sábado, 3 de julio de 2021

ENTRE AVA Y MINERVA (II)

 

      


Continúo con los apuntes diarios, en verso y prosa, que inicié hace un par de semanas.


 


Hoy, primer día de la semana, he vuelto a reencontrarme con la naturaleza en la bici, y nosotros dos con el mar y sus pequeños placeres en la playa, casi solos hasta la hora de volvernos al piso. Con cormoranes como compañeros de natación, paseos por la orilla, tomas de sol y de brisa (más, de esta última debido a las nubes que tapaban de vez en cuando el cielo) y lectura de las plantas mágicas con vistas a continuar con los Microrrelatos brujeriles. Un ejemplo:

Un sapo irritado

Una bruja vieja a la que su vecina suya, una joven y hermosa bruja que nunca la invitaba a ir al aquelarre con ella, decidió vengarse acudiendo al sabbat por su cuenta para decirle al gran Cabrón que algunos domingos la joven bruja iba a misa para aparentar que era una vecina corriente. Y como recordaba que una vez la había oído decir a través del tabique de la casa a alguien que quería acudir al aquelarre con qué ungüento debía untarse las palmas de las manos y las plantas de los pies para poder volar a él, bajó a la orilla del río a buscar entre las piedras un sapo. Pronto encontró un ejemplar enorme que metió en el bolso del mandil y se lo llevó a casa. Allí se pasó el resto de la noche y el día siguiente intentando irritar de mil maneras al pobre animal para que soltara el líquido del ungüento, y en una de las maniobras de la vieja el sapo se le escapó de las manos y cayó al suelo de la cocina, con tan mala suerte que se reventó, soltando un líquido viscoso sobre las baldosas.

 

“La nada tiene prisa”, escribió una vez Salinas,

Y ahora más que nunca se está cumpliendo ese aserto.

Y lo malo es que en esa prisa por seguir siendo nada

La nada acabará con todo,

Desde la luz familiar que hubo una vez alumbrando las casas

Hasta esta paz que nos da el mar un día de junio

En un lugar de esta España,

que también, al paso que va,  acabará desapareciendo.

 

 


Hoy se despide junio, y en la playa nos hemos dado el último baño del mes. Apenas nos ha visitado el sol y nos ha bastado con bañarnos una vez. Me he bajado para leer a ratos Leyendas, cuentos y romances de Sanabria, de Luis Cortés Vázquez (1924-1990), autor también de Mi libro de Zamora, que leí con sumo interés tras regalármelo Luis González, condiscípulo mío en el Instituto y dueño de la librería donde dejé en depósito mi poemario En el cristal del tiempo, en uno de mis retornos en el siglo pasado a la ciudad del alma. Volviendo a las Leyendas, me he detenido más que en otros puntos, en los que se refiere a la Leyenda del Lago (el de Sanabria), cinco puntos en el grupo dedicado a los “Textos recogidos en el área lingüística leonesa” y dos más en los “Textos recogidos en el área lingüística gallega”. Reuniendo datos de unos y otros y del comentario del autor al final del libro a La leyenda del Lago de Sanabria, he intentado reconstruir a mi manera la leyenda del lago de Sanabria, lugar y leyenda por los que siempre he sentido ferviente devoción desde que el verano de 1979 pasamos unas vacaciones en Galende , en un hostal que se hallaba a dos pasos del famoso lago.

La leyenda del lago de Sanabria

Antiguamente en una aldea llamada Villaverde de Lucerna apareció un día un pobre pidiendo limosna o algo de comer, y en cuantas casas llamó otras tantas le despidieron sin atenderle. Hasta que cansado y hambriento llegó a las puertas de un horno que estaba en lo más alto del pueblo, y el dueño, compadecido, metió en el horno un poco de masa para  dárselo una vez cocida, pero creció tanto que el pan resultante no lo pudo sacar entero; así que lo partió en pedazos y le dio al pobre uno de ellos. El mendigo le dio las gracias y luego le dijo que cogiera a toda su familia y saliera con ella del pueblo porque pensaba castigarlo por su falta de caridad hundiéndolo en un lago, del que sólo sobresaldría el montecito del horno. Los dueños le hicieron caso y entonces el peregrino golpeó la tierra con su cayado mientras decía: “Donde toca mi bastón, que brote un gran borbotón.” Y todo alrededor se llenó de agua, dejando sólo en el medio el islote que sigue hoy en el lago. Y añade la leyenda que las campanas de la iglesia sumergida aún suenan todos los años por San Juan y sus tañidos pueden oírlo sólo los que están en gracia de Dios.

 


 El ciclista solitario

Por la mañana en la bici

Despierta el camino blanco

Que pasa junto al estanque

Donde dibujan los patos

Su reflejo en el cristal

Roto por los galápagos.

Después deja atrás los pinos

En su pinar recatados

Donde las tórtolas cantan

Sus himnos enamorados.

Arriba la riera sigue

Con hilos de agua llevando

Mientras la masía humea

Entre cipreses, abajo.

 

 

Está sembrado de tiempo

El ciclista solitario:

sus ojos tienen el brillo

del recuerdo del pasado

y sus manos las arrugas

que le regaló el andamio.

Ya no piensa mucho en ello

Porque nada añade al canto

Presente que cada día

Siembra en la luz de su campo.

 


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