no? (Gustavo vuelve a asentir.) En dicha ocasión Beatriz quiere recuperar por todos los medios la cinta que se le perdió en el Monte de la Ánimas y tienta a su primo a que vaya allí pese a lo que se cuenta sobre los Templarios… Por cierto, ¿acabaste la leyenda?

GUSTAVO Aún estoy pensando el desenlace. Quiero castigar desde luego a Beatriz por lo que hace, pero no estoy seguro de acertar en el final que he pensado para él en el Monte de las Ánimas.

VALERIANO (Interesado.) ¿Qué le ocurre a Beatriz?

GUSTAVO La hago pasar una noche atroz arrepintiéndose de lo que le ha obligado a hacer a su primo y acaba muriendo de terror tras oír acercarse a su lecho unas pisadas descarnadas, mientras la cinta, ensangrentada, cuelga del baldaquín de la cama…


 

VALERIANO (Sonriendo.) Eres único en crear atmósferas de terror. ¿De quién las has aprendido?

GUSTAVO Hay varios autores. En la biblioteca de mi madrina los leía sin parar. Dickens, Poe, Hoffmann, entre los extranjeros. Pero también algunos de los nuestros, Zorrilla, Espronceda…

VALERIANO ¿Qué has pensado para él?

GUSTAVO ¿Para quién?

VALERIANO Para Alonso, el protagonista de tu leyenda. ¿Cómo acabará?

GUSTAVO Tengo pensado escribir que morirá en el Monte devorado por los lobos y corriendo alrededor de su tumba después de llevarle la cinta a Beatriz.

VALERIANO (Decepcionado.) ¡Pero Gustavo! ¿Qué necesidad tienes de matar a tu valiente protagonista? Déjalo vivir y hazle conocer a otra mujer que lo quiera de verdad, no sé, otra prima que tenga y que no sea tan bella como la otra, pero al menos que sea sencilla y bondadosa y…

GUSTAVO Es el destino de los hombres valientes, de los hombres honrados y enamorados verdaderamente.

VALERIANO Si te digo una cosa ¿no te enfadarás?

GUSTAVO ¿Por qué iba a hacerlo? ¿A qué viene eso ahora?

VALERIANO Prométemelo.

GUSTAVO Te lo prometo.

VALERIANO ¿No estarás castigando a Casta, tu esposa, haciéndoselo a las mujeres de tus leyendas, a estas tres mujeres caprichosas de tus leyendas?


 

GUSTAVO (Molesto.) ¿Qué tiene que ver Casta aquí?

VALERIANO Me prometiste no enfadarte.

GUSTAVO Sí, lo hice, pero es que no entiendo por qué traes a colación a Casta, justo ahora, que empezaba a encontrar aquí la paz, en Toledo, en la única ciudad donde la he encontrado siempre que lo necesitaba, y contigo, querido hermano, la única persona que ha logrado entenderme cómo soy.

VALERIANO. Por eso y porque creo que estamos solos en el mundo es por lo que he traído a colación a tu mujer. Esa mujer, lo mismo que la mía hizo conmigo, cuando te sacó todo lo que pudo, te abandonó. Tú…

GUSTAVO No sigas…

VALERIANO Deja que continúe. Tú te enamoraste de ella como un niño huérfano que busca amparo en una mujer, como si fuera su madre, como si tuviera en sus manos todo el poder del mundo para hacerte olvidar la soledad y la tristeza de tu infancia.

GUSTAVO Mejor dejamos esta conversación para otro rato.

VALERIANO Siempre que tocamos acabas diciendo lo mismo.

GUSTAVO Anda, vámonos a dormir.

Valeriano.- Sí, vamos, como siempre hacemos cuando hablamos de nuestras mujeres.

(Salen ambos,)

FIN


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