sábado, 26 de junio de 2021

DEL TEATRO AL CINE (I)

 


                      Dedico estos fugaces apuntes de cine y teatro al cineasta y amigo José Luis Guerín porque, me consta, que desde niño sintió siempre por la literatura en general y por el teatro en particular una gran devoción y, desde siempre, convirtió en parte muy importantes de su vida  al cine, que es muchísimas cosas, y una de ellas, poesía en movimiento.


Hace unos meses cumplía yo con el rito anual del Día del Libro leyendo Las cien mejores películas sobre obras literarias españolas, obra del filólogo, periodista y profesor de Teoría de la comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid, David Felipe Arranz, que ya en la Introducción empieza afirmando que el cine es hijo de la literatura, y entre otros autores inspiradores de ello menciona a Cervantes, Dickens o Fielding. Y, al contrario, también afirma que algunos escritores, preferentemente poetas, se sintieron inspirados por el cine, como Manuel Machado o Alberti, que escribieron sentidos poemas sobre el séptimo arte, para acabar diciendo que un grupo de dramaturgos formado por Benavente, Marquina, Muñoz Seca, los hermanos Quintero y Arniches provocó el nacimiento de la Cinematografía Española Americana (CEA), “responsable, añade Arranz, de las películas más destacadas en el ámbito de las adaptaciones literarias españolas.”

El caso es que la lectura del libro de Arranz, amena, erudita e ilustrada abundantemente con carteles de películas mencionadas en él, y en especial la mencionada Introducción, subtitulada precisamente El cine también es literatura, me ha llevado a escoger una veintena de obras teatrales españolas para hablar de otras tantas películas basadas en ellas. Debo decir también que ha sido mi afición impenitente por el teatro, que desde mi infancia ocupó mi corazón y que de adulto llevé a mi práctica docente con verdadero entusiasmo, y que tan relacionado está con el cine aunque sólo sea por el hecho del empleo generalizado del diálogo que se hace en uno y otro, la causa de que me haya inclinado por el cine adaptado a partir de dicho género literario.



Sin más preámbulos, empiezo mi recorrido por las obras de algunos de los cinco dramaturgos que favorecieron la creación de la CEA: Benavente, Marquina, Muñoz Seca, los hermanos Quintero y Arniches, todos ellos pertenecientes al teatro español del primer tercio del siglo XX.

De Jacinto Benavente (1866-1954), Premio Nobel de Literatura en 1922, se adaptaron al cine muchas comedias suyas, como Los intereses creados, Más allá de la muerte, Para toda la vida, La fuerza bruta, Vidas cruzadas, Rosas de otoño, La noche del sábado y un largo etcétera; sin embargo, aquí me centraré en dos de sus más celebradas obras, Nadie sabe lo que quiere o el bailarín y el trabajador, escrita en 1925, y que en el cine se llamó a secas El bailarín y el trabajador, película estrenada en 1936, y La malquerida, de 1913 y llevada al cine en 1949. La comedia Nadie sabe lo que quiere o el bailarín y el trabajador, que partió de la fábula de Samaniego La cigarra y la hormiga, ensalzando por tanto el trabajo personal frente a la holgazanería, es una clara advertencia a la clase burguesa, que era la que asistía a las funciones de teatro en la época de Benavente, de los riesgos de la vida excesivamente relajada y la necesidad del esfuerzo laboral para sacar a un país adelante y hacer del trabajador un modelo digno de ciudadano responsable. En resumidas cuentas, Carlos, un galán aficionado al baile y cuyos encantos agradan a todo el mundo, provoca que Luisa, hija de un fabricante madrileño, mientras baila con él se enamore al instante del joven, pero sus padres no ven con buenos ojos esta relación porque creen que Carlos es un bailarín que no tiene medios de buscarse la vida; así que éste accede a trabajar en la fábrica del padre de Luisa para poder seguir a su lado. ​ 


Respecto a la película El bailarín y el trabajador, de 1936, dirigida y escrita por Luis Marquina, con música de Francisco Alonso e interpretada en sus principales papeles por Roberto Rey (Carlos), Ana María Custodio (Luisa) y Pepe Isbert (don Carmelo, padre de Luisa), fue considerada a juicio de Arranz “el mejor musical de esta etapa del cine con canciones bailadas y cantadas escritas por Francisco Alonso, como Trabajar es un placer (…) que nada tiene que envidiar a los grandes musicales de la Metro de aquella época.” En el film Luisa, joven superficial, se enamora de Carlos, ocioso bailarín, y se lo presenta a don Carmelo, fabricante de galletas, quien enseguida sospecha del poco aprecio que siente el joven por el trabajo. Y para comprobar si Carlos es un digno esposo de su hija o sólo va buscando heredar la fábrica, lo emplea en ella.

La malquerida, comedia estrenada en 1913, que forma junto con Señora ama y La infanzona la llamada Trilogía rural, podemos resumirla así: Doña Raimunda, una mujer viuda y Acacia, su hija, residen en la hacienda El sato. Hasta que la madre decide casarse con Esteban, matrimonio que Acacia no ve con buenos ojos y lo rechaza públicamente. Pero la realidad es muy otra: Acacia y Esteban se profesan un verdadero amor que disfrazan con esa franca hostilidad. Los problemas más graves surgen cuando Esteban empieza a deshacerse de los hombres que cortejan y pretenden hacerse con el amor de Acacia, a la que llaman por ello la malquerida. Y en cuanto a la película La malquerida, de 1949 (que había tenido ya tres versiones en 1914, 1921 y 1940 y tendría otra en forma de serie para la televisión en 2006), se estrenó en México, fue dirigida por Emilio Fernández, escrita por éste en colaboración con Mauricio Magdaleno (sigo en estos datos a Arranz), con fotografía de Gabriel Figueroa e interpretada en sus principales papeles por Dolores del Río (Raimunda), Pedro Armendáriz (Esteban), Columba Rodríguez (Acacia) y Roberto Cañedo (Faustino). La acción transcurre, como es lógico, en una hacienda mexicana, donde la viuda Raimunda se ha casado de nuevo con Esteban, que no ha tardado en fijarse en Acacia, la cual hace saber a su madre la repulsión que le provoca Esteban y su próximo enlace matrimonial con Faustino. En cuanto Acacia celebra la fiesta de su compromiso con Fustino, del que, por cierto, no está enamorada, el padrastro, furioso de celos, le da muerte. Es cuando entra en juego la fuerza de la fotografía de Figueroa para crear la atmósfera que rodea ese asesinato y el resto de las pasiones, intrigas, venganzas y demás lances que destrozan la convivencia de la casa de Raimunda.



No hay comentarios:

Publicar un comentario