BETTE DAVIS
Morenas puro fuego, rubias oro puro,
a unas se las llevó el viento y a otras la tinta de la noche,
entre güisqui y tabaco y sábanas de amor.
Y hubo algunas que fueron
reinas del melodrama
--Eva y arpía, adúltera y mendiga
o diosa que bajaba
la escalera de una rica mansión--.
Jezabel sigue viva,
brillando en la pantalla
matando al pobre Acab,
cuya sangre es lamida por los perros.
--Aún sigue habiendo infelices corderos
que, amenazados por la loba de la dura realidad,
viven de los sueños,
agarrados a la tabla de la luz que parpadea.--
JOHN WAYNE
Entra en escena con su andar escorado
el gigante con alma de chaval
y puños justicieros.
Y todos los bandidos que le acechan
caen sobre el barro llenos de plomo.
Una nube oscura se posa en el tejado
y aplaude un instante,
y luego va a llover a las vastas llanuras,
donde los pieles rojas, con tambores de guerra,
preparan la venganza. Nada importa:
el héroe se coloca los revólveres,
encara su Winchester y espera
la lluvia de las flechas que se clavan
en la viejas maderas de los ranchos.
Ya es de noche. Los coyotes aúllan
y los buitres esperan la carroña
que vomitará la batalla.
En el miedo de la espera
los viajeros intercambian sus miedos
antes de que el diablo y la muerte
pongan a todos en su sitio.
Después vendrá otra vez la luz del alba,
y la diligencia
—la vida renacida—
reanudará la marcha.
LOS HERMANOS MARX
Eran más de tres
para quienes las reglas eran nubes
en su cielo de estrellas.
Uno llevaba
un sombrero que parecía
rescatado de una casa de empeños.
Otro era huérfano de palabras
y pródigo en estruendos de bocina
y tierno en acordes de arpa libre,
cortaba la cintura a las corbatas
y perseguía a las Dafnes
como un terreno Apolo.
El tercero tenía nombre ruso,
de payaso de circo o foca amaestrada,
bigote de cepillo, cejas viajeras
y andar de Ibis con las piernas dobladas.
Artista de la palabra y del tiempo,
no conservaba la juventud:
era la juventud la que vivía en él.
Y así sucesivamente...
Más (Marx) que hermanos,
eran iconoclastas del Far West
y podían convertir un tren en leña,
un camarote en una caja de sorpresas
y un circo en un milagro.
Puestos a pedir, les pediría
un vaso de honradez para la humanidad
y unas gotas de infancia para nuestras almas viejas
.
EL CINE BÉLICO
Con ellos entrábamos en la jungla
y notábamos en la piel los dientes del peligro,
temiendo que alguna bala
nos dejara secos entre los mangos.
Con ellos celebrábamos las victorias
y llorábamos las derrotas,
éramos encerrados en campos de concentración
y sufríamos torturas
o moríamos en las cámaras de gas.
Y aunque alguna vez subíamos con ellos
a colinas donde el amor
abrazaba nubes de esperanza,
el resto de la vida
vivíamos en trincheras sin mañana,
aprendiendo posturas
para morir dignamente algún día
--en el frente no había novedad:
sólo un gorrión posado en la alambrada,
y de repente, un soldado,
muy cerca de nosotros,
mientras soñaba en sus recuerdos,
encontraba la muerte dulcemente--.
Lo peor que llevábamos
era ver cómo las bombas negras
arrasaban hogares y familias,
y cómo los huérfanos en trenes oscuros
eran desterrados a la desesperanza.
Finalmente, se encendía la luz
Y salíamos a la calle de la verdad
y cogíamos de nuevo el paso de la vida
sin perder jamás el miedo a la muerte.
EL CINE EN 1944
Mientras un servidor nacía
y veía la luz de las mañanas,
del río y de las huertas,
el cine encandilaba en luces blancas
la soledad y el luto de la guerra de Europa
y ayudaba a sufrir las cartillas de racionamiento.
El Clavo hablaba de historias amorosas
con jardines de amapolas ocultas
que sólo podía curar el tiempo
a través de la lectura de un cráneo taladrado.
Líricos neorrealismos de adoquines
donde rodaban bicicletas tristes
hacia el hambre y el miedo
--Roma era una ciudad ocupada por botas alemanas
donde los panes estallaban en esquinas
habitadas de frágiles niños
que jugaban a ser hombres sin haber sido niños--.
La libertad, la resistencia
habían nacido para acabar en campos de exterminio.
Mientras un servidor nacía
en esta otra ladera del misterio
--Laura moría en la pantalla.
Más que un grito blanquinegro,
fue un fantástico viento que limpiaba
la polvorienta primavera de un retrato,
el gris silencio
que el azar de los lirios pobló de mil susurros--.
Y yo era un llanto vital
que visitaba las cruces de las tumbas
en un febrero helado
que tapaba su desnudez con luz de almendros.
1944
fue un año de princesas y piratas,
de luz que agonizaba,
de viajes a Oriente, donde todo era magia.
Y mientras, Jack
degollaba en las esquinas
columnas de la cama y de la mesa.
Y la mujer azul de nuestros sueños
se asomaba a las pantallas
y abría paréntesis de paz en la guerra del día.
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